lunes, noviembre 30

El día que Nietzsche lloró

 "Desde el exterior, parece que llevo una vida muy buena, pero si profundizas un poco, verás que hay una gran desesperación dentro de mí."


Irvin D. Yalom 

domingo, noviembre 29

Simple


 “Me voy a dormir solo y me despierto solo. Salgo a caminar. Trabajo hasta cansarme. Veo el viento jugar con la basura que ha estado bajo la nieve todo el invierno. Todo parece simple hasta que lo piensas".

Audrey Niffenegger

sábado, noviembre 28

El amor de los miserables

“El amor es una parte del alma misma, es de la misma naturaleza que ella, es una chispa divina; como ella, es incorruptible, indivisible, imperecedero. Es una partícula de fuego que está en nosotros, que es inmortal e infinita, a la cual nada puede limitar, ni amortiguar.”








Victor Hugo

viernes, noviembre 27

La decepción y el amor

 


Puedes hacer algo

"Lo mejor para las turbulencias del espíritu, es aprender. Es lo único que jamás se malogra. Puedes envejecer y temblar, anatómicamente hablando; puedes velar en las noches escuchando el desorden de tus venas, puede que te falte tu único amor y puedes perder tu dinero por causa de un monstruo; puedes ver el mundo que te rodea, devastado por locos peligrosos, o saber que tu honor es pisoteado en las cloacas de los espíritus más viles. Sólo se puede hacer una cosa en tales condiciones: aprender."

M. Yourcenar

Sources II (Gallimard, 1999)

Poder y decisión


 

jueves, noviembre 26

Aprendizajes

"Creo que el hombre aprende mucho más de la adversidad, 

siempre que no lo destruya, que de la bonanza. 

Uno aprende con lo que vive, no con lo que cuentan. 

Se aprende más del dolor y no de los triunfos".


José Mujica

martes, noviembre 24

El dios de Spinoza

"El 24 de Noviembre de 1632 se cumplieron 388 años desde el nacimiento de Spinoza. Y por lo que parece, si hacemos caso al interés que su pensamiento suscita actualmente en múltiples campos (desde la teoría política a la sociología, desde la metafísica a la neurobiología...), Bento “el hombre libre” se mantiene envidiablemente joven.

Mucho se ha discutido sobre la religión de Spinoza. Borges decía acertadamente que, con la laboriosidad y paciencia infinitas del geómetra y pulidor de lentes, ese judió había creado su propio Dios.

La religión spinozista, eso que él llamaba tan elegantemente “Ética”, consiste en algo muy simple: honrar y celebrar la vida en cada uno de nuestros actos, sean pequeños o grandes (no hay diferencia).

Pero eso también implica en ocasiones una especie de santa cólera, una firmeza implacable para mantener a raya todo lo que humilla a la vida, todo lo que la ridiculiza o la pervierte, todo lo que convierte la vida en una ceremonia mortal. Ahí la celebración se transforma en un rigor absoluto, en eso que a veces parece “arrogancia” en el filósofo y suele estar tan mal visto, y se debe a no tolerar lo más mínimo la bajeza y la estupidez.

El camino que nos ofrece Spinoza es el de una sabiduría tan racional como vital. Ese camino no es fácil, y hoy debe de ser visto por la izquierda resentida como el colmo del elitismo, su más alta cumbre. Y ciertamente, “todo lo excelso es tan difícil como raro”. Pero precisamente lo que no es es elitista, pues no hay nada más barato que llegar a la cumbre de la ética. Basta con hacerse con un libro, y ejercer las capacidades naturales que tiene todo ser humano. El camino de la verdadera sabiduría es un camino difícil, pero abierto y accesible para cualquiera".


Baruch Spinoza


ÁNIMO


 

domingo, noviembre 22

La incertidumbre del amor

“Desgraciadamente pienso que el amor trae más pesares que placeres. Ahora claro que la felicidad que da el amor es tan grande que más vale ser desdichado muchas veces para ser feliz algunas. Yo creo que todos nosotros hemos sido muy felices con el amor alguna vez y también creo que todos hemos sido muy desdichados muchas veces.

El amor le ofrece a uno esa incertidumbre, esa inseguridad del hecho de poder pasar de una felicidad absoluta a la desdicha; pero también de poder pasar de la desdicha a la brusca, a la inesperada felicidad. Pienso que es una experiencia y uno no debe rehusar experiencias”.



Jorge Luis Borges

viernes, noviembre 20

Evidente

"El amor y el desamor son muy evidentes, el problema es que somos una sociedad que gradualmente ha perdido el sentido común y por eso ha perdido la capacidad de observar lo que es evidente."


Jonathan R. Ahumada

Clínica de las emociones

jueves, noviembre 19

Caminos

"En ocasiones tocará caminar cuesta arriba y habrá que asumirlo , serán caminos pesados pero no intransitables, también en la vida hay otros caminos que son disfrutables. Sin embargo las personas destructivas suelen hacer de los caminos disfrutables unos caminos pesados para el otro, así oprimen y esa opresión deja huellas, por ejemplo, en el neuroticismo hay una tendencia automática a transformar lo simple en complicado, en tornar los caminos disfrutables en caminos cuesta arriba y resulta que cuando verdaderamente aparecen los caminos complicados, estas personas no pueden asumirlos puesto que desde un principio lo simple lo han vuelto complicado. Lo simple lo sufren y lo complicado no lo enfrentan, quedando atrapados en su propia incapacidad."


Jonathan R. Ahumada 

Clínica de las emociones 

martes, noviembre 10

La otra mirada de Mario Guerra

 


La osadía de Sigmund Freud

"Freud osó atribuir importancia a lo que le ocurría a él, a las antinomias de su infancia, a sus trastornos neuróticos, a sus sueños. Por ello, es Freud, para todos nosotros, un hombre situado como todos en medio de todas las contingencias: la muerte, la mujer, el padre."





Jacques Lacan

domingo, noviembre 8

Los Protocolos de los sabios de Sion

"Mantendremos sus vidas cortas y sus mentes débiles mientras pretendemos hacer lo contrario. Usaremos nuestro conocimiento de la ciencia y la tecnología de manera sutil para que nunca vean lo que está sucediendo. Usaremos metales blandos, aceleradores del envejecimiento y sedantes en alimentos y agua, así como en el aire, estarán cubiertos de veneno dondequiera que miren.

Los metales pesados les harán perder la cabeza. Prometeremos encontrar una cura con nuestros muchos fondos y, sin embargo, les daremos más veneno.

Los venenos químicos serán absorbidos por la piel de idiotas que creen que ciertos productos de higiene y belleza presentados por grandes actores y músicos, traerán la eterna juventud a sus rostros y cuerpos, y a través de sus bocas sedientas y hambrientas destruiremos sus mentes y sistemas de órganos internos y de reproducción. Sin embargo, sus hijos nacerán discapacitados y deformados y ocultaremos esta información.

Los venenos estarán ocultos en todo lo que los rodea, en lo que beben, comen, respiran y usan. Tenemos que ser ingeniosos para distribuir los venenos porque pueden ver lejos.

Les enseñaremos que los venenos son buenos, con imágenes divertidas y tonos musicales en la televisión. Aquellos que los estén buscando serán de gran ayuda. Los inscribiremos para impulsar nuestros venenos.

Verán que nuestros productos se utilizan en películas y se acostumbrarán a ellos y nunca conocerán su verdadero efecto. Cuando den a luz, inyectaremos veneno en la sangre de sus hijos y los convenceremos de que los estamos ayudando. Empezaremos antes, cuando sus mentes sean jóvenes, apuntaremos a sus hijos con lo que más les gusta, las cosas dulces.

Cuando sus dientes se deterioren, los llenaremos de metales que matarán sus mentes y les robarán el futuro.

Cuando su capacidad de aprendizaje se ha visto afectada, hemos creado medicamentos que los enfermarán más y les causarán otras enfermedades, para lo cual crearemos aún más medicamentos.

Los haremos dóciles y débiles ante nosotros, por nuestro poder.

Se volverán deprimidos, lentos y obesos, y cuando acudan a nosotros en busca de ayuda, les daremos más veneno.

Centraremos nuestra atención en el dinero y los bienes materiales para que nunca se conecten con su yo interior.

Los distraeremos con fornicación, placeres externos y videojuegos, para que nunca sean uno con la unidad de todos.

Sus mentes nos pertenecerán y harán lo que les digamos. Si se niegan, encontraremos formas de implementar tecnología que altere la mente en sus vidas.

Usaremos el miedo como nuestra arma.

Estableceremos sus gobiernos y estableceremos oposición dentro de ellos.

Seremos dueños de ambos lados.

Siempre ocultaremos nuestro objetivo, pero continuaremos con nuestro plan. Ellos harán el trabajo por nosotros y prosperaremos con su trabajo.

Nuestras familias nunca se mezclarán con las suyas. Nuestra sangre debe ser pura (porque lo es). Haremos que se maten entre sí cuando se opongan a nosotros.

Los mantendremos separados de la unidad a través del dogma y la religión.

Controlaremos todos los aspectos de sus vidas y les diremos qué pensar y cómo.

Los guiaremos amablemente y les haremos creer que se están guiando a sí mismos.

Instigaremos la animosidad entre ellos a través de nuestras facciones.

Cuando una luz brille entre ellos, la apagaremos mediante la burla o la muerte, que más nos convenga.

Haremos que destrocen sus corazones y maten a sus propios hijos.

Lo lograremos usando el odio como nuestro aliado, la ira como nuestro amigo.

El odio los cegará por completo y nunca verán que en sus conflictos seremos sus líderes.

Estarán ocupados matándose unos a otros. Se bañarán en su propia sangre y matarán a sus vecinos, siempre que veamos que están en contra nuestra.

Nos beneficiaremos mucho de esto, porque no nos verán, porque no pueden vernos.

Continuaremos prosperando con sus guerras y sus muertes.

Repetiremos esto hasta lograr nuestro objetivo final. Seguiremos haciéndoles vivir con miedo y rabia, les daremos imágenes y sonidos. Usaremos todas las herramientas que tenemos para lograrlo.

Las herramientas serán proporcionadas por su trabajo. Haremos que se odien a sí mismos y a sus vecinos.

Siempre les ocultaremos la verdad divina, que todos somos uno. ¡Eso nunca debe saberlo!

Nunca deben saber que el color es una ilusión, siempre deben creer que no son iguales. Gota a gota, gota a gota, avanzaremos en nuestra meta. Nos apropiaremos de sus tierras, recursos y riquezas para ejercer control sobre ellos.

Los engañaremos para que acepten leyes que les robarán la poca libertad que tienen.

Estableceremos un sistema monetario que los cerrará para siempre, manteniéndolos a ellos y a sus hijos endeudados.

Cuando los prohibamos juntos, los acusaremos de asesinato y presentaremos una historia diferente al mundo porque seremos dueños de todos los medios.

Usaremos los medios de comunicación para controlar el flujo de información y sus sentimientos a nuestro favor. Cuando se levanten contra nosotros, los aplastaremos como insectos, porque son menos que eso. No podrán hacer nada al respecto."



1902 

Los Protocolos es una obra de ficción, escrita intencionalmente para culpar a los judíos de una variedad de males. Los que la distribuyen afirman que documenta una conspiración judía para dominar el mundo. Pero la conspiración y sus presuntos líderes, referidos como "los sabios de Sion", nunca existieron.

La mayor parte de los escritos en los Protocolos fueron plagiados del libro Dialogue aux enfers entre Machiavel et Montesquieu (‘Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu’), publicado por el autor satírico francés Maurice Joly en el año 1864. Joly atacaba las ambiciones políticas de Napoleón III utilizando a Maquiavelo como una sinopsis diabólica en el infierno, como un doble de sí mismo para poder dar su opinión acerca de Napoleón. El propio Joly parece haber copiado material de una popular novela de Eugène Sue, Los misterios de las personas, en la que los conspiradores fueron jesuitas. Los judíos no aparecen en ninguno de los dos trabajos. Puesto que era ilegal criticar a la monarquía, Joly imprimió el folleto en Bélgica y luego trató de pasarlo de contrabando a Francia. La policía confiscó un gran número de ejemplares. Joly fue juzgado el 25 de abril de 1865 y condenado a 15 meses de prisión. Joly se suicidó en 1878.

Rayuela (capítulo I)

"¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.

Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sebastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.

¿Qué venía yo a hacer al Pont des Arts? Me parece que ese jueves de diciembre tenía pensado cruzar a la villa derecha y beber vino en el cafecito de la rue des Lombards donde madame Leonie me mira la palma de la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te llevé a que madame Leonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. De manera que nunca te llevé a que madame Leonie, Maga; y sí, porque me lo dijiste, que a vos no te gustaba que yo te viese entrar en la pequeña librería de la rue de Verneuil, donde un anciano agobiado haca miles de fichas y sabe todo lo que puede saberse sobre historiografía. Ibas allá a jugar con un gato, y el viejo te dejaba entrar y no te hacía preguntas, contento de que a veces le alcanzaras algún libro de los estantes más altos. Y te calentabas en su estufa de gran caño negro y no te gustaba que yo supiera que ibas a ponerte al lado de esa estufa. Pero todo esto había que decirlo en su momento, solo que era difícil precisar el momento de una cosa, y aun ahora, acodado en el puente, viendo pasar una pinaza color borra vino, hermosísima como una gran cucaracha reluciente de limpieza, con una mujer de delantal blanco que colgaba ropa en un alambre de la proa, mirando sus ventanillas pintadas de verde con cortinas Hansel y Gretel, aun ahora, Maga, me preguntaba si este rodeo tenía sentido, ya que para llegar a la rue des Lombards me hubiera convenido más cruzar el Pont Saint-Michel y el Pont au Change. Pero si hubieras estado ahí esa noche, como tantas otras veces, yo habría sabido que el rodeo tenía un sentido, y ahora en cambio envilecía mi fracaso llamándolo rodeo. Era cuestión, después de subirme el cuello de la canadiense, de seguir por los muelles hasta entrar en esa zona de grandes tiendas que se acaba en el Chatelet, pasar bajo la sombra violeta de la Tour Saint-Jacques y subir por mi calle pensando en que no te había encontrado y en madame Leonie.

Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para mirar las cosas más insignificantes en las vitrinas apenas iluminadas de unas calles que ya no recuerdo. Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriada, hasta que te cansaste de no estar cansada y nos metíamos en un café del Boul Mich y de golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida.

Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Más tarde te creí, más tarde hubo razones, hubo madame Leonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras. "Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts." (Una pinaza color borra vino, Maga, y por qué no nos habremos ido en ella cuando todavía era tiempo.)

Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo), luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo - Maga que era la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la arena Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva, un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil. Y entonces en esos días íbamos a los cine-clubs a ver películas mudas, porque yo con mi cultura, no es cierto, y vos pobrecita no entendías absolutamente nada de esa estridencia amarilla convulsa previa a tu nacimiento, esa emulsión estriada donde corrían los muertos; pero de repente pasaba por ahí Harold Lloyd y entonces te sacudías el agua del sueño y al final te convencías de que todo había estado muy bien, y que Pabst y que Fritz Lang. Me hartabas un poco con tu manía de perfección, con tus zapatos rotos, con tu negativa a aceptar lo aceptable. Comíamos hamburgers en el Carrefour de l'Odeon, y nos íbamos en bicicleta a Montparnasse, a cualquier hotel a cualquier almohada. Pero otras veces seguíamos hasta la Porte d'Orleans, conocíamos cada vez mejor la zona de terrenos baldíos que hay más allá del Boulevard Jourdan, donde a veces a medianoche se reunían los del club de la Serpiente pare hablar con un vidente ciego, paradoja estimulante. Dejábamos las bicicletas en la calle y nos internábamos de a poco, parándonos a mirar el cielo porque esa es una de las pocas zonas de París donde el cielo vale más que la sierra. Sentados en un montón de basuras fumábamos un rato, y la Maga me acariciaba el pelo o canturreaba melodías ni siquiera inventadas, melopeyas absurdas cortadas por suspiros o recuerdos. Yo aprovechaba para pensar en cosas inútiles, método que había empezado a practicar años atrás en un hospital y que cada vez me parecía más fecundo y necesario. Con un enorme esfuerzo, reuniendo imágenes auxiliares, pensando en olores y caras, conseguía extraer de la nada un par de zapatos marrones que había usado en Olavarría en 1940. Tenían tacos de goma, suelas muy fines, y cuando llovía me entraba el agua hasta el alma. Con ese par de zapatos en la mano del recuerdo, el resto venía solo: la cara de doña Manuela, por ejemplo, o el poeta Ernesto Morroni. Pero los rechazaba porque el juego consistía en recobrar tan solo lo insignificante, lo in ostentoso, lo perecido. Temblando de no ser capaz de acordarme, atacado por la polilla que propone la prórroga, imbécil a fuerza de besar el tiempo, terminaba por ver al lado de los zapatos una latita de Té Sol que mi madre me había dado en Buenos Aires. Y la cucharita pare el té, cuchara-ratonera donde las lauchitas negras se quemaban vivas en la taza de agua lanzando burbujas chirriantes. Convencido de que el recuerdo lo guarda todo y no solamente a las Albertinas y a las grandes efemérides del corazón y los rincones, me obstinaba en reconstruir el contenido de mi mesa de trabajo en Floresta, la cara de una muchacha irrecordable llamada Gekrepten, la cantidad de plumas cucharita que había en mi caja de útiles de quinto grado, y acababa temblando de tal manera y desesperándome (porque nunca he podido acordarme de esas plumas cucharita, sé que estaban en la caja de útiles, en un compartimiento especial, pero no me acuerdo de cuántas eran ni puedo precisar el momento justo en que debieron ser dos o seis), hasta que la Maga, besándome y echándome en la cara el humo del cigarrillo y su aliento caliente, me recobraba y nos reíamos, empezábamos a andar de nuevo entre los montones de basura en busca de los del club. Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas. Con la Maga hablábamos de pata física hasta cansarnos, porque a ella también le ocurría (y nuestro encuentro era eso, y tantas cosas oscuras como el fósforo) caer de continuo en las excepciones, verse metida en casillas que no eran las de la gente, y esto sin despreciar a nadie, sin creernos Maldorores en liquidación ni Melmoths privilegiadamente errantes. No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas más fenomenales de este circo, y sin embargo baste suponerle una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio. De la misma manera a la Maga le encantaban los líos inverosímiles en que andaba metida siempre por causa del fracaso de las leyes en su vida. Era de las que rompen los puentes con solo cruzarlos, o se acuerdan llorando a gritos de haber visto en una vitrina el décimo de lotería que acaba de ganar cinco millones. Por mi parte ya me había acostumbrado a que me pasaran cosas modestamente excepcionales, y no encontraba demasiado horrible que al entrar en un cuarto a oscuras para recoger un álbum de discos, sintiera bullir en la palma de la mano el cuerpo vivo de un ciempiés gigante que había elegido dormir en el lomo del álbum. Eso, y encontrar grandes pelusas grises o verdes dentro de un paquete de cigarrillos, u oír el silbato de una locomotora exactamente en el momento y el tono necesarios pare incorporarse ex oficio a un pasaje de una sinfonía de Ludwig Van, o entrar a una pissottière de la rue de Medicis y ver a un hombre que orinaba aplicadamente hasta el momento en que, apartándose de su comportamiento, giraba hacia mí y me mostraba, sosteniéndolo en la palma de la mano como un objeto litúrgico y precioso, un miembro de dimensiones y colores increíbles, y en el mismo instante darme cuenta de que ese hombre era exactamente igual a otro (aunque no era el otro) que veinticuatro horas antes, en la Salle de Géographie, había disertado sobre tótems y tabúes, y había mostrado público, sosteniéndolos preciosamente en la palma de la mano, bastoncillos de marfil, plumas de pájaro lira, monedas rituales, fósiles mágicos, estrellas de mar, pescados secos, fotografías de concubinas reales, ofrendas de cazadores, enormes escarabajos embalsamados que hacían temblar de asustada delicia a las infaltables señoras.

En fin, no es fácil hablar de la Maga que a esta hora anda seguramente por Belleville o Pantin, mirando aplicadamente el suelo hasta encontrar un pedazo de género rojo. Si no lo encuentra seguirá así toda la noche, revolverá en los tachos de basura, los ojos vidriosos, convencida de que algo horrible le va a ocurrir si no encuentra esa prenda de rescate, la señal del perdón o del aplazamiento. Sé lo que es eso porque también obedezco a esas señales, también hay veces en que me toca encontrar trapo rojo. Desde la infancia apenas se me cae algo al suelo tengo que levantarlo, sea lo que sea, porque si no lo hago va a ocurrir una desgracia, no a mí sino a alguien a quien amo y cuyo nombre empieza con la inicial del objeto caído. Lo peor es que nada puede contenerme cuando algo se me cae al suelo, ni tampoco vale que lo levante otro porque el maleficio obraría igual. He pasado muchas veces por loco a causa de esto y la verdad es que estoy loco cuando lo hago, cuando me precipito a juntar un lápiz o un trocito de papel que se me han ido de la mano, como la noche del terrón de azúcar en el restaurante de la rue Scribe, un restaurante bacán con montones de gerentes, putas de zorros plateados y matrimonios bien organizados. Estábamos con Ronald y Etienne, y a mí se me cayó un terrón de azúcar que fue a parar abajo de una mesa bastante lejos de la nuestra. Lo primero que me llamó la atención fue la forma en que el terrón se había alejado, porque en general los terrones de azúcar se plantan apenas tocan el suelo por razones paralelepípedas evidentes. Pero este se conducía como si fuera una bola de naftalina, lo cual aumentó mi aprensión, y llegué a creer que realmente me lo habían arrancado de la mano. Ronald, que me conoce, miró hacia donde había ido a parar el terrón y se empezó a reír. Eso me dio todavía más miedo, mezclado con rabia. Un mozo se acercó pensando que se me había caído algo precioso, una Parker o una dentadura postiza, y en realidad lo único que hacía era molestarme, entonces sin pedir permiso me tiré al suelo y empecé a buscar el terrón entre los zapatos de la gente que estaba llena de curiosidad creyendo (y con razón) que se trataba de algo importante. En la mesa había una gorda pelirroja, otra menos gorda pero igualmente putona, y dos gerentes o algo así. Lo primero que hice fue darme cuenta de que el terrón no estaba a la vista y eso que lo había visto saltar hasta los zapatos (que se movían inquietos como gallinas). Para peor el piso tenía alfombra, y aunque estaba asquerosa de usada el terrón se había escondido entre los pelos y no podía encontrarlo. El mozo se tiró del otro lado de la mesa y ya éramos dos cuadrúpedos moviéndonos entre los zapatos-gallina que allá arriba empezaban a cacarear como locas. El mozo seguía convencido de la Parker o el Luis de oro, y cuando estábamos bien metidos debajo de la mesa, en una especie de gran intimidad y penumbra y él me preguntó y yo le dije, puso una cara que era como para pulverizarla con un fijador, pero yo no tenía ganas de reír, el miedo me hacía una doble llave en la boca del estómago y al final me dio una verdadera desesperación (el mozo se había levantado furioso) y empecé a agarrar los zapatos de las mujeres y a mirar si debajo del arco de la suela no estaría agazapado el azúcar, y las gallinas cacareaban, los gallos gerentes me picoteaban el lomo, oía las carcajadas de Ronald y de Etienne mientras me movía de una mesa a otra hasta encontrar el azúcar escondido detrás de una pata Segundo Imperio. Y todo el mundo enfurecido, hasta yo con el azúcar apretado en la palma de la mano y sintiendo como se mezclaba con el sudor de la piel, como asquerosamente se deshacía en una especie de venganza pegajosa, esa clase de episodios todos los días".


Julio Cortázar



sábado, noviembre 7

Sueños y realidad

"Tenemos que obligar a la realidad a que responda a nuestros sueños, hay que seguir soñando hasta abolir la falsa frontera entre lo ilusorio y lo tangible, hasta realizarnos y descubrirnos que el paraíso estaba ahí, a la vuelta de todas las esquinas".




Julio Cortázar

Alcor, 1964

jueves, noviembre 5

La fuerza de Riso

"Las mejores cosas de la vida no pueden lograrse por la fuerza. Puedes obligar a comer, pero no puedes obligar a sentir hambre; puedes obligar a alguien a acostarse, pero no a dormir; puedes obligar a que te elogien, pero no a que te admiren; puedes obligar a que te cuenten un secreto, pero no a confiar; puedes obligar a que te sirvan, pero no a que te amen."




miércoles, noviembre 4

El amor de Walter Riso

"Si alguien me dijera: "Te amaré toda la vida:, antes de ponerme contento, preguntaría: "¿De qué amor me hablas?", y luego agregaría: "Si te refieres al "amor como estado", es decir, al amor pasional (eros), pensaría que estás comprometiéndote con algo que no vas a poder cumplir, que me estás tomando el pelo o simplemente que tienes una idea ditorsionada o sobrevalorada del amor: demasiado optimismo para mi gusto. Pero, si a lo que aludes es al "amor en acto", es decir, al amor trabajado, construido y ejecutado en el día a día (philia), podría llegar a creerte, porque el cumplimiento de la promesa dependería de ti, de tu voluntad y no de un sentimiento. ¿Podrías entonces aclararme a qué amor te refieres? "


Walter Riso

martes, noviembre 3

El arte de la novela

"Pero si el porvenir no representa un valor para mí, ¿a quién o a qué me siento ligado?: ¿a Dios? ¿a la patria? ¿al pueblo? ¿al individuo? Mi respuesta es tan ridícula como sincera: no me siento ligado a nada salvo a la desprestigiada herencia de Cervantes."






Milan Kundera

El enroque de Kundera

"Cuando era pequeña el padre le enseñó a jugar al ajedrez. Le había llamado la atención un movimiento que recibe el nombre de enroque: el jugador cambia en una sola jugada la posición de dos figuras: pone la torre junto al rey y desplaza al rey hacia la esquina, al lado del sitio que ocupaba la torre. Aquel movimiento le había gustado: el enemigo concentra todo su esfuerzo en amenazar al rey y éste de pronto desaparece ante sus ojos; se va a vivir a otra parte. Soñaba toda su vida con ese movimiento y soñaba con él tanto más cuanto más cansada estaba."

El triple filtro


 

lunes, noviembre 2

Las cuatro C´s


"No creo que haya ninguna cumbre que no pueda ser escalada

por una persona que conozca el secreto para hacer realidad sus sueños.

Este secreto especial yo lo resumo en cuatro Cs.

Son la curiosidad, la confianza, el coraje y la constancia.

De todos ellos el más importante es la confianza.

Cuando creas en algo, créelo sin dudar y sin cuestionarlo."


Walt Disney



La luz de los sabios

"I. El arte de vivir consiste, únicamente, en proceder con sencillez.


II. El hombre superior persevera siempre en el camino, se adapta a los tiempos, pero permanece firme en su dirección y corrige sus objetivos.


III. Hay que evitar los extremos, ya que son causa de todas las desventuras.


IV. Nunca hay que provocar una acción si no estamos seguros de dominar sus consecuencias.


V. La perseverancia por sí sola no asegura el éxito. Por mucho que estés al acecho, no cazarás nada en el campo donde no hay presa.


VI. El cambio es seguro. A la calma siguen las dificultades; a la partida de los hombres malvados sigue su retorno. Aprende a ser feliz en el intervalo.


VII. El que posee la fuente de entusiasmo logra grandes cosas. El que duda no. Y el entusiasta reunirá amigos a su alrededor como un broche recoge el pelo.


VIII. Antes de que empiece el gran esplendor, debe haber el caos. Antes de que la persona brillante empiece algo grande, parecerá estúpida ante las masas.


IX. El hombre tranquilo y solitario tiene acceso a lo inescrutable.


X. Cuando el camino llega a su final, entonces cambia. Cuando cambia, puedes atravesarlo."

domingo, noviembre 1

The final cut

“Y si yo te muestro mi lado oscuro 

¿Me abrazarás esta noche todavía? 

Y si te abro mi corazón y te enseño mi lado débil

 ¿Qué harías?” 

Pink Floyd

La trampa de John Lennon


 

La soledad organizada

"¿Alguien recuerda la edad dorada del confinamiento, cuando la humanidad se creyó una en el amor universal? Muchos vieron el augurio de una redención, la promesa de una enmienda histórica: renaceríamos mejores y más buenos. Aquel sueño no duró mucho, porque muy pronto mudó en pesadilla y volvieron los zombies, las criaturas funestas que dormían en el mismo fango del que provenimos. Si el virus es ya una desgracia que se desparrama por la tierra, cada nueva oleada arrastra consigo los rebrotes del mal. La pandemia y las ideologías más oscuras han sellado una poderosa alianza, dando vida a viejos símbolos y ritos que celebran el odio y la muerte. ¿Por qué la repetición demoníaca prospera en la pandemia y enseña de nuevo la mueca del totalitarismo? Tal vez el arcaico temor cósmico que nos envuelve se ha agitado ante la acción de un enemigo invisible que envenena los cuerpos y las naciones. Hannah Arendt (“Ideology and terror”) formuló la tesis de que el fundamento del totalitarismo consiste en la capacidad del pensamiento ideológico para encerrar a los individuos en una soledad organizada. Cuando la existencia se quiebra ante un acontecimiento que nos despoja del poco de sentido al que nos aferramos para perdurar, el terror y la vulnerabilidad nos hace alzar la mirada hacia el sol negro del pensamiento ideológico, buscando allí una respuesta. Para Arendt, el totalitarismo se implanta mediante la organización calculada de la soledad, destruyendo los lazos que vinculan a los sujetos entre sí y a éstos con la experiencia individual de la realidad. El totalitarismo sustituye el marco individual del fantasma, el escenario donde cada sujeto construye su experiencia singular de la realidad, por un molde donde las singularidades mueren aplastadas bajo el peso del espanto colectivo. La ideología es ese espanto aún mayor que el terror que se apodera de nosotros cuando debemos enfrentarnos al abismo de nuestro inconsciente. Entonces preferimos refugiarnos en la soledad de la masa y convertirnos en autómatas salvajes, desprovistos de toda solidaridad humana, prestos a seguir el camino que nos señalan los profetas salvadores. El pensamiento ideológico inocula el sentimiento de que más allá de la experiencia singular de cada sujeto existe una realidad más real que nadie ha sabido ver, una realidad oculta a la percepción pero que nos es revelada por el discurso totalitario. “El sujeto ideal del mandato totalitario no es el nazi o el comunista convencidos, sino la gente para quien la distinción entre el hecho y la ficción, la diferencia entre lo verdadero y lo falso, ya no existe más”, escribe Arendt en la obra citada. Las llamadas “redes sociales” pueden convertirse en el instrumento perfecto para la desocialización, el vehículo más idóneo para deslizarnos hacia la pendiente de la fabulación paranoica. En un notable ensayo sobre la distinción entre soledad y aislamiento, Samantha Rose Hill destaca que en uno de sus diarios la filósofa alemana se pregunta si acaso existe un modo de pensamiento que no sea tiránico, y cuál es la razón por la que los seres humanos son presa fácil de las fórmulas más horrendas. Concluye que los hombres prefieren la esclavitud antes que la posibilidad de pensar por sí mismos. Seguramente el psicoanálisis, al introducir la dimensión del inconsciente, puede llevar incluso más lejos esa terrible pregunta y su posible respuesta. El lenguaje constituye la primera tiranía de la que no podemos escapar, y es probable que en esa inevitable captura surja el germen de todos los mandatos ulteriores. A diferencia de lo que la gran Arendt creía, para el psicoanálisis la libertad no consiste solo en la facultad de pensar por fuera de la ideología, sino en la imposibilidad de la palabra para organizar toda la experiencia singular de cada sujeto. Mediante ese resto inasimilable al Todo y que se refugia en el síntoma, algo consigue escapar a la institución del lenguaje y su poder doctrinario. Es por esa razón que el síntoma es lo primero que un sistema totalitario habrá de eliminar. Los alemanes lo comprendieron perfectamente: el Uno solamente puede reinar sobre las cenizas de los síntomas. No llegaron a tiempo para eliminarlos a todos, pero sus nuevos émulos diseminados por el mundo, y mejor pertrechados para organizar la soledad, quieren volver y completar la tarea".


Gustavo Dessal

Don't think twice