« Cuando Gun murió en un accidente de coche, el pequeño Ingmar y yo íbamos a ir
juntos al entierro. Nos encontramos antes de la ceremonia, en mi pisito de la
Grevturegatan. Tenía diecinueve años, era un hombre alto y guapo, más alto que
yo. No nos habíamos visto en muchos años. Llevaba un traje negro demasiado
ajustado que le había prestado su hermano. Nos sentamos en silencio esperando
que el tiempo pasase un poco más deprisa. No fue así. Me preguntó si tenía por
casualidad un costurero, tenía que coserse un botón. Me puse a buscar aguja e
hilo. Nos sentamos uno frente a otro junto a la ventana. El pequeño Ingmar se
inclinó sobre su costura. El rubio y espeso cabello le caía sobre la frente, las
poderosas manos rojizas manejaban con habilidad aguja e hilo. De vez en cuando
se sorbía los mocos, incómodo. Era sorprendentemente parecido a una fotografía
de su abuelo paterno. La misma mirada azul oscuro, el mismo color de pelo, la
misma frente, boca sensible. La misma actitud corporal distante de los Bergman:
no me toques, no te acerques, no me agarres, soy un Bergman, coño »
Ingmar Bergman