« A veces, Švejk pasaba días enteros sin ver al pastor de almas militares. El capellán repartía su tiempo entre su oficio y las juergas y por eso volvía a casa muy de vez en cuando, sucio y desastrado, como un gato enamorado vuelve después de sus excursiones por los tejados.
Si cuando regresaba era capaz aún de expresarse, antes de quedarse dormido hablaba con Švejk sobre los objetivos más elevados, sobre el noble entusiasmo y sobre la alegría de pensar. Algunas veces hasta intentaba declamar en verso y citaba a Heine.
Švejk tuvo ocasión de servir en otra misa de campaña con el capellán, esta vez para los gastadores. Por equivocación, habían invitado también a otro capellán castrense, un antiguo catequista, un hombre extraordinariamente piadoso que miró a su colega con patente extrañeza cuando éste le ofreció un trago de coñac de la cantimplora que Švejk siempre llevaba en esta clase de actos religiosos.
-Es de buena marca –dijo el capellán Otto Katz-. Beba un buen trago y váyase a casa. Yo ya saldré de aquí solo, porque me apetece pasar un rato al aire libre, tengo dolor de cabeza.
El capellán piadoso se fue sacudiendo la cabeza de indignación e incredulidad y, como siempre, Katz cumplió perfectamente su misión.
Esta vez lo que se transformó en la sangre del Señor fue vino con sifón y el sermón se alargó más que otras veces. En cada frase repetía la coletilla: «etcétera, naturalmente »
Si cuando regresaba era capaz aún de expresarse, antes de quedarse dormido hablaba con Švejk sobre los objetivos más elevados, sobre el noble entusiasmo y sobre la alegría de pensar. Algunas veces hasta intentaba declamar en verso y citaba a Heine.
Švejk tuvo ocasión de servir en otra misa de campaña con el capellán, esta vez para los gastadores. Por equivocación, habían invitado también a otro capellán castrense, un antiguo catequista, un hombre extraordinariamente piadoso que miró a su colega con patente extrañeza cuando éste le ofreció un trago de coñac de la cantimplora que Švejk siempre llevaba en esta clase de actos religiosos.
-Es de buena marca –dijo el capellán Otto Katz-. Beba un buen trago y váyase a casa. Yo ya saldré de aquí solo, porque me apetece pasar un rato al aire libre, tengo dolor de cabeza.
El capellán piadoso se fue sacudiendo la cabeza de indignación e incredulidad y, como siempre, Katz cumplió perfectamente su misión.
Esta vez lo que se transformó en la sangre del Señor fue vino con sifón y el sermón se alargó más que otras veces. En cada frase repetía la coletilla: «etcétera, naturalmente »
-Soldados, hoy partiréis hacia el frente, etcétera, naturalmente. Dirigíos ahora a Dios, etcétera, naturalmente. No sabéis qué os puede pasar, etcétera, naturalmente »
Jaroslav Hašek