viernes, febrero 1

II

« Vivo solo por hartazgo de vivir acompañado y con el deseo de dejar pronto de estar solo. Gano mi dinero honradamente, con el trabajo de mi cerebro, lo cual es poco frecuente entre gente de pluma (literatos y avestruces). Me levanto y me acuesto tarde pues no creo que Dios ayude al que madruga; ahí están las gallinas que, a pesar de que se levantan con el alba, envejecen poniendo huevos para que los coman los demás y acaban muriendo en la cazuela. Así seguiré viviendo hasta que comience a vivir de otra manera. Soy feo, singularmente feo, feo elevado al cubo. Además soy bajo; un metro sesenta de altura. Soy delgado, de pelo negro, ojos oscuros, rostro afilado, orejas pequeñas, barba cerrada (afeitada con Gillette) y cuello planchado (con brillo). Mis facciones, que se animan en la conversación, tienen, cuando no hablo, una expresión dura, tirando al enfado. Mi esqueleto está proporcionado: doce grados menos proporcionado que "Apolo" y veinticinco grados más que "Quasimodo". Me gusta el campo, el arroz, los huevos fritos, las mujeres y el "beefsteack" con patatas. Nunca he padecido enfermedades repugnantes, esas enfermedades deshonrosas de que los hombres suelen hacer gala. Me siento capaz de ingerir hasta nueve cafés diarios sin que mi sueño se vea turbado por otra cosa que no sea la llegada del correo de las doce. Duermo con la tranquilidad de los justos y de las marmotas, y el sueño me produce dos efectos curiosos: me pone de mal humor y me ondula el pelo. Físicamente, por lo dicho, no reúno condiciones bastantes para obtener un solo elogio de las personas entendidas en estética. (Esto le sucede al 999 por ciento de los hombres, con la diferencia de que yo lo reconozco y lo digo, y los demás abrigan la pretensión de creerse guapos y seductores). Con respecto al carácter soy un sentimental y un romántico incorregible » .


Enrique Jardiel Poncela