jueves, abril 12

Los viajeros del Imperial

« Todos nos vemos arrastrados hacia esa horrible fatalidad en un gigante autobús que está, en sí mismo, condenado a la destrucción, en tanto que nosotros nos conservamos inconscientes del movimiento que lo anima o del motor que lo impulsa. Recuerdo haber atravesado cierta noche París en el preciso momento en que eran encendidos los faroles callejeros, en uno de esos trepidantes vehículos que nadaba como una enorme ballena a través de las sombras que se espesaban. Era una noche en que yo me sentía particularmente turbado y triste y en que mi cerebro barajaba nombres de títulos y acciones, cotizaciones bursátiles y cifras de las cuales dependía mi libertad, como una pobre alma errante poseída por los demonios del cálculo. De pronto, todo me pareció extraño, los cafés, los bulevares, las tiendas. Comencé a mirar a mis vecinos del piso de arriba, el imperial del autobús, y no me parecieron ya casuales compañeros de travesía cuyos espíritus se levantarían al acercarse el fin del viaje, sino mas bien viajeros misteriosamente escogidos para atravesar la vida conmigo. Y pensé con horror que todos nosotros, extraños el uno para el otro, estábamos amenazados en el mismo grado por un posible accidente a tal punto que todo lo que ocurriera allá abajo entre los caballos y la calle, y de lo cual nada sabíamos en absoluto, tendía a crear entre nosotros una profunda unidad, una intimidad más terrible que la intimidad del amor, la intimidad de una tumba común... Pensé que aquel imperial o mejor dicho el propio autobús, era poco más o menos la imagen de la vida. Porque existen en el mundo dos clases de individuos, los que, a semejanza de la gente del imperial son trasladados sin conocimiento alguno de las máquinas que habitan y los que saben lo que hace girar las ruedas, los que manipulan la maquinaria del monstruo »


Louis Aragon