lunes, septiembre 10

De un mundo a otro

«  Después de que almorzaran en un restaurante de la calle Guido fue a dormir la siesta con su novia Margarita, en casa de ella. Esa tarde, parecida a tantas otras en que Margarita durmió entre sus brazos, de algún modo fue excepcional: jamás como entonces Javier Almagro tuvo la convicción de que Margarita se le entregaba tan enteramente. Por algo se dice que para todo, en este mundo, hay un término. A las cuatro y media de la tarde, puntualmente, se levantaron, se vistieron y cada cual partió a sus obligaciones: ella, a dar el último examen de la carrera de astronauta; Almagro, a la redacción del diario en que trabajaba.

Seguro de que Margarita había aprobado su examen, Almagro dejó pasar horas antes de felicitarla. A eso de las once de la noche trató de llamarla por teléfono. Mientras formulaba mentalmente una excusa para su tardanza, oía el consabido, insistente, rumor de llamada... Tuvo que resignarse a una desagradable conclusión: Margarita había salido. ¿A dónde? ¿Con quién? Por más que se repetía: "Margarita me quiere", "Margarita no me engaña", "Margarita es leal", desesperó. Emprendió obstinadas idas y venidas, levantó los brazos y meció los pocos pelos de su cabeza. Comprendió que no toleraba la situación, que un remedio provisorio, pero remedio al fin, sería meterse en un cinematógrafo. Vio en el diario que en el Astral había función de trasnoche. Reflexionó: "Pasando de una función de cine a otra, el mismo camino hacia la muerte sería, para mí, llevadero". Se largó, pues, al Astral.

Mientras miraba por la ventanilla del taxi que lo llevaba, ocurrió un hecho extraño. Al ver el comportamiento normal de la gente en la calle, pensó que él era el único trastornado y logró reaccionar. Esforzándose un poco, razonó: que Margarita no estuviera en su casa no era prueba de que estuviera con otro hombre. Las palabras "otro hombre" despertaron pasajeramente su ansiedad.

En el hall del Astral tuvo que esperar un rato, hasta que la función anterior concluyera. De pronto vio con alivio que los acomodadores abrían las puertas y, en seguida, empezó a salir un río de gente un poco deslumbrada por la luz del hall y seguramente comentando la película que habían visto. Súbitamente la escena se animó. Sorprendido, atónito, vio con desesperación lo que había imaginado: a dos pasos de él, hablando animadamente con un desconocido, pasó Margarita.



II

Desayunaron en La Rambla, como todos los días. En un tono que pretendía ser despreocupado, Javier comentó:

 -Ayer a la tarde, después de la siesta, creí que ibas a dar un examen (en ese momento, sin advertirlo, levantó la voz), pero no que ibas a encontrarte con un hombre.

Sonriente, nada perturbada, Margarita le tomó las manos y dijo: -Si lo que te importa es que no te haya engañado, no te hagas mala sangre. Nunca he sentido ganas de engañarte. Si alguna vez me da por ahí, te avisaré.

La última frase disgustó un poco a Javier, pero entendió que debía dejarla pasar. No pudo, sin embargo, omitir la pregunta:
-¿Quién es el individuo que te acompañaba?

-Un muchacho de la facultad. No te preocupes. No me gusta.

Como si tuviera un arranque de inspiración, Javier arremetió con una arenga que sin duda ella estaría cansada de oírle: esencialmente consistía en asegurar que si ella lo quisiera como él la quería serían felices.

-Lo somos- aseguró Margarita y, mirándolo con ternura, explicó:
-Yo creo que tuve mucha suerte de encontrarte, pero a veces desearía que hubieras aparecido en mi vida un poco después. Soy muy joven, hay una sola vida y no quisiera morir sin haberla vivido plenamente; pero no hagas caso de lo que te digo. Nunca me consolaría si te perdiera.



III

Esa misma tarde Javier consiguió que el director del diario lo recibiese. El personaje es bastante ridículo: tiene una barriga prominente y con sus brazos cortos, sus piernas largas, parece una rana; es flaco, se diría contraído, y a cada rato se agita en contorsiones nerviosas, que han de ser intentos de aflojarse. Según Javier, todo pretexto es bueno para irritar al director; pero nada lo irrita como la entrevista pedida por cualquier persona que trabaja en el diario. Cuando Javier le dijo que se había enterado de que el gobierno respaldaba un proyecto de lanzar una nave a un vuelo interplanetario, estremeciéndose de furia el hombre exclamó:
-Este país no tiene arreglo. Cuando hay tanto por hacer, ¡gastar millones en semejante fantochada!

Javier tuvo que hacer un esfuerzo para no renunciar a su propuesta. Dijo: -En mi modesta opinión, prestigiaría al diario que uno de sus cronistas viajara en esa nave y enviara notas exclusivas...

-Su modesta opinión me tiene sin cuidado -replicó el director-. Por nada permitiré que mi diario se haga cómplice de tan absurdo proyecto ».


Adolfo Bioy Casares