« Todos los días, hermanos míos, pasaban películas parecidas, todas con patadas y
tolchocos y el crobo rojo rojo que goteaba de los litsos y los plotos y se
derramaba sobre los lentes de la cámara. Los personajes eran casi siempre
málchicos sonrientes y smecantes vestidos a la última moda nadsat; o dientudos
torturadores japoneses, o nazis brutales que se libraban de las víctimas a tiros
y patadas. Y todos los días empeoraban el deseo de querer morir y las náuseas, y
los dolores y calambres en la golová y los subos, y esa sed terrible terrible.
Hasta que una mañana quise fastidiar a los bastardos ras ras rasreceándome la
golová contra la pared, y que los tolchocos me dejaran inconsciente, pero lo
único que ocurrió fue que me enfermé al ver que esta clase de violencia era la
misma de las películas, y lo único que conseguí fue agotarme, y entonces me
dieron la inyección y me llevaron como siempre en el sillón de ruedas »
Anthony Burgess