jueves, junio 20

El prefacio de Dorian Gray

« Cuando quiero a alguien de verdad, no me gusta decir su nombre a nadie. Es como ceder una parte de él. Me he acostumbrado a amar el secreto. Es lo único que puede hacernos la vida moderna misteriosa y sorprendente. La cosa más vulgar se vuelve deliciosa en cuanto alguien nos la esconde. Yo, cuando me voy al campo, nunca digo adónde. Si lo hiciera, perdería todo encanto. Es una mala costumbre, lo confieso; pero no deja de traer cierto elemento novelesco a la vida de uno ¿Qué, me crees loco de remate?

La buena influencia no existe. Toda influencia es inmoral, inmoral desde el punto de vista científico. Porque influir en una persona significa entregarle el alma. Ya no piensa con sus propios pensamientos, ni se consume en sus propias pasiones. Sus virtudes dejan de ser reales. Sus pecados, si es que existe tal cosa, son algo prestado. Se convierte en el eco de una música ajena, en el actor de un papel que se ha escrito para otro.

Hay algo terriblemente seductor en el ejercicio de una influencia. No hay otra actividad que se le iguale. Proyectar el alma en una forma grácil y dejarla allí detenida un instante; escuchar las propias ideas repetidas por otro con toda la música de la pasión y la juventud; traspasar el propio temperamento como si fuese un fluido sutil o un raro perfume; supone un verdadero goce, quizá el más satisfactorio que queda en una época tan limitada y vulgar como la nuestra, en una época groseramente carnal en sus placeres, y ordinaria y vulgar en sus aspiraciones...

Es absurdo dividir a la gente en buena y mala. La gente es tan sólo encantadora o aburrida.

Y en cuanto a mí, estoy dispuesto a creer cualquier cosa, con tal de que sea realmente increíble ».


Oscar Wilde