miércoles, mayo 9

El sagrado bebedor

Sé sincero: ¿Tú sabes a dónde vas?
Lo sepas o no, recuerda que eres tú 
quien decidió caminar

« Un buscador sabe que no ganará la lotería,
ni hará el amor con la más bella,
ni se desmayará de emoción ante un auténtico Picasso.

No quiere despotricar contra las estrecheces cotidianas,
ni sumarse a los lamentos de la gente,
en cambio le gustaría tocar las axilas de un león cansado,
y sacudir las orejas de una manada de elefantes,
o perderse entre las hojas del girasol más ausente.
Piensa que haciendo así su cascarón puede sacudirse
el moho de nostalgias y lagrimones.

Un buscador desea hamacarse como hacen los muertos:
sin prisa,
sin pausa,
desea mojar su garganta con el viento que corre,
y examinarse de perfil en los ojos amarillos de las iguanas,
como un mascarón de proa que estudia su reflejo en el mar.

Es ante todo un ignorante,
un analfabeto de las cuestiones importantes,
y de los motivos que agitan a sus próximos prójimos.

Por decirlo así:
no pierde el sueño ante el auto de su cuñado
ni por las ubres de miss universo,
ni por los rumores de la guerra.

Y lo mas grave del asunto es que no se arrepiente,
no reniega de su torpeza mundana,
ni de la incultura que arrastra
y que abona en diarias cuotas de aparente indiferencia.

Alguien le dijo que se entretiene demasiado con sus pulgas
y por lo tanto se pierde la aventura del mundo.
Por eso un buscador baila la danza de los perros callejeros,
baila, gira, y muerde su cola animal,
corriendo veloz hasta que el horizonte se hace circular,
hasta ser el centro de una línea de colores confusos y mutantes.
Su propio cascarón, si lo llega a notar, está de acuerdo:
aprieta los dientes y piensa con los pies en la tierra,
confiado en que no hay lugar donde esconderse de uno mismo
(y en verdad no lo hay)

Pero el buscador sabe que hay una chispa,
un delirio casi estrella,
una mano amorosa que empuja y empuja desde adentro,
algo que sostiene a su cascarón para que siga gastando los zapatos,
para que continúe la senda que llega hacia uno mismo.

Y eso que lo motiva es tan fugaz,
tan minúsculo y cercano su terremoto silencioso,
que cuando el cascarón bebe su copa se sorprende,
se pierde, desvaría, y se olvida de todo,
hasta de aquello que un segundo atrás creía importante »



Mario Corradini