« "Buena idea, vamos a probar", y todos se mostraron de acuerdo, que sí que era una buena idea, sólo la chica de las gafas oscuras se quedó en silencio, sin decir algo sobre la pala o el azadón, su manera de hablar eran, por ahora, lágrimas y lamentos. Tuve yo la culpa, lloraba, y era verdad, no se podía negar, pero también es cierto, si eso le sirve de consuelo, que si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego la imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos. Los buenos y los malos resultados de nuestros dichos y obras se van distribuyendo, se supone que de forma bastante equilibrada y uniforme, por todos los días del futuro, incluyendo aquellos, infinitos, en los que ya no estaremos aquí para poder comprobarlo, para congratularnos o para pedir perdón, hay quien dice que eso es la inmortalidad de la que tanto se habla. Lo será, pero este hombre está muerto y hay que enterrarlo... »
José Saramago