« « ¿Sabes que tu proceso va mal?», preguntó el sacerdote. «También a mí me lo parece», dijo K. «Hasta ahora me he esforzado todo lo posible, pero sin éxito. Por otra parte, aún no he terminado el memorial». «¿Cómo te imaginas el final?", preguntó el sacerdote. «Antes pensaba que tendría que acabar bien», dijo K., ahora, a veces, yo mismo dudo de ello. No sé cómo terminará. ¿Lo sabes tú?» «No», dijo el sacerdote, «pero me temo que acabará mal. Se te considera culpable. Tal vez tu proceso no salga nunca de un tribunal inferior. De momento tu culpa se considera probada». «Pero yo no soy culpable", dijo K., «es todo un error. ¿Cómo puede una persona ser culpable? Aquí todos somos personas, tanto los unos como los otros». Eso es cierto», dijo el sacerdote, «pero así suelen hablar los culpables". «¿También tú tienes algún prejuicio contre mí?", preguntó K. «No tengo algún prejuicio contra ti», dijo el sacerdote. «Te lo agradezco», dijo K.; «sin embargo, el resto de los que participan en el procedimiento judicial tienen algún prejuicio contra mí. Incluso se lo infunden a quien no participa en él. Mi situación es cada vez más difícil". «Interpretas mal los hechos", dijo el sacerdote, «la sentencia no viene de repente, poro a poco, el procedimiento va transformándose en la sentencia"». «O sea que es así», dijo K. agachando la cabeza. «¿Qué es lo próximo que vas a hacer respecto a tu asunto?», preguntó el sacerdote. «Aún quiero buscar ayuda», dijo K., y levantó la cabeza para ver cómo juzgaba el sacerdote estas palabras. «Hay todavía ciertas posibilidades que no he aprovechado.» «Buscas demasiada ayuda en los demás», dijo el sacerdote en tono de reprobación, «y en especial entre las mujeres. ¿Es que no te das cuenta de que no es ayuda de verdad?» «Algunas veces, e incluso con frecuencia, podría darte la razón», dijo K., «pero no siempre. Las mujeres tienen un gran poder. Si pudiera inducir a algunas mujeres que conozco a trabajar conjuntamente para mí, podría triunfar. En especial con este tribunal, que se compone casi en exclusiva de mujeriegos. Muéstrale desde lejos una mujer al juez de instrucción y, sólo para agarrarla, saltará corriendo por encima de la mesa del tribunal y del acusado». El sacerdote inclinó la cabeza hacia la balaustrada, sólo entonces parecía oprimirle la bóveda del púlpito. ¿Qué mal tiempo estaría haciendo fuera? No era ya un día sombrío, era ya noche oscura. Ninguna vidriera de las grandes ventanas podía cambiar la oscuridad de la pared aunque fuera sólo con un destello. Y precisamente ahora el sacristán empezaba a apagar las velas del altar mayor, una tras otra. «¿Estás enfadado conmigo?», preguntó K. al sacerdote. «Tal vez no sabes a qué tribunal sirves.» No obtuvo ninguna respuesta. "Son tan sólo mis experiencias», dijo K. Arriba con continuaba el silencio. «No quería ofenderte", dijo K. Entonces el sacerdote gritó hacia abajo, dirigiéndose a K.: «¿Es que no ves dos pasos más allá de ti?» Había gritando con rabia, pero a la vez como uno que ve caer a alguien y grita sin querer, sin precaución, porque él mismo está asustado ».
"El tribunal nada quiere de ti. Te toma cuando llegas y te deja cuando te vas".
Franz Kafka