viernes, octubre 12

L’extase matérielle

« Odio el dinero. Vivir con el dinero no es fácil. El papel moneda representa todo lo que hay de limitado, de razonable, de poco equilibrado en la sociedad de los hombres

El gusto por el dinero es el gusto por las cosas vanas, por los objetos que se compran, por la gloria limitada. Es el engaño a la muerte, la realidad supuestamente práctica, la mentira. 


El dinero fastidia mis relaciones con los demás. No sé cómo pagar, ni me gusta que se pague por mí. Odio también el respeto-reflejo que le tengo al dinero, a la vieja noción del valor mercantil; por lo tanto no creo más que en los valores sentimentales. 


No sé cómo dar una limosna, y cuando doy una propina, no sé por qué, pero quien la recibe observa su mano como si yo hubiera depositado ahí un escupitajo. Al mismo tiempo, sé que soy profundamente avaro, que cada moneda me pertenece, y que tengo miedo de perderla.

La ambición verdadera coincide finalmente con la indigencia. Poseer nada es una fascinación. Estar lo más desnudo posible, estar vuelto hacia el interior, no apegarse a las cosas terrestres, he ahí lo que uno debería ser capaz de hacer.

No compren automóvil, no posean casa, no tengan un estatus. Vivan con lo mínimo. Jamás compren cosas. Los objetos son viscosos; si un día, de repente, son atrapados por uno de ellos, y si no se desprenden a tiempo, están acabados. Poco a poco, las casas, los coches, los relojes de oro, el lujo inútil y las vanidades de toda clase atraerán su alma, y pronto se despertarán llenos de cifras, especulando, palpando la carne de pollo en frente de la carnicería, razonables, sentenciosos, sabiendo que hay cosas qué hacer y cosas que no hay que hacer, escondidos en un mundo bien cerrado, bien soso, tranquilo y malvado, redundante de palabras anónimas, y limitado como una estupidez.

Es difícil no sucumbir. Al ser le hace falta mucha resistencia, una revuelta constante contra todo lo que envuelve, todo lo que salpica, todo lo que revolotea.

No un espíritu de originalidad forzosamente. Por el contrario, frecuentemente reconozco a los que se me asemejan en una cierta rigidez, en un cierto aspecto distante, austero, un poco afectados. Vestidos de gris o de negro, no muy visibles, no muy inadvertidos, a ellos no les gusta que se les distinga. Emotivos, pero flemáticos, con algo duro y crispado en el rostro. Educados hasta casi ser ceremoniosos, nada los distingue de la muchedumbre de personas ocupadas. Y al mismo tiempo, al verlos vivir superficialmente, tienen el aire de muy ocupados con sus ires y venires, con sus trabajos en proceso, con aspecto estudioso. Y sin embargo, de alguna manera están detenidos en ellos mismos, y observan, observan todo el tiempo. 

Todo les asombra, con frecuencia se divierten con las cosas más triviales. Trabajan con todo. Y en sus ojos, junto con un poco de angustia, un poco de crueldad, hay una como transparencia ingenua. Con facilidad abren mucho los ojos. Son niños mimados, rencorosos, gruñones, payasos. Crédulos, a veces incluso ridículos. Llenos de manías, sensibles, no realmente voluntariosos frente a las voluntades implacables de los demás. No me gusta mucho decirlo, sin embargo, esto es lo que son: maniacos sentimentales. 


No renuncien a todo por nada. Ni a la felicidad, ni al amor, ni a la cólera, ni a la inteligencia. No duden; tomen el placer en el placer, el orgullo en el orgullo. Si alguien los busca, peleen, arrebátense. Si los golpean, respondan. Hablen. Busquen la felicidad, amen sus bienes, su dinero. Posean. Poco a poco, sin ostentación, tomen todo lo que es útil, y lo que es inútil también, y vivan en lo esencial. Después, cuando hayan tomado todo sobre esta tierra, tómense a sí mismos: enciérrense en una enorme y solitaria recámara gris y fría, con los muros vacíos. Y allí, vuélvanse sobre sí mismos, y visítense, visítense todo el tiempo »

Le Clézio