« Al mediodía, helando, Rieux pudo ver de lejos a Grand, pegado a un escaparate de juguetes toscamente tallados en madera. Por las mejillas del viejo funcionario corrían lágrimas sin interrupción. Y estas lágrimas trastornaban a Rieux, porque las comprendía y sentía también en su garganta. Recordó los responsales del desgraciando, ante un escaparate de Navidad, y creyó ver a Jeane volviéndose hacia él diciéndole que estaba contenta. Rieux sabía lo que pasaba por la mente del viejo funcionario que lloraba y ,pensaba como él, que este mundo sin amor es un mundo muerto, y que al fin llega un momento en el que uno se cansa de la prisión, del trabajo y del valor y no exige más que el rostro de un ser y el hechizo de la ternura en el corazón »
Albert Camus