« Yo soy un escritor bastardo, que llegó de la nada. No soy un escritor judío, como el maestro Singer. Los judíos, en mis libros, no son más que literalidad, extrañamiento, en el sentido del formalismo ruso (ostranenie). Esto porque el mundo de los judíos de Europa Central es un mundo desaparecido, un mundo de ayer y, como tal, situado en el campo de una realidad no real. En el campo, pues, de la literatura.
Y tampoco soy un escritor disidente. Tal vez un escritor de Europa Central, si esto significa algo. Si mis orígenes no estuviesen hundidos en la niebla, me pregunto qué razones tendría para hacer literatura.
Lo que más detesto es la literatura que se quiere minoritaria. No importa de cuál minoría: política, étnica, sexual. La literatura es una e indivisible. Buena o mala. Se puede ser homosexual y no ser Proust, ser judío y no ser Singer. Minoría o no, esto no me interesa en lo absoluto. El argumento de mis libros es, para citar al enfermo de Nabokov, el estilo. O viceversa: el estilo de mis libros es su argumento. Eso es todo.
Escribo en mi lengua materna, el serbocroata, y es un instrumento que no cambiaría por todo el mundo, aun cuando sé emplear el francés casi correctamente. Intenten proponer a Menuhin que cambie su Stradivarius por un piano Bösendorfer, en el cual toca en forma un poco vaga y sin alegría...
¿Quién soy? Soy un observador, si me lo permiten... Observo lo que se puede ver a simple vista, pero que las personas no ven en verdad.
Observo este desmoronamiento, lo espío desde mi observatorio en el décimo arrondissement (segundo piso)... Y veo muchas cosas, a veces con asombro. Por ejemplo, cómo toda una nación de hombres de letras dejó que le pusieran los cuernos... Cómo los surrealistas, en su tiempo, se volvieron unos realistas cantores de Stalin. ¡Justo ellos, quienes habían abundantemente hurgado en el subconsciente, en los sueños! Y observo cómo el que ha denunciado la traición de los clérigos, a su vez ha traicionado. Cómo tanta gente ha seguido este mal camino intelectual sin pestañear: los San Sartre, las Santa Simone, entre otros. Sin prudencia intelectual. Y cómo los que tenían razón —Camus— no han obtenido ni razón, ni satisfacción, porque sabían y porque hablaron cuando no debían hacerlo. Esta falta de desconfianza, esta ingenuidad, lo confieso, rebasa mi compasión. Esta aceptación sin mea culpa.
Pero no se puede entender el totalitarismo usando su misma seriedad. Es decir, usando su mismo lenguaje. Para hacer esto, necesitamos a un Rabelais. Necesitamos otra lengua. O se escriben manifiestos o se escribe literatura. La literatura debería ser el último baluarte de la cordura. Salvar la lengua de estos lenguajes estereotipados y agresivos, que invaden todo. Un soneto de amor —un bonito soneto de amor— es un empedrado en el pantano de los lenguajes estereotipados. Una pequeña isla donde se puede poner pie »
Danilo Kis
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