viernes, noviembre 9

La melancolía de la revolución

« En el fondo todos hemos meditado alguna vez sobre la problemática de esta obra, aunque no la conociésemos a fondo. Las ideas sobre la belleza, la fealdad física, “la belleza interior”, la capacidad de sacrificio por amor, son nubes que en determinados momentos han cruzado por las mentes de casi todo el mundo. Cuantas veces un hombre o una mujer han tenido que ocultar sus sentimientos y frustrarlos, porque pensaban que el otro era más atractivo y por lo tanto no iba a reparar en nosotros o nos iba a despachar con fingida cortesía. 

Cuantas veces alguien hablando por teléfono ha temido que cuando preparaba una cita y le decían que tenía una voz muy dulce, quien se sentía embelesado por nuestras palabras luego nos encontrase, no ya feos, sino simplemente vulgares, gente corriente, como una mayoría, uno más.

Y desde esa óptica la película cobraba una actualidad. Los tiempos que vivimos son contradictorios. De una parte una legión de psicólogos nos dice que lo importante es ser uno mismo, que lo que realmente importa es nuestro interior, ahí está la verdadera grandeza de una persona. Pero luego, la televisión, los otros medios se pasan el día insistiendo sobre gente cuya única cualidad es su atractivo físico: con él se hacen un lugar en la sociedad, acceden a donde la cultura –mejor– la incultura nunca les habría podido llevar. Y en un momento determinado, sólo por sus ojos, por las proporciones de su cuerpo, alcanzan la admiración de los demás. Sobran y hemos hecho en otras páginas de este mismo texto alusiones a lo mismo. Cualquiera tiene en mente ejemplos para traer a colación.

Puede alguien explicarnos por qué la mayoría de los presentadores y presentadoras de televisión no tienen sesenta años, sino que suelen ser personajes jóvenes –en mayor o menor grado– y de buen ver. Algunos de ellos son manifiestamente torpes a la hora de comentar, de hablar, pero ahí están.

[...]

La belleza interior, la grandeza de espíritu, no es juzgada por la estética, de ella se ocupan la Ética o la religión, pero entran en un terreno todavía más íntimo, más oculto, menos mensurable de forma objetiva. La prueba: lean las necrológicas de los periódicos. Todos los fallecidos fueron muy buenos, muy amables, grandes trabajadores, etc., en ningún caso se hace mención a su físico. Que Caravaggio fuese un rufián nos importa poco para alabar su maestría con el claroscuro ».




Santiago Sánchez González y Sanz