« El perro da tres vueltas sobre sí mismo, se tumba, se acomoda, suspira profundamente. Las vueltas, creemos saber por qué las da. Aun cuando el suelo que pisa sea una al- fombra, un cojín, una simple tabla lisa, el perro conserva grabada en los circuitos arcaicos del cerebro la necesidad silvestre de acamar la hierba y el mato antes de tumbarse, como hacían los lobos sus antepasados y los de ahora siguen haciendo. Nunca estuve tan cerca de un lobo como para ver si también ellos suspiran cuando se echan. Tal vez sí. Sin embargo, prefiero pensar que el suspiro de los perros les viene del hábito, durante siglos y siglos, de oír suspirar al os humanos. Ahora mismo, uno tras otro, los perros que viven en esta casa —Pepe, Greta y Camões— dieron sus tres vueltas, se tumbaron a nuestros pies, y suspiraron. Ellos no saben que yo también suspiraré cuando me acueste. Probablemente, todos los seres vivos suspiran así cuando se tienden, probablemente, está hecho de suspiros el silencio que precede al sueño del mundo. Me pregunto ahora: ¿dónde acabo yo y comienza mi perro?, ¿dónde acaba mi perro y comienzo yo? »
José Saramago