« Todo es irreversible, todo es inexorable en nuestra vida. Lo que está perdido nunca se recupera, pues nunca se puede revivir el instante que ha provocado alegría o hubiera podido provocarla.
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La estilográfica que, en octubre, al cumplir los seis años, me habían ofrecido mis padres, la perdí en el mes de octubre del año siguiente… Advertí mi pérdida al salir de la clase de latín, cerca de las once de la mañana… El mundo se transformó en una espantosa máquina de provocar sufrimiento.
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Señor, si tú sabes dónde está mi estilográfica, si San Pedro me espera en el umbral del Paraíso para devolvérmela con una agradable sonrisa, guárdala, no la quiero. Yo la quería hace treinta y cinco años, a las once de la mañana. Tú me devuelves tal vez alguna cosa, algo así como el cuerpo glorioso de mi estilográfica, pero no me devuelves el instante en que por última vez la acaricié en mi bolsillo, con todo lo que aquel instante de mi existencia llevaba en sí, con todo lo que le daba apariencia, espesor, duración »
Robert Escarpit