« -... En mi país siempre ha habído guerras.
-En el mío también.
-No creo que tantas como aquí. Nunca hemos cesado de luchar y no alcanzo a explicarme por qué. No sé si es la naturaleza humana o es la naturaleza de mi tierra. En Biah, como en Sarajevo, vivíamos musulmanes, croatas, y serbios, todos juntos. Cuando era el Ramadán, mis amigos cristianos venían a mi casa a merendar tras el ayuno. Y yo iba a casa de mis amigos en la Navidad católica y en la Pascua ortodoxa. Siempre había fiestas y las celebrábamos juntos. Pero vino la guerra y todos nos separamos: los amigos nos convertimos en enemigos. ¿No es inexplicable? Un hombre, aquí en Bosnia, puede matar a su amigo de la infancia simplemente porque pertenece a una religión distinta. La cultura y la religión están hechas para unir, no para matar, ¿no es así?
-No lo sé. La Historia me marea, no soy capaz de explicármela ¿Es usted creyente?
-No creo en Dioses. Pero soy musulmana, me guste o no, y mis vecinos me ven como musulamana. Es absurdo, pero así es la guerra: una crueldad estúpida.
(...)
- Yo siento ahora que escribir sobre la guerra no servirá de nada.
- Tú sabes escribir muy bien. Si yo supiera hacerlo como tú, quizás hubiera vivido el periodismo de otra manera. Pero no valgo tanto como eso. En todo caso, denunciar es útil, aunque te pringues de sangre.
- Ahora sólo intento mantener la fe.
- La fe ha muerto ¿Puedes creer en Dios cuando sales a las calles de Sarajevo?
- No hablo de Dios. No quiero perder la fe en el Hombre.
- El hombre es mierda, tú y yo incluidos. A veces me da miedo pensar que, en otra situación, yo podría llegar a hacer lo que hacen esos asesinos, los que disparan en las calles contra la gente.
- Yo he sentido algo parecido estos días...
- Tú y yo no somos tan distintos, aunque tú te preguntes a diario sobre la existencia de Dios y yo me agache a rodar junto a los muertos. Pero debo hacerlo: los espectadores tienen que ver mi imagen junto a un cadáver porque así sentirán que ellos también podrían estar al lado de la muerte. Eso ayuda a que ellos odian la guerra... Supongo.
(...)
No hay una sensación semejante a la de pensar que vas a morir. Dicen algunos que, en ese momento, todos los instantes importantes de tu vida corren a galope delante de tu memoria en cuestión de segundos. No es así. Lo que sucede es que haces un juicio sobre ti mismo, sobre tu propia estética, sobre tu forma de ver el mundo y verte a ti, y te preguntas si has llegado a ser como quisiste ser, si has obrado en consecuencia con lo que le exigías a tu vida. Y no tienes miedo más que de ti mismo, de no haber sido capaz de ser lo que deberías haber sido, de responder al dibujo que deseabas trazar para tu propia alma. Te miras en el espejo de la muerte esperando estar a la altura de tu propio orgullo. Y si piensas que lo has logrado, puedes incluso sentirte alegre aunque lamentes tu fin. Porque morir es algo gratuito, que sucede cuando menos te lo esperas. Pero vivir en armonía con tu propia estética es un raro privilegio. Y eso, sólo eso, es el valor »
Javier Reverte