« —Es una suerte que se haya acordado de mi nombre —le dije.
—Me propuse hacerlo. También averigüé dónde vivía. Era lo menos que podía hacer.
—¿Y entonces por qué no me llamó? Vivo aquí permanentemente y también tengo una oficina.
—¿Por qué habría de molestarlo?
—Me parece que usted tiene que molestar a alguien. Me parece que no tiene muchos amigos.
—¡Oh! Tengo amigos —dijo— de cierta clase —Colocó el vaso encima de la mesa. —No es fácil pedir ayuda… especialmente si toda la culpa es de uno. —Me miró con una sonrisa cansada y agregó:
—Quizá pueda dejar la bebida uno de estos días. Todos dicen eso, ¿no es cierto?
—Desacostumbrarse lleva alrededor de tres años.
—¿Tres años? —Pareció disgustado.
—Por lo general es así. Es un mundo diferente. Hay que acostumbrarse a un juego de colores más pálidos, a un conjunto de sonidos más tranquilos. Hay que contar también con las recaídas. Toda la gente que usted conocía bien, llegará a serle un poco extraña. La mayor parte de ellos ni siquiera le gustarán y usted tampoco a ellos.
—Eso sí que sería un cambio —dijo »
Raymond Chandler