sábado, febrero 2

Música de cañerías

« El poeta Victor Valoff no era un gran poeta. Tenía reputación local, les gustaba a las señoras y su mujer le mantenía. Siempre estaba dando lecturas en las librerías locales y a menudo se le oía en la radio estatal. Leía con voz sonora y espectacular, pero el tono nunca variaba. Victor siempre estaba en trance. Supongo que era eso lo que atraía a las damas. Algunos de sus versos, por separado, parecían tener alma, pero si los considerabas todos como un conjunto, te dabas cuenta de que Victor nunca decía algo, aunque lo dijera a gritos.

Pero Vicki, como la mayoría de las señoras, se dejaba deslumbrar fácilmente por los cretinos e insistió en ir a una lectura de Valoff. Era un viernes por la noche y hacía bastante calor en esa librería feminista-lesbiana-revolucionaria. No cobraban entrada. Valoff leía gratis. [...] Las muestras de su sabiduría eran de este calibre:

"Me afecta mucho el cielo verde
lloro azul, azur, azul, azur, azul..."

Valoff era inteligente. Sabía que azul podía nombrarse de dos modos.

[...]

- Mira -dijo Vicki-, mira qué cara. ¡Cómo tiene que haber sufrido!
- Sí -dije-, y ahora me toca a mí sufrir.
Valoff tenía un rostro bastante interesante..., comparado con la mayoría de los poetas. Pero, comparado con la mayoría de los poetas, casi todo el mundo lo tiene.
Victor Valoff comenzó:

"Al este del Suez de mi corazón
comienza un zumbar, zumbar, zumbar
silencio sombrío, sombra silenciosa
y de pronto llegó el verano
viene directamente como un
defensa diblando hasta llegar a la meta
de mi corazón"

Victor gritó el último verso y, mientras lo hacía, alguien cerca de mí dijo: "¡Maravilloso!". Era una poetisa feminista local que se había cansado de los negros y se tiraba a un doberman en su dormitorio. Era pelirroja, con trenzas, ojos apagados, y tocaba la mandolina mientras leía su obra. Casi toda su obra se refería a algo relacionado con la huella de un bebé muerto en la arena. Estaba casada con un médico que no se dejaba ver (al menos tenía el buen sentido de no asistir a lecturas de poesía). Este doctor le pasaba una cantidad generosa para subvencionar su poesía y alimentar su doberman.

[...]

- Caridad engomada -continuaba Valoff-, eso es lo que somos, caridad engomada, engomada, engomada, engomada caridad...
- Ahora dirá algo de un cuervo -dije.
- Engomada caridad -continuó Valoff- y el cuervo para siempre...
Se me escapó la risa. Valoff la reconoció. Me miró.
- Señoras y señores -dijo-, esta noche tenemos entre nosotros al poeta Henry Chinaski.
Se oyeron bisbiseos. Me conocían. "¡Cerdo sexista!","¡Borracho!", "¡Hijo de puta!"
Eché otro trago.
Continúa, por favor, Victor -dije.
Continuó.


"... condicionada bajo la joroba del valor
el sintético rectángulo inminente y trivial
no es más que un gene en Génova
un cuadrúpedo Quetzacoatl
y la china llora, llora agridulce y bárbara
en su manguito."

- Es maravilloso -dijo Vicki-, pero, ¿de qué está hablando?
- Habla de amorrarse al pilón.
- Ya me parecía a mí. Es un hombre maravilloso.
- Espero que se amorre al pilón mejor de lo que escribe.

"Pena, Dios santo, pena mía
esa pena de escoria,
barras y estrellas de pena,
cataratas de pena, mareas de pena,
pena a destajo,
por todas partes..."

- "Esa pena de escoria" -dije-. Me gusta eso.
- ¿Ha dejado ya de hablar de amorrarse al pilón?
- Sí, ahora dice que no se encuentra bien.

"... una decena de panadería, primo de un primo
admite mi estrectomicina
y, propicio, devora mi
gonfalón.
Sueño el plasma de carnaval
a través de frenético cuero..."

- ¿Y qué dice ahora? -preguntó Vicki.
- Dice que ya está otra vez en condiciones de amorrarse al pilón.
- ¿Otra vez? » 

Charles Bukowski