domingo, noviembre 18

Cumbres borrascosas

 
« Quiere usted al señorito Edgar porque es guapo, joven, alegre y rico y porque está enamorado de usted. Pero esto último no es razón; podría quererle lo mismo aunque él no la quisiera y también no quererle si él, aunque la quisiera, careciese de los otros cuatro atractivos.

—Eso es verdad. Si fuera feo y además un patán, solamente conseguiría darme pena, y hasta puede que le llegase a odiar.

—Pero hay en el mundo muchos otros hombres jóvenes guapos y ricos, posiblemente más que él. ¿Qué inconveniente habría para que se enamorase de uno de ellos?

—Si existen, yo nunca me los he topado. Jamás he conocido a alguien como Edgar.

—Pero lo puede conocer. Y además guapo y joven no va seguirlo siendo siempre, y a lo mejor incluso tampoco rico.

—Lo es ahora, y para mí lo único que cuenta es el presente. A ver si hablas con un poco más de sentido común.

—Está bien, si lo único que cuenta para usted es el presente, eso dirime la cuestión: cásese con el señor Linton.

—No necesito tu permiso, me pienso casar con él. Pero, a todo esto, no me has dicho aún si hago bien o no.

—Perfectamente bien, en la medida en que puede estar bien no atender más que al presente por parte de alguien que se va a casar. Y ahora vamos a ver, ¿por qué se siente desgraciada? A su hermano le dará una alegría, la señora y el señor Linton no creo que tengan algo que objetar, saldrá usted de una casa caótica y sin comodidades para entrar en otra rica y respetable, Edgar la ama y usted a él. Todo parece ir como sobre ruedas, ¿dónde está el problema?

—¡Pues aquí y aquí! —contestó Catherine, golpeándose la frente con una mano y el pecho con la otra—. Dondequiera que se albergue el alma. ¡Porque en el fondo de mi alma y de mi corazón estoy convencida de que hago mal!

—¡Qué cosa más rara! No lo puedo entender.

—Es un secreto, pero si no te burlas de mí te lo voy a contar. Explicártelo muy claro no podré, pero sí darte una idea de lo que siento.

Se volvió a sentar a mi lado y la expresión del rostro se le puso más seria y grave. Las manos cruzadas le temblaban.

—Dime, Nelly —preguntó de improviso, tras algunos minutos de reflexión—, ¿tú nunca has soñado cosas raras?

—Pues sí, de vez en cuando —contesté.

—Yo también. He tenido algunos sueños en mi vida que se me han quedado dentro para siempre y han cambiado totalmente mi forma de pensar; se han ido metiendo cada vez más hondo en mi ser, como el vino cuando se mezcla con el agua, y me han teñido el alma de otro color ».
 
 
Emily Brontë