sábado, marzo 16

El club de la lucha

« Ahora sí que iba a llorar de verdad, y un goterón rodó a lo largo del cañón de la pistola, recorrió la anilla del gatillo y se derramó por mi dedo índice. Raymond Hessel cerró los ojos y apreté con tanta fuerza la pistola contra su sien que él ya nunca dejaría de sentir su presión y yo estaba a su lado y era su vida y podía morir en cualquier momento.

No era una pistola barata y me preguntaba si la sal podía joderla.

Todo había ido sobre ruedas, reflexioné. Había hecho todo lo que el mecánico me había dicho. Para eso necesitábamos comprar una pistola. Estaba haciendo mis deberes. Cada uno de nosotros debía llevarle a Tyler doce carnés de conducir como prueba de que había realizado doce sacrificios humanos.

Esta noche aparqué el coche y esperé en los alrededores del bloque a que Raymond Hessel acabara su turno en el Korner Mart, que abre toda la noche, y hacia las doce Raymond Hessel estaba esperando el autobús nocturno, cuando me acerqué y le saludé.

Raymond Hessel no contestó. Seguramente pensaba que quería su dinero, su salario mínimo; los catorce dólares de la cartera. Oh, Raymond, con tus veintitrés años te echaste a llorar y las lágrimas rodaron por el cañón de la pistola que te encañonaba la sien. No, no se trata de dinero. No siempre se trata de dinero.

Ni siquiera me dijiste "Hola".
No eres tu triste billetera.
Te dije: "Bonita noche; fría, pero despejada"
Ni siquiera me dijiste "Hola".

"No eches a correr o tendré que dispararte por la espalda", te dije. Había sacado la pistola y llevaba un guante de látex para que, en caso de que la pistola se conviertiera en la prueba A, no hubiese nada a excepción de las lágrimas secas de Raymond Hessel, caucasiano, veintitrés años de edad, sin marcas familiares.

Entonces me prestaste atención. Tus ojos abiertos y espantados mostraban a la luz de la farola un color verde de anticongelante. Cada vez que la pistola te tocaba la cara retrocedías un poco más, como si el cañón estuviera muy caliente o muy frío. Hasta que te dije: "No retrocedas", y dejaste que la pistola te tocara, pero aún así apartabas la cara del cañón.

Me entregaste la cartera como te pedí.

Según decía el carnet de conducir, te llamabas Raymond K. Hessel. Vives en el apartamento A del 1320 SE Benning. Tenía que ser un apartamento en el sótano. A los apartamentos ubicados en sótanos suelen darles letras en lugar de números.

Raymond K.K.K.K.K.K. Hessel; a ti te hablaba. Apartaste la cabeza del cañón y dijiste "Sí". Sí, dijiste, vivías en un sótano.

También llevabas fotografías en la cartera. Una de ellas de tu madre. Aquello fue duro para ti; tuviste que abrir los ojos y mirar al mismo tiempo la pistola y la foto de mamá y papá sonriéndote; pero lo hiciste y luego cerraste los ojos y te echaste a llorar.

Te iba a enfriar; el asombroso milagro de la muerte. Eres un ser vivo y, al minuto siguiente, un ser inerte, y tu mamá y papá llamarían al viejo médico de la familia -como quiera que se llame- para recoger tu historial de la clínica dental, pues no iba a quedar mucho de tu cara. Y tu mamá y papá, que siempre habían esperado tantas cosas de ti; y no, la vida no era justa, y encima, ahora esto.

Catorce dólares.
"¿Es esta tu mamá?", dije.
Sí. Llorabas, gimoteabas, llorabas. Tragaste saliva. Sí. Llevabas un carné de la biblioteca y un carné de un videoclub. La cartilla de la seguridad social. Catorce dólares. Quería llevarme el pase del autobús, pero el mecánico dijo que cogiera sólo el carné de conducir. Y un carné universitario caducado.

Tú antes estudiabas algo.

Como llorabas cada vez más te encañoné con la pistola en la mejilla con más fuerza y comenzaste a retroceder hasta que te dije: "No te muevas o te mato aquí mismo". Ahora dime qué estudiabas.

¿Dónde?
En la universidad, dije. Llevas un carné de estudiante. Oh, no lo sabías... Sollozos. Hipo. Gimoteos. Biología.

Escucha, vas a morir esta noche, Raymond K.K.K Hessel. Tal vez mueras dentro de un segundo, tal vez dentro de una hora; tú decides. Así que miénteme. Dime lo primero que se te pase por la cabeza. Invéntalo. Me importa una mierda. Soy yo quien tiene la pistola.

Por fin me escuchaste y olvidaste la mezquina tragedia que gestabas en tu cabeza.
Rellene el formulario ¿Qué desea Raymond Hessel ser de mayor?
"Irme a casa" -dijiste-, sólo quiero ir a casa, por favor.
-"Déjate de mierdas", dije yo. ¿Cómo deseabas pasar el resto de tu vida? Si es que podías hacer algo en el mundo.
Invéntalo.
No sabías.
-"Pues vas a morir ahora mismo -te dije-. Gira la cabeza"
La muerte empezará dentro de diez segundos, nueve, ocho.
"Veterinario", dijiste. Querías ser veterinario.
Eso va de animales. Hay que ir a la facultad para ser eso.
"La facultad es demasiado para mí", dijiste.

Podrías estar en la universidad dejándote el culo allí, Raymond Hessel, o podrías estar muerto. Tú eliges. Te metí la cartera en el bolsillo trasero de los tejanos. Así que lo que realmente te gustaba era ser médico de animales. Alivié la presión del cañon salado sobre una mejilla y te la puse en la otra. Doctor Raymond K.K.K.K. Hessel, ¿es eso lo que siempre has querido ser?, ¿Veterinario?

Sí.
¿No mientes?
No, no, lo decías en serio. Sí; no mentías. Sí.
Vale, te dije, y te incrusté el cañón húmedo de la pistola en el mentón, y luego en la punta de la nariz, y dondequiera que hiciese presión con el cañón, quedaba la huella redonda y húmeda de tus lágrimas.

"Bueno -te dije-, vuelve a la facultad. Cuando te despiertes mañana por la mañana encontrarás un medio para volver a la facultad"
Te incrusté el cañón húmedo de la pistola en las mejillas, luego en el mentón y finalmente en la frente. "Podrías estar muerto", dije.
Tengo tu carné de conducir.
Sé quién eres. Sé dónde vives. Me quedaré tu carné de conducir y te vigilaré, señor Raymond K. Hessel. Me cercionaré dentro de tres meses, y luego dentro de seis y luego dentro de un año, y si no has vuelto a la facultad a convertirte en veterinario, morirás.
No abriste la boca.
Lárgate y vive tu vida insignificante, pero recuerda que te vigilo, Raymond Hessel, y que preferiría matarte a que siguieras en ese trabajo de mierda ganando únicamente dinero para comprarte queso y ver la televisión.
Ahora me voy a ir, así que no te des la vuelta.
Es lo que Tyler quiere que haga.
Son las palabras de Tyler las que salen de mi boca.
Soy la boca de Tyler.
Soy las manos de Tyler.
Todos los miembros del Proyecto Estragos forman parte de Tyler Durden y viceversa.
Raymond K.K. Hessel, la cena te va a saber mejor que nunca y mañana será el día más hermoso de toda tu vida ».

 Chuck Palahniuk