jueves, octubre 11

Hannibal

« El niño adoraba la habitación materna, con sus múltiples aromas, los rostros tallados en los muebles de madera, las pinturas del techo. La señora Lecter pertenecía a la familia de los Sforza por una parte y a la de los Visconti por otra, y había hecho traer al castillo la habitación que tenía en Milán.

La embargaba la emoción, y la luz se reflejaba en sus ojos de color granate con destellos rojizos. Hannibal sostenía el joyero mientras su madre encajaba los labios de un querubín en la moldura para abrir un compartimiento secreto. Sacó las joyas del cofre y un legajo de cartas; no había sitio para todo.

El niño pensó que su madre se parecía al rostro del camafeo de su bisabuela materna que cayó al interior del joyero.

Nubes pintadas en el techo. Cuando era un niño de pecho abría los ojos y veía el busto de su madre fundido con las nubes. El roce de su blusa en la cara. Lo mismo que con el ama de cría: su crucifijo de oro relucía como el sol entre las prodigiosas nubes y se le pegaba a la mejilla cuando ella lo tenía en brazos.

Luego le frotaba el moflete para borrar la marca antes de que la señora pudiera verla.
Su padre apareció en la puerta con los libros de contabilidad en las manos.

-Simonetta, debemos irnos.La ropa de cama de Mischa estaba dentro de su tina de cobre, y la señora ocultó el cofre entre sus pliegues. Echó un vistazo a la habitación. Retiró un pequeño cuadro de Venecia de un trípode situado sobre la cómoda, se quedó pensativa durante un instante y se lo pasó a Hannibal.

-Llévale esto al cocinero. Agárralo por el marco. -Le sonrió-. No manches la parte de atrás.
Lothar sacó la tina para cargarla en el carro del patio, donde Mischa empezaba a inquietarse, incómoda por el ajetreo que la rodeaba.

Hannibal levantó a su hermanita para que le acariciase el hocico a César. La pequeña dio un par de apretones al morro del caballo para ver si sonaba como un claxon. Hannibal cogió un puñado de grano y esparció las simientes sobre el suelo del patio hasta darles forma de «M». Las palomas se abalanzaron sobre ella y formaron una letra viviente. El niño dibujó la letra con el dedo en la palma de la mano de su hermana, ella ya tenía tres años y él estaba impaciente por que aprendiera a leer.

-¡Eme de Mischa! -exclamó Hannibal.

La pequeña correteaba entre los pájaros riendo, y las palomas levantaron el vuelo a su alrededor, rodearon las torres y ascendieron hasta el campanario ».

 

 Thomas Harris