miércoles, enero 9

La historia de mi mujer

« No somos asustadizos, la muerte no nos preocupa mucho. Ya por el solo hechos de que no apreciamos demasiado la vida. Mi amado padre, una media hora antes de morir, se expresó del siguiente modo:

-Estoy hastiado de esto, pero muy hastiado. –Y dejó a un lado el periódico que tenía entre sus manos. Y después incluso corrigió sus propias palabras-. Estoy hastiado de vosotros. –dijo con todo pragmatismo.
Y poco después falleció piadosamente. 

Porque así somos nosotros. No nos gusta vivir, somos pesimistas, permítaseme escribirlo aquí, y con el mismo término, soy pesimista, si bien no en el sentido en que lo entienden los filósofos. Mucho más sencillo.
-¿Has visto alguna vez un lechón? –Me preguntó mi padre en una ocasión-. ¿Y bien? Es un animalito suave, y a este animalito se acercan seres extraños que lo toman en sus manos, que se lo quieren comer: entonces está claro que chilla. Y ésa también es tu tarea en la Tierra –me alentó muy amistosamente el anciano caballero.

Sí, esa es mi tarea y la tarea de mi alma. Pues de que el ser humano no lo tiene bien aquí en la Tierra jamás me ha cabido duda alguna. No es sólo mi opinión, es una opinión que llevo en la sangre. Que este mundo es una amarga broma, y ser hombre una infamia. Porque en el mundo se abusa del alma que se le ha dado al ser humano, se le engaña y se le llena de ilusiones con todo género de promesas. ¿Cómo expresarlo? El hombre acarrea con la importancia de la existencia, es más, con la pretensión de la eternidad, ¿y cuál es su destino? El miedo y la huida, el horror al peligro de la muerte desde el primer instante de la existencia, ¿hay alguien que pueda entenderlo? ¿Que este pequeño fuego que se ha recibido prestado amenace sin cesar con la extinción? ¿Y qué debo pensar del resto? Hago acopio de mis recuerdos como un acumulador, de los cuales sin embargo pierdo una parte, mientras que la otra se transforma, la distancia y el tiempo van modificando su forma y nadie sabe nada de todo eso. De manera que ésa es mi propia historia, sobre la cual nadie tiene noticia, y ni yo mismo me la creo al final. Y eso, además, tampoco es suficiente. Pues a fin de cuentas uno quiere un pelín más, luego más y más, mi deseo es insaciable… ¿Y no es igual que cuando uno bebe demasiada agua? Ya podría uno pegarse un tiro de tanta agua que ha bebido y aún tendría sed. En una palabra, al alma le resulta incomprensible este mundo, aquí quiero desembocar, en que el mundo no es la patria del alma, porque lo que hay en el mundo es diferente de lo que el alma esperaba y deseaba… Pero entonces, si el mundo es extraño para el ser humano, ¿para quién es apropiado? » 


Milán Füst