DE AQUELLAS COSAS POR LAS CUALES LOS HOMBRES Y ESPECIALMENTE LOS PRÍNCIPES, SON ALABADOS O CENSURADOS.
« Queda ahora por analizar cómo debe comportarse un príncipe en el trato con súbditos y amigos. Y porque sé que muchos han escrito sobre el tema, me pregunto, al escribir ahora yo, si no seré tachado de presuntuoso, sobre todo al comprobar que en ésta materia me aparto de sus opiniones, pero siendo mi propósito escribir cosa útil para quien la entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su apariencia. Porque muchos se han se han imaginado como existentes de veras repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos; porque hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse; pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son. Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad.
Dejando, pues, a un lado las fantasías, y preocupándose sólo de las cosas reales, digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos, y en particular de los príncipes, por ocupar posiciones más elevadas, son juzgados por algunas de éstas cualidades que les valen o censura o elogio. Uno es llamado "Pródigo", otro "Tacaño" (y empleo un un término toscano, porque "avaro", en nuestra lengua, es también el que tiende a enriquecerse por medio de la rapiña, mientras que llamamos "tacaño" al que se abstiene demasiado de gastar lo suyo); uno es considerado dadivoso, otro rapaz; uno cruel, otro clemente; uno traidor, otro leal; uno afeminado y pusilánime, otro decidido y animoso; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno sincero, otro astuto; uno duro, otro débil; uno grave, otro frívolo; uno religioso, otro incrédulo, y así sucesivamente.
Sé que no habrá alguien que no opine que sería cosa muy loable que, de entre todas las cualidades nombradas, un hombre poseyese las que son consideradas buenas; pero como no es posible poseerlas todas, ni observarlas siempre, porque la naturaleza humana no lo consiente, le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas que le significarían la pérdida del Estado, y si puede, aun de las que no se lo harían perder; pero si no puede no debe preocuparse gran cosa, y mucho menos incurrir en la infamia de vicios sin los cuales difícilmente podría podría salvar el Estado, porque si consideramos ésto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa de ruina y lo que parece vicio sólo acaba por traer el bienestar y la seguridad ».
Maquiavelo Nicolás