« Es difícil conversar con alguien sobre cuyos orígenes no puedes indagar. Sin hablar del pasado no hay forma de encontrar puntos de referencia, de situar la propia presencia en un contexto. El presente se agota enseguida y, además, es menos significativo que el pasado y que lo que se intuye como futuro. Pero ¿cómo se le pregunta a un serbio a qué se dedicaba antes de ir a España?. Detrás de esa cara de chico algo simple que ha crecido demasiado deprisa puede encontrarse la historia de una familia destrozada por la guerra: padre muerto en un bombardeo, madre prisionera de croatas o musulmanes; quizá también la historia de una víctima directa del horror. ¿Cómo se pregunta a un desconocido —Marta había hablado tan sólo tres o cuatro veces con él tras jugar al tenis- si ha estado prisionero, si le han torturado, si su familia aún está con vida? Aunque si fuese esa la única posibilidad aún habría un camino: el dolor abre la puerta a la compasión, y ésta a la intimidad. Pero ese chico de movimientos torpes fuera de la pista, al que se le cae a menudo la ceniza antes de alcanzar el cenicero, que está repasando los libros de la estantería con expresión plana —la expresión de quien no reconoce y no se sorprende de que sea así- podría ser un criminal de guerra. ¿Qué se pregunta a un soldado serbio: has matado a alguien? ¿Es verdad que violaban a las musulmanas y las obligaban a parir hijos para la Gran Serbia? ¿Cómo te mira un hombre al que estás cortando los testículos?
-¿Te gusta el jamón? —preguntó Marta »
José Ovejero