« Un Príncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento que cosa alguna fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único que compete a quien manda. Y su virtud es tanta, que no sólo conserva en su puesto a los que han nacido príncipes, sino que muchas veces eleva a esta dignidad a hombres de condición modesta; mientras que, por el contrario, ha hecho perder el Estado a Príncipes que han pensado más en las diversiones que en las armas. Pues la razón principal de la pérdida de un Estado se halla siempre en el olvido de éste arte, en tanto que la condición primera para adquirirlo es la de ser experto en él.
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En consecuencia, un príncipe jamás debe dejar de ocuparse del arte militar, y durante los tiempos de paz debe ejercitarse más que en los de guerra; lo cual puede hacer de dos modos: con la acción y con el estudio. En lo que atañe a la acción, debe, además de ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza con el doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y de conocer la naturaleza de los terrenos, la altitud de las montañas, la entrada de los valles, la situación de las llanuras, el curso de los ríos y la extensión de los pantanos. En ésto último pondrá mucha seriedad, pues tal estudio presta dos utilidades: primero, se aprende a conocer la región donde se vive y defenderla mejor; después, en virtud del conocimiento práctico de una comarca, se hace más fácil el conocimiento de otra donde sea necesario actuar, porque las colinas, los valles, las llanuras, los ríos y los pantanos que hay, por ejemplo, en Toscana, tienen cierta similitud con los de otras provincias, de manera que el conocimiento de los terrenos de una provincia sirve para el de las otras. El príncipe que carezca de ésta pericia carece de la primera cualidad que distingue a un Capitán, pues tal condición es la que enseña a dar con el enemigo, a tomar alojamientos, a conducir ejércitos, a preparar un plan de batalla y a atacar con ventaja.
Filopémenes, príncipe de los aqueos, tenía entre otros méritos que los historiadores le concedieron, el de que en los tiempos de paz no pensaba sino en las cosas que incumben a la guerra; y cuando iba de paseo por la campaña, a menudo se detenía y discurría así con los amigos; "Si el enemigo estuviese en aquella colina y nosotros nos encontrásemos aquí con nuestro ejército ¿De quién sería la ventaja? ¿Cómo podríamos ir a su encuentro, conservando el orden? Si quisiéramos retirarnos ¿Cómo deberíamos proceder? ¿Y cómo los perseguiríamos si los que se retirasen fueran ellos?" Y les proponía, mientras caminaba, todos los casos que pueden presentársele a un ejército; escuchaba sus opiniones, emitía la suya y la justificaba. Y gracias a éste continuo razonar, nunca, mientras guió a sus ejércitos, pudo surgir incidente alguno para el que no tuviese remedio previsto.
En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la Historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, ver cómo se han conducido en la guerra, analizar el por qué de sus victorias y derrotas para evitar éstas y tratar de lograr aquellas; y sobre todo hacer lo que han hecho en el pasado algunos hombres egregios que, tomando a los otros por modelos, tenían siempre presentes sus hechos más celebrados. Como se dice que Alejandro Magno hacía con Aquiles, César con Alejandro, Escipión con Ciro. Quien lea la vida de Ciro, escrita por Jenofonte, reconocerá en la vida de Escipión la gloria que le reportó imitarlo, y cómo, en lo que se refiere a castidad, afabilidad, clemencia y liberalidad, Escipión se ciñó por completo a lo que Jenofonte escribió de Ciro.
Ésta es la conducta que debe observar un príncipe prudente; no permanecer inactivo nunca en los tiempos de paz, sino, por el contrario, hacer acopio de enseñanzas para valerse de ellas en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle preparado para resistirle ».
Maquiavelo Nicolás
El príncipe
Capítulo XIV