« —Todo está regido por un perfecto equilibrio —continuó—. La naturaleza, las plantas, los animales, el hombre, toman y dan con una armoniosa ponderación. Junto a las altas montañas ve usted siempre los valles profundos; a la frescura lozana de la primavera la sucede la yerta esterilidad del invierno; al lado del capullo están siempre las espinas; las épocas de abundancia son coronadas por épocas de escasez; la guerra sigue a la paz y la paz a la guerra, formando unos estratos semejantes a los del suelo… Ésta es la ley del contraste que rige el mundo. Pero al mismo tiempo es la razón de que todo, todo, tenga su sentido en el universo.
Doña Sole hizo otra breve pausa y prosiguió:
—Pero este equilibrio, esta alteración de lo bueno y lo malo, no puede bastar para enfangarnos en el pesimismo. El pesimismo sólo nos deja ver las espinas en los rosales, la muerte en el hombre, la carne en el amor. Alimentados de pesimismo no vivimos la vida, la sufrimos. Todo lo malo de la vida se agiganta para el pesimista, y, además, lo bueno lo hace malo, precisamente porque de todo escoge su fachada negativa. Y aquí está el error: la contradicción con Dios; la contradicción con nosotros mismos. Cuando la vida es amarga, hay que suavizarla con la representación de un Gólgota, y cuando es dulce, mitigar sus dulzuras pensando que otros sufren por lo que nosotros no sufrimos. Siempre tendiendo al equilibrio, que es el camino de la verdad.
[…]
—Por eso es tan necio atentar contra ese equilibrio preestablecido, Dios no envía nunca más de lo que el hombre puede soportar. Y el hombre no debe buscar más de lo que Dios le envía. Es terrible, créame, Pedro, un espíritu atormentado; un espíritu que se adelanta a su momento y piensa en la noche cuando es de día y se reboza de antemano en la angustia de la obscuridad. Frente al sol se ha de buscar la sombra y la luz en las tinieblas. Pero ¿por qué buscar las tinieblas en el día y en la noche? »
[…]
—Por eso es tan necio atentar contra ese equilibrio preestablecido, Dios no envía nunca más de lo que el hombre puede soportar. Y el hombre no debe buscar más de lo que Dios le envía. Es terrible, créame, Pedro, un espíritu atormentado; un espíritu que se adelanta a su momento y piensa en la noche cuando es de día y se reboza de antemano en la angustia de la obscuridad. Frente al sol se ha de buscar la sombra y la luz en las tinieblas. Pero ¿por qué buscar las tinieblas en el día y en la noche? »
Miguel Delibes