« A los incapaces de fervor, a los que carecen de imaginación,a los que jamás se hablaron a sí mismos, a los que nunca administraron a las cosas el sacramento del bautismo, a los que ignoran la comparación, a los que pegan a las bestias y a los niños cuando no entienden sus miradas, a los que no quieren ganar fama, a los que temerían confesarse, a los que siempre esperan la delación o la denuncia, a los que no tienen caridad, a los impotentes, a los que no saben qué hacer con la libertad, a los temerosos de la justicia, a los que no pueden trascender de la sensación a la emoción, a los que nada tienen qué decir a un árbol, a un cántaro o a una abeja, a los que fastidia el silbo de un pájaro, a los que cuando levantan el rostro a la noche no sienten sobre su piel el picotear de las estrellas, a los que no escuchan las historias apasionadas que narran los leños en la chimenea, a los que se taponan los oídos para no oír los relatos de viaje del viento. A los que no tienen Dios, ni amada, ni amigo, ni hijo, ni siquiera una bestia que les pida con inundados ojos la caricia de una palabra »
Jorge Zalamea