viernes, junio 8

El detective privado

« Nuestras historias privadas se pueden volver irreconocibles al pasar de boca en boca. Todas las personas que conocemos nos inventan. La familia, los propios amigos, seguro que expresan opiniones a nuestras espaldas que nos sorprenderían y no siempre de manera agradable. A menudo ocurre que ellos contemplan a una persona muy alejada de la que nosotros creemos ser. Desde que recuerdo, siempre he tenido una enorme curiosidad por descubrir lo que los demás murmuran de mí cuando no estoy delante.

Un día me puse a investigar. Cada vez que salía con alguien le preguntaba lo que opinaba de tal o cual conocido y la persona en cuestión se explayaba. Me ponía en el lugar del hombre o la mujer que estábamos criticando y me sentía realmente mal. No me habría gustado que nadie dijera esas cosas de mí. Me refiero a pequeños detalles que a primera vista parecían carecer de importancia pero que enturbiaban la imagen del ausente. Me dediqué a tirar de la lengua a los amigos sobre conocidos comunes y la mayoría de ellos salieron bastante mal parados. Algunos recibían críticas más benevolentes pero siempre surgía algún comentario oscuro, alguna inquietante duda que ensombrecía su pasado. Llegué a la conclusión de que existía una extraña necesidad de desprestigiar a todo el mundo.

Al llegar a casa, apuntaba los comentarios en una libreta. Llegué a reunir varias libretas que todavía guardo y que ayer me puse a revisar. He pensado en escribir una novela con los juicios que he ido recogiendo durante los últimos años. Pero resultaría terrible que los protagonistas del libro descubrieran la falsedad de las relaciones que han mantenido a lo largo de su vida. ¿Quién iba a pensar que las personas que más querían y en las que más confiaban eran sus peores enemigos? Las personas que más queremos son las que poseen mayor capacidad para herirnos.

A medida que investigaba e iba descubriendo lo que realmente pensaban unos de otros, me fui aislando en mi propio mundo. Cuando me acostaba no lograba conciliar el sueño imaginando las calumnias que dirían de mí. Al final, a nadie llamaba por teléfono y cuando alguien trataba de comunicarse conmigo apenas hablaba. Dejé de salir con los amigos y las escasas ocasiones que me convencieron para vernos me mantuve distante y callado. Me llamó la atención que mi cambio de actitud no les alarmó. Ellos conversaban amigablemente, se reían, eran felices. Sin embargo, yo sabía el desprecio que ocultaban. Me entraban ganas de interrumpirlos y decirles a la cara lo que me habían confesado en privado. Pero los detectives privados tienen que desvelar el resultado de las investigaciones sólo a sus clientes y en este caso yo era mi propio cliente ».



José A.  Garriga Vela