« -Si una venda pude envolver el mar, también puede esconder holgadamente una mariposa en ella para que se encuentre cómoda, ¿no es así? –me dijo una vez el principito invadido por un súbito dilema -. Es que nunca se sabe a dónde pueden conducir sus alas y deseo estar preparado.
Él estaba sentado junto a mí, que lo había estado examinando sin querer vulnerar el silencio. Hacía un rato ya que había descubierto sus delicias en el pasatiempo de recoger los pequeños guijarros más inmediatos y arrojarlos uno a uno un poco más lejos cada vez. Muchos de los últimos habían salido de órbita.
-A algo que puede contener al mar, es evidente que le bastará sitio para llevar adentro, además, a una insignificante polilla – repuse con toda intención de tranquilizarlo e imaginando que se refería a mi ojo de buey, ya que lo miraba todo el tiempo con gran preocupación y como si en verdad el océano bañara sus márgenes interiores tras cada vaivén. Redunda, así pues, el decir que a tan sobrado desvelo, debía yo retribuir con una tanto más obvia respuesta.
-¡Las mariposas no son polillas! –repuso plantando de un golpe sus manos en tierra, pero sin volver su mirada a mí aún. Luego siguió una breve pausa -. Y cualquiera juraría que aparentas estar demasiado seguro de lo que dices– sopesó levantando ahora sí la vista hasta mí, para luego devolverla al juego que lo entretenía y quedar como hablándole a las rocas. Era como si cada vez que iba a decir algo sumamente exacto o serio, debiera ensombrecerlo al simularse distraído -. Las mariposas son mucho más grandes de lo que tú piensas – precisó sin mirarme nunca -, ellas siempre necesitan más espacio – una piedrecilla voló por los aires -, y yo no conozco muchos que puedan decir que han escapado al arropo de su crisálida, solamente, porque se sentían incómodos y querían pastorearse con un poco de aire fresco – otra saltó al espacio -. En esto las mariposas se parecen a las flores, pues nacen para librarse de la tierra. Luego, no satisfechas con estar libres de las honduras, como la hoja que se siente atada al tronco, deciden la fuga desprendiéndose y echan a volar con los vientos.
-Tienes mucha razón, y viéndolo así, esa venda también servirá muy bien como una jaula de mariposas, a efectos de mantenerla vigilada todo el tiempo – dije aliándome a su pensamiento para al fin lograr ganar su simpatía.
-¡Qué ideas tienes! ¿Acaso oyes lo que dices? ¡Una jaula para una criatura tan delicada! – me increpó escandalizado -. Después de todo el esfuerzo que durante días enteros hace para desatarse de su capullo, cuando únicamente entonces puedes ver qué tan hermosa es ya que esté libre, ahora cuando ha aprendido a volar, ¿tú sólo piensas en volver a encerrarla?
-No entiendes. No es lo que yo quise decir – me excusé más torpemente si esto se podía.
-¿Y por qué no has dicho lo que querías decir? – si ahora habló más calmo, también más implacable -. Cuando yo quiero decir que las mariposas son seres muy sabios y disfrutan de los paseos, lo digo y ya.
-Yo sencillamente sugerí que un lugar tan grande sería un hogar muy cómodo para ella y así, además, se podría contemplar mejor sus maravillosas alas– me excusé persuadido de que con ello quedaría satisfecho de ver que suscribía a su devoción por las mariposas.
-Es injusto que las quieras cazar y encerrar por poseer alas – me demostró -, pues es allí precisamente dónde ellas han puesto su felicidad. ¡En sus alas! Y no hay alas sin libertad.
-Sí – concordé, ya que volver sobre mis pasos dichos no me resulta fatigoso si con esmero me guían -, y en su esfuerzo por forjarlas han de ser muy valientes además, pues imagina entregarte a creer que tu felicidad sólo será posible mediante unas alas, que ni sabes usar aún, y que desconoces completamente el mundo de afuera a dónde tendrás que acostumbrarlas.
-La felicidad acepta el molde que tú le procures sin preguntar - me dijo el principito.
Me sentí entonces muy satisfecho de la sabiduría de las mariposas » .
J.P.