« Era la aurora y al borde la charca la exigua figura de Medardo, envuelta en la capa negra, se reflejaba en el agua, donde flotaban setas blancas o amarillas o color tierra. Eran las mitades de las setas que él había llevado, y ahora estaban diseminadas por aquella superficie transparente. En el agua, las setas parecían completas y el vizconde las miraba…
Estaba entero y todas las cosas eran para mí naturales y confusas, estúpidas como el aire; creía verlo todo y no veía más que la corteza. Si alguna vez te conviertes en la mitad de ti mismo, muchacho, y te lo deseo, comprenderás cosas que escapan a la normal inteligencia de los cerebros enteros. Habrás perdido la mitad de ti y del mundo, pero la mitad que quede será mil veces más profunda y valiosa. Y también tú querrás que todo esté demediado y desgarrado a tu imagen, porque belleza y sabiduría y justicia existen sólo en aquello que está hecho a trozos.
La ballesta del vizconde disparaba desde hacía tiempo sólo a las golondrinas, pero no para matarlas, sólo para herirlas y tullirlas. Pero ahora empezaban a verse en el cielo golondrinas con las patitas vendadas y entablilladas, o con las alas pegadas o con esparadrapo; había toda una bandada de golondrinas recompuestas que volaban con prudencia todas juntas como convalecientes de un hospital pajaril, e inverosímilmente se decía que el propio Medardo era el doctor.
-Pero vos sois distinto; algo chalado también, pero bueno.
Entonces el buen Medardo dijo: - Oh, Pamela, eso es lo bueno de estar partido por la mitad: el comprender en cada persona y cosa del mundo la pena que cada uno y cada una siente por estar incompleto. Yo estaba entero y no entendía, y me movía sordo e incomunicable entre los dolores y las heridas sembrados por todas partes, allí donde, estando entero, uno menos se atreve a creer. No sólo yo, Pamela, soy un ser partido por la mitad y separado, también lo eres tú y todos. Ahora tengo una fraternidad que antes, entero, no conocía: con todas las mutilaciones y las carencias del mundo. Si vienes conmigo, Pamela, aprenderás a sufrir con los males de los demás y a sanar los tuyos curando los de ellos.
- Padre – le dijo uno de sus hijos -, os veo mirar hacia el valle, como si esperaseis la llegada de alguien.
- Esperar es propio del hombre – respondió Ezequiel -, y del hombre justo, esperar con fé... »
Estaba entero y todas las cosas eran para mí naturales y confusas, estúpidas como el aire; creía verlo todo y no veía más que la corteza. Si alguna vez te conviertes en la mitad de ti mismo, muchacho, y te lo deseo, comprenderás cosas que escapan a la normal inteligencia de los cerebros enteros. Habrás perdido la mitad de ti y del mundo, pero la mitad que quede será mil veces más profunda y valiosa. Y también tú querrás que todo esté demediado y desgarrado a tu imagen, porque belleza y sabiduría y justicia existen sólo en aquello que está hecho a trozos.
La ballesta del vizconde disparaba desde hacía tiempo sólo a las golondrinas, pero no para matarlas, sólo para herirlas y tullirlas. Pero ahora empezaban a verse en el cielo golondrinas con las patitas vendadas y entablilladas, o con las alas pegadas o con esparadrapo; había toda una bandada de golondrinas recompuestas que volaban con prudencia todas juntas como convalecientes de un hospital pajaril, e inverosímilmente se decía que el propio Medardo era el doctor.
-Pero vos sois distinto; algo chalado también, pero bueno.
Entonces el buen Medardo dijo: - Oh, Pamela, eso es lo bueno de estar partido por la mitad: el comprender en cada persona y cosa del mundo la pena que cada uno y cada una siente por estar incompleto. Yo estaba entero y no entendía, y me movía sordo e incomunicable entre los dolores y las heridas sembrados por todas partes, allí donde, estando entero, uno menos se atreve a creer. No sólo yo, Pamela, soy un ser partido por la mitad y separado, también lo eres tú y todos. Ahora tengo una fraternidad que antes, entero, no conocía: con todas las mutilaciones y las carencias del mundo. Si vienes conmigo, Pamela, aprenderás a sufrir con los males de los demás y a sanar los tuyos curando los de ellos.
- Padre – le dijo uno de sus hijos -, os veo mirar hacia el valle, como si esperaseis la llegada de alguien.
- Esperar es propio del hombre – respondió Ezequiel -, y del hombre justo, esperar con fé... »
Italo Calvino