« Nos acercamos a la maleta. Estaba atada con una gruesa cuerda de paja trenzada, anudada en cruz. La liberamos de sus ataduras y la abrimos silenciosamente. En el interior, montones de libros se iluminaron bajo nuestra linterna eléctrica y los grandes escritores occidentales nos recibieron con los brazos abiertos: a su cabeza estaba nuestro viejo amigo Balzac, con cinco o seis novelas, seguido de Víctor Hugo, Stendhal, Dumas, Flaubert, Baudelaire, Romain Rolland, Rousseau, Tolstoi, Gogol, Dostoievski y algunos ingleses: Dickens, Kipling, Emily Brontë…
¡Que maravilla! Tenía la sensación de que iba a desvanecerme en las brumas de la embriaguez. Sacaba las novelas de la maleta una a una, las abría, contemplaba los retratos de los autores y se las pasaba a Luo. Al tocarlas con la yema de los dedos, me parecía que mis manos, que se habían vuelto pálidas, estaban en contacto con vidas humanas.
- Esto me recuerda la escena de una película- me dijo Luo-, cuando los bandidos abren una maleta llena de billetes…
- ¿Qué sientes? ¿Ganas de llorar de alegría?
- No. Sólo siento odio.
- También yo. Odio a todos los que nos han prohibido estos libros.
La última frase que pronuncié me asustó, como si algún oyente pudiera estar oculto en algún lugar de la estancia. Semejante frase, dicha por descuido, podía costar varios años de cárcel.
-¡Vamos!- dijo Luo cerrando la maleta
- ¡Espera!
- ¿Pero qué te pasa?
- Estoy indeciso…Reflexionemos una vez más: el Cuatrojos sin duda sospechará que somos los ladrones de su maleta. Si nos denuncia, estamos jodidos. No olvides que nuestros padres no son como los demás.
- Ya te lo dije, su madre no se lo permitirá. De lo contrario, todo el mundo sabrá que su hijo ocultaba libros prohibidos. Y nunca podrá salir del Fénix del Cielo. Tras un silencio de algunos segundos, abrí la maleta.
- Si sólo cogemos algunos libros, no lo advertirá.
- Pero ¡Quiero leerlos todos! – afirmó Luo con determinación ».
Dai Sijie