jueves, julio 22

Los que se equibocan (con “b”)


“Me entero de que existe un pez que se llama “anglerfish”, cuya traducción  directa al español  no existe y lo único que encuentro en Internet es que en nuestra lengua se lo conoce como parte de la familia de los “Lophiiformes”(sí, con dos “i”). Lo que atrajo mi atención es que la hembra, inmensa y bastante poco agraciada, como suele suceder con los peces abisales, tiene serias dificultades para encontrar un macho. La razón por la que ellos son tan escasos -o tal vez tan fóbicos- no he podido encontrarla en ninguna parte, pero el caso es  cuando el azar los une en la misteriosa ceremonia subacuática, ella literalmente lo integra  en su propio cuerpo, de tal modo que los tejidos de ambos se fusionan hasta compartir un mismo sistema respiratorio y digestivo.

¿Cuál es la importancia de todo esto, para que nada menos que el ilustre Instituto Max Plank de Alemania haya publicado un estudio en colaboración con la Universidad de Washington? Esa fabulosa introducción de un cuerpo dentro de otro se hace posible gracias a que el sistema inmunológico de la hembra se suspende automáticamente por completo, del mismo modo que cuando a un paciente se le transplanta un órgano hay que conseguir lo mismo de forma químicamente inducida, para evitar el rechazo natural del organismo receptor. Todo esto, según el estudio, podría abrir vías inexploradas y muy promisorias sobre los mecanismos inmunodepresores y las enfermedades concomitantes. La gran familia de los Lophiiformes (recordar las dos “i”, lo digo por si alguien desea experimentar, no vaya a ser que cometa algún acto fallido de consecuencias imprevisibles) posee varios sistemas reproductivos. Algunas hembras se fusionan con un solo macho, mientras otras lo hacen con varios. El estudio tampoco especifica si esta diferencia obedece a que las hembras aprovechan lo que les cae en suerte, o si cuando el azar las favorece prefieren darse algunos lujos. También puede ocurrir que la fusión sólo sea temporaria, y no he logrado encontrar información suplementaria sobre qué le sucede al macho una vez devuelto a su naturaleza primigenia, si sale más o menos bien parado o se convierte en alimento de otros seres vivos. Entiendo perfectamente que los científicos se desinteresen por las preguntas que el estudio me ha suscitado, del mismo modo que al no ser yo un científico -y pese a la enorme admiración que siento por quienes ejercen ese oficio con legítima vocación y honestidad- mi imaginación no se conmueve en exceso por lo que sucede con el sistema de anticuerpos. En cambio, como mi medio natural es la ficción, no puedo evitar sentirme fascinado por lo que el amor puede hacer en algunos casos. Resulta que los psicoanalistas estamos convencidos de que que el ser hablante es capaz de las extravagancias amatorias más incomparables del reino viviente, cuando probablemente ese sentimiento de superioridad que le concedemos a la perversión polimorfa de la criatura humana se debe en parte a lo mucho que desconocemos. No sé si esta asombrosa familia acuática se parece en algo a nosotros, o viceversa. Pero sí sé que, en lo relativo al amor, Freud empezó con mal pie al convencerse de que consiste en hacer uno a partir de dos. Desde luego, es algo que no dejamos de observar en muchas personas que nos confiesan sus ideas al respecto, cuando la vida entera, (desde que nos hemos puesto de pie sobre la superficie de la tierra y comenzamos a caminar en dos patas, hasta que se inventó el diván analítico) no ha hecho más que demostrarnos que el amor es otra cosa, es una fusión que no se sostiene nunca, salvo al precio de la desaparición del otro y que, por el contrario, es una herida solitaria, una boca ávida de buscar otra boca que sólo en el instante fugaz de un espejismo -maravilloso e indispensable para vivir- cree poder alcanzarla. Se equivocan (se equibocan) quienes auguran que el amor se acaba, que durará el tiempo de Tinder o de Grinder, o se convertirá en algo parecido a lo que hace la hembra de los Lophiiformes, sólo que mediante sofisticados sistemas de alta tecnología. El amor, cuando logramos vencer el mito de Aristófanes, no pierde en lo más mínimo su dignidad. Todo lo contrario. Carlson Mc Cullers dijo de él que es un cazador solitario, y más de dos mil años atrás Lucrecio supo en su “Sobre la naturaleza de las cosas” que “cuando los amantes se aproximan con ansiedad, diente amoroso contra diente, es del todo en vano, ya que no alcanzan a perderse en el otro, ni a ser un mismo ser”.

Sin embargo, a pesar de los lúgubres augurios, seguimos inventando maneras - algunas más o menos dichosas, otras decididamente desgraciadas - de intentar no naufragar en esa soledad a la que todo parece condenarnos, por esa rara circunstancia de que un buen día el lenguaje nos atrapó en sus garras y, como la hembra gigante de las profundidades abisales, nos metió casi enteros en el interior de su cuerpo.

No dejemos de prestar atención al “casi”, porque tiene toda su importancia". 


Gustavo Dessal

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