jueves, marzo 21

Campo de sangre

« Rivadavia enseña el cielo, limpio. 

—Mira qué despejo y cuántos otros mundos, para tranquilidad mortal de todos los ánimos. 

—Sí —contesta Templado—, pero inamovible, que según los pitagóricos el mal es infinito y el bien participa de lo finito. El mal es vario y el bien uniforme. Por eso el mal divierte y la virtud aburre. La diversión es cosa de variación. Los varones virtuosos son insoportables. Dar variedad a las virtudes... A menos que la variación sea el principio mismo del mal. Lo quieto, el bien; el movimiento, el mal. Como hay tierra y mar. Por de pronto, y por si acaso, yo me divierto —concluyó.

(...)

—A veces me pregunto si no estoy con vosotros por odio a esa burguesía pequeña que me ahoga: cicateros, ruines, miserables, viles con los desheredados, viviendo del husmeo del nepotismo, mezquinos, avaros: respetuosos para las simonías, patarateros, codiciosos; versátiles según el poder, royéndole los zancajos a todo lo que huele a espíritu, no neciamente sino a conciencia, alacranados de envidia, siempre dispuestos a cocear los santos; diligentes en su provecho, ronceros en el de todos; follones, vanos cobardes, lagoteros. Lo da la manera de procurarse los cuartos: negociejos, granjerías pequeñas a revoltijos de la ley y precios falsificados, dando gato por liebre, gozando bellaquerías; lilailas que son, nebulones, recelosos. 

Templado y el juez se han unido a sus amigos. Rivadavia ríe y comenta: 

—Sin embargo, sin ellos no seríamos. Hijos que somos de la ciudad y de la importancia del comercio. Sin ciudades no hay cultura, que la de los monasterios lo fue en alcanforina, en la edad de merecer, y residuo de las viejas ciudades. Y el Renacimiento, hijo de la Ciudad, hija de la burguesía. El jefe, el rey, el mandamás no formaron ciudades, sino castillos. ¡Viva el lujo y quien lo trujo! Y tengo cierto miedo que el día en que desaparezca la burguesía, la civilización dé un zambullido » 


Max Aub