«―Me da la sensación de que avanzas hacia un fin terrible. Pero, sinceramente, no sé qué clase de... ¿Me escuchas?
―Sí.
Se le notaba que estaba tratando de concentrarse.
―Puede que a los treinta años te encuentres un día sentado en un bar odiando a todos los que entran y tengan aspecto de haber jugado al fútbol en la universidad. O puede que llegues a adquirir la cultura suficiente como para aborrecer a los que dicen “Ve a verla”. O puede que acabes de oficinista tirándole grapas a la secretaria más cercana. No lo sé. Pero entiendes dónde voy a parar, ¿verdad?
[...]
―Está bien. Puede que no me exprese de forma memorable en este momento. Dentro de un par de días te escribiré una carta y lo entenderás todo, pero ahora escúchame de todos modos –me dijo. Volvió a concentrarse. Luego continuó–. Esta caída que te anuncio es de un tipo muy especial, terrible. Es de aquellas en que el que cae no se le permite llegar nunca al fondo. Sigue cayendo y cayendo indefinidamente. Es la clase de caída que acecha a los hombres que en algún momento de su vida han buscado en su entorno algo que éste no podía proporcionarles, o al menos así lo creyeron ellos. En todo caso dejaron de buscar. De hecho, abandonaron la búsqueda antes de iniciarla siquiera. ¿Me sigues?
―Sí, señor.
―¿Estás seguro?
―Sí.
Se levantó y se sirvió otra copa. Luego volvió a sentarse. Nos pasamos un buen rato en silencio.
―No quiero asustarte –continuó–, pero te imagino con toda facilidad muriendo noblemente de un modo o de otro por una causa totalmente inane.
Me miró de una forma muy rara y dijo:
―Si escribo una cosa, ¿la leerás con atención?
―Claro que sí –le dije. Y así lo hice. Aún tengo el papel que me dio. Se acercó a un escritorio que había al otro lado de la habitación y, sin sentarse, escribió algo en una hoja de papel. Volvió con ella en la mano y se instaló a mi lado.
―Por raro que te parezca, esto no lo ha escrito un poeta. Lo dijo un psicoanalista que se llamaba Wilhelm Stekel. Esto es lo que... ¿Me sigues?
―Sí, claro que sí.
―Esto es lo que dijo: “Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspirar a vivir humildemente por ella” »
J. D. Salinger