Bertrand Russell (c) Jane Brown |
« El “pensamiento” es un género híbrido, que utiliza las herramientas del ensayo pero se deja contaminar de la novela, de la que toma cierta urdimbre narrativa para sostener su desarrollo.
¿Cómo se traduce, entonces, el “pensamiento”?
¿Hay que dejarse llevar por la seducción narrativa de la obra o primar la coherencia de la argumentación, el rigor del análisis? En ocasiones, el traductor es como un cantante lírico: debe encontrar el tono, la impostación de la voz que lo guiará en la interpretación: algo en verdad difícil de definir, de codificar, que necesita una intuición de orden literario. Después, más parecido en esto a un ventrílocuo que a un divo de ópera, debe permanecer en la sombra: su trabajo será mejor cuanto menos se haga notar. Sobre todo en libros que, precisamente por buscar su público en colecciones comerciales, deben reducir al mínimo, casi a cero, las notas al pie, ese zumbido de la mosca filológica tan presente en las ediciones académicas. El trabajo del traductor debe ser, entonces, sutil y a la vez arriesgado; debe buscar buenas traducciones de los textos citados para no retraducir (es decir, para no alejarse en dos grados de la referencia citada por el autor al que está traduciendo) pero a la vez, en muchas ocasiones, debe acomodar el sentido y la modulación de la cita al del discurso del autor que la inserta en su trabajo. Debe, obviamente, permanecer muy atento a las falsas proximidades sobre todo cuando se traduce de otra lengua neolatina, y sobre todo cuando se vierten textos de autores que trabajan mucho con la raíz etimológica –latina o griega– de las palabras, como es el caso de Agamben (no en vano discípulo del último Heidegger).
Kant no buscaba seducir a su lector –al menos, no por el estilo de su prosa–, y por eso García Morente se sentía en el deber de no “agregarle elegancia”. Hoy en día los ensayistas, que son en buena medida los herederos de aquella alta tradición del pensamiento occidental, construyen la tesitura de sus obras sobre entramados narrativos por los que el lector pueda deslizarse con el mismo impulso con que se lanza a la deglución de una novela. ¿Debe el traductor, entonces, encargarse de “quitar elegancia”? »
DOBRY, Edgardo. "Reflexiones de un traductor de 'pensamiento'" [artículo íntegro], en El País, 8 de febrero de 2012