« El profesor Neddring contempló benévolamente a su estudiante graduado y no vio en él el menor nerviosismo. El joven estaba tranquilamente sentado; su cabello era un poco rojizo y sus ojos ávidos, pero atemperados; llevaba las manos en los bolsillos de su bata de laboratorio.
"Un espécimen prometedor", pensó el profesor.
Hacía tiempo que sabía que el joven estaba interesado por su hija. Más aún, hacía algún tiempo que sabía que su hija estaba interesada por el joven.
— Hablemos claro, Hal —dijo el profesor—. Has venido a verme para obtener mi aprobación antes de declararte a mi hija, ¿verdad?
— Verdad, señor —asintió Hal.
— Concedo que no soy uno de esos padres anticuados, ni tampoco demasiado moderno, pero estoy seguro de que no se trata de una novedad —el profesor metió las manos en los bolsillos de su bata y se retrepó en su sillón—. La juventud, hoy día, no suele pedir permiso. Y no me irás a decir que renunciarás a mi hija si te niego ese permiso.
— No, si ella todavía quiere casarse conmigo, como supongo. Pero me gustaría...
— ... Conseguir mi aprobación ¿Por qué?
— Por diversos motivos prácticos. Aún no tengo el grado de doctor y no quiero que se murmure que salgo con su hija para que usted me ayude a obtenerlo. Si usted piensa esto, dígalo con claridad, y tal vez aguardaré hasta que me haya graduado. O tal vez no aguardaré, y correré el albur de que su desaprobación haga más difícil para mí conseguir el diploma.
— O sea que, en beneficio de tu doctorado, opinas que sería mejor que tú y yo fuésemos amigos.
— Honradamente, sí, profesor.
Hubo un silencio entre ambos. El profesor Neddring meditaba en el asunto con cierta vacilación. Su labor investigadora se refería actualmente a la compleja coordinación del cromo, y existía una dificultad bien definida en reflexionar con precisión respecto a algo tan impreciso como el afecto, el matrimonio, y el futuro probable de cada uno de los implicados en el asunto.
Se frotó su suave mejilla (a la edad de cincuenta años era demasiado viejo para lucir alguna de las barbas adoptadas por los miembros jóvenes de su Departamento), y murmuró:
— Bien, Hal, si deseas saber cuál es mi decisión, tendré que basarla en algo, y la única forma en que yo puedo juzgar a la gente es por medio de sus poderes de razonar. Mi hija te juzga a su manera, pero yo he de juzgarte a la mía.
— Es justo —aprobó Hal.
— Entonces te lo explicaré —el profesor se inclinó hacia delante y garabateó algo en un papel—. Dime qué significa esto y te daré mi bendición.
Hal cogió el papel. Lo que había escrito el profesor era una serie de números: 69663717263376833047.
— ¿Un criptograma? —se extrañó el joven.
— Puedes llamarlo así.
— Quiere que resuelva un criptograma —dijo Hal frunciendo el ceño levemente—, y si lo consigo, aprobará mi matrimonio, ¿eh?
—Sí.
Y en caso contrario, no aprobará el matrimonio.
— Reconozco que parece trivial, pero por este criterio pienso juzgarte. Claro que siempre podrás casarte sin mi aprobación. Jamce es mayor de edad.
— Prefiero casarme con su aprobación. ¿Cuanto tiempo tengo?.
— Ninguno. ¡La solución ahora mismo! Razónala.
— ¿Ahora?
— Claro.
Hal Nord cambió de postura en su silla, que crujió en respuesta. Luego, miró fijamente los números del papel.
— ¿He de hacerlo de memoria o puedo usar papel y lápiz'
— Dé memoria. Quiero oír cómo piensas. ¿Quién sabe? Si me gusta tu forma de pensar, tal vez te dé mi aprobación aunque no resuelvas el enigma.
— De acuerdo —-conformóse Hal—. En primer lugar, haré una suposición: supongo que usted es un hombre honrado y que no me propondría un problema que supiese por anticipado que yo soy incapaz de solucionarlo. Por tanto, este criptograma yo puedo solucionarlo, según cree usted. Lo que a su vez significa que se refiere a algo que yo conozco bien.
— Bien razonado —admitió el profesor.
Pero Hall no le escuchaba y continuó con lentitud.
— Naturalmente, conozco bien el alfabeto, de manera que estos números podrían ser una sustitución de algunas letras. Presumiblemente debería de existir, en este caso, alguna sutileza, si no, sena demasiado fácil. Pero soy un aficionado a la solución de criptogramas y a menos que pueda adivinar rápidamente cierta pauta en los números aquí escritos, estaré perdido. Bien, aquí hay cinco seises y cinco treses, pero ni un solo cinco... lo cual no significa nada para mí. Por tanto, abandono la posibilidad de un cifrado generalizado y paso al campo de nuestra especialización.
Meditó unos momentos y reanudó sus deducciones.
— Usted está especializado en química inorgánica que, ciertamente, también será mi especialización. Para cualquier químico los números se refieren a números atómicos. Todos los elementos quimicos poseen su número característico y se conocen ciento cuatro elementos, o sea que los números relacionados con los átomos van del 1 al 104.
"Usted no indica cómo han de separarse los números. Los números dígitos, dentro de los atómicos, van del 1 al 9; los pares dígitos, del 10 al 99, y los tríos de dígitos del 100 al 104. Esto es obvio, profesor, pero usted quería oírme razonar y es lo que estoy haciendo.
"Podemos olvidarnos de los números atómicos de tres dígitos, puesto que en ellos el 1 va siempre seguido de un cero, y el único 1 del criptograma va seguido del 7. Como hay pues, veinte números dígitos, es posible que sólo se trate aquí de diez números atómicos de dos dígitos: diez de ellos. Podría tratarse de nueve pares de dígitos y dos de uno, aunque lo dudo. Incluso dos números atómicos de un dígito podrían estar presentes en centenares de combinaciones diferentes en la lista de elementos, pero sería una solución demasiado difícil para encontrarla ahora. Yo creo, por consiguiente, que estoy tratando con diez dígitos de dos plazas, y que el criptograma puede convertirse en: 69, 66, 37, 17, 26, 33, 76, 83, 30, 47. Estos números no significan nada en sí mismos, pero si se trata de números atómicos ¿por qué no transformar cada uno en el nombre del elemento que representan? Los nombres sí serían significativos. Lo cual no es muy fácil porque no sé de memoria toda la lista de elementos por el orden atómico. ¿Puedo consultar una tabla?
El profesor le escuchaba con interés.
— Yo no consulté tablas para preparar este criptograma.
— De acuerdo. Veamos... —murmuró Hal lentamente—. Algunos son claros. Sé que el 17 es el cloro, el 26 el hierro, el 83 el bismuto, el 30 el cinc. En cuanto al 76, es algo cercano al oro, que es el 79, lo que significa platino, osmio, iridio... podría ser el osmio. Dos de ellos son elementos raros y jamás he logrado memorizarlos. Veamos... veamos... Ah, sí, creo que ya los tengo.
Escribió algo con rapidez y prosiguió:
— La lista de diez elementos es: tulio, disprosio, rubidio, cloro, hierro, arsénico, osmio, bismuto, cinc y plata. ¿No es así? No, no conteste.
Estudió la lista pensativamente.
— No veo ninguna relación entre esos elementos. Aunque supongo que son una pista. Bien, pasemos esto por alto y me pregunto si hay algo, aparte del número atómico, que sea tan característico de esos elementos que cualquier químico lo vea interesante. Obviamente, debe tratarse del símbolo químico, la abreviatura con una o dos letras para cada elemento, que para el químico es como la segunda naturaleza del elemento. En este caso, la lista de símbolos químicos es... —volvió a escribir—. Tm, Di, Rb, Cl, Fe, As, Os, Bi, Zn, Ag.
"Esto podría formar una frase, mas no es así; o sea que se trata de algo más sutil. Si con esto se hace un acróstico y se lee sólo la primera letra de cada símbolo, tampoco sirve de nada. Por tanto, hay que probar de otro modo, o sea leyendo la segunda letra de cada símbolo por orden... y el total dice: "mi bendición (1)". Supongo que ésta es la solución.
— Exacto —asintió el profesor con gravedad—. Has razonado con precisión y te concedo mi permiso para que le propongas a mi hija el casamiento.
Hal se puso de pie, vaciló y se acercó de nuevo a la mesa.
— Por otra parte, no me gusta alabarme de algo que no merezco. Es posible que el razonamiento que he efectuado sea preciso, pero solamente lo hice porque quería que usted me oyese razonar con lógica. En realidad, conocía la respuesta antes de empezar, de modo que en cierto modo le engañé y lo admito sinceramente.
— ¿Cómo es eso?
— Bueno, usted me aprecia y supongo que deseaba que encontrase la solución, cosa que jamás podría hacer sin su ayuda. Cuando me entregó el papel, me dijo: "Dime qué significa esto y te daré mi bendición". Supuse, pues, que debía tomar sus palabras al pie de la letra. "Mi bendición" tiene diez letras (2) y usted me entregó veinte dígitos. Naturalmente, yo los separé por parejas.
"Luego, le dije que no recordaba de memoria la lista de los elementos. Bien, los pocos elementos que recordaba eran suficientes para mostrarme que, juntando las segundas letras de cada símbolo, la frase resultante era "mi bendición", de manera que logré añadir los símbolos que no recordaba de acuerdo con las letras que faltaban para formar la frase "mi bendición". ¿Está enfadado conmigo?
El profesor Neddring sonrió.
— Ahora es cuando has razonado bien, muchacho —dijo— Cualquier científico competente puede pensar con lógica. Los grandes se sirven de la intuición »
Isaac Asimov
Publicado en mayo de 1970 en la revista Ellery Queen's Mistery Magazine
con el título inicial A Problem of Numbers,
«As Chemist to Chemist» (renombrado así posteriormente)
(1) Naturalmente, el criptograma del doctor Asimov debe entenderse con referencia al idioma inglés, en el que la palabra "bendición" es blessing, y "mi", es my. (N. del T.)
(2) Remitimos al lector a la nota anterior.