« Qué impresión producía el rojo de la sangre contra el blanco del lavabo de porcelana, pensé. Con cuánta viveza llegaba aquel color a la imaginación, vaya sacudida estética. En comparación, los demás fluidos que segregábamos eran pálidos, chorritos apagados. Babas blancuzcas, semen lechoso, meados amarillos, mocos verdosos. Excretábamos colores de otoño e invierno, pero corriendo invisible por nuestras venas, la esencia misma que nos mantenía con vida, estaba el carmesí de un pintor enloquecido: un rojo brillante como pintura fresca.
(...)
El mundo no es un sitio tan racional, y ordenado como creemos lo aleatorio nos acecha todos los días de nuestra vida; una vida de la que se nos puede privar en cualquier momento sin razón aparente »
Paul Auster