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Opiniones diversas sobre temas variados.
Se nos agotó la Cajita Feliz »
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« “QUE nadie los engañe con palabras vacías.” Este consejo se dio hace casi dos mil años y sigue siendo tan oportuno como siempre. Hoy día se nos bombardea por todas partes con lenguaje persuasivo: las estrellas de cine lo utilizan para ofrecer productos de belleza, los políticos para promover sus ideas, los vendedores para promocionar sus artículos y los clérigos para exponer su doctrina. Con demasiada frecuencia el lenguaje persuasivo resulta ser engañoso, poco más que palabras vacías. Sin embargo, la gente en general se deja engañar por él con facilidad.
Eso suele ocurrir cuando la gente no distingue entre una verdad y una falacia. Los estudiantes de lógica utilizan la palabra “falacia” para describir todo aquello que se aleja del razonamiento lógico. En otras palabras, una falacia es un argumento engañoso o erróneo en el que la conclusión no se infiere de proposiciones anteriores o premisas. No obstante, como las falacias suelen apelar a las emociones, y no a la razón, pueden ser muy persuasivas.
FALACIA NÚMERO 1
Descalificación de la persona. Este tipo de falacia trata de refutar o poner en duda un argumento o declaración perfectamente válido por medio de descalificar a la persona que lo presenta.
¡Qué fácil es tachar a alguien de “estúpido”, “loco” o “inculto” cuando dice algo que no queremos oír! Una táctica similar es la de desacreditar a la persona de una forma sutil e indirecta. Algunas expresiones comunes con las que de forma sutil se trata de descalificar a la persona son: “Si usted de verdad entendiese el asunto, no opinaría así”, o: “Usted cree eso solo porque le han dicho que debe creerlo”.
No obstante, aunque los intentos —directos o indirectos— de descalificar a la persona pueden intimidar y persuadir, nunca refutan lo que se ha dicho. De modo que no se deje engañar por esa falacia.
FALACIA NÚMERO 2
“Lo dicen los expertos”. Esta forma de intimidación verbal consiste en tomar como base las declaraciones de los llamados expertos o gente famosa. Por supuesto, es natural que busquemos el consejo de personas que saben más que nosotros sobre un tema específico, pero no toda afirmación fundada en lo que dice cierta autoridad se basa en razonamiento lógico.
Supóngase que su médico le dice: “Usted tiene paludismo”, y usted le pregunta: “¿Cómo lo sabe, doctor?”. ¡Qué irrazonable sería que él le dijese: “Mire, yo soy médico y sé mucho más de estas cosas que usted. Créame, usted tiene paludismo”! Aunque es probable que su diagnóstico sea acertado, afirmar que usted tiene paludismo solo porque él lo dice es un razonamiento falaz. Sus palabras tendrían mucho más peso si le presentase hechos: sus síntomas, los resultados de los análisis de sangre y otras pruebas similares.
La publicidad también suele respaldar el valor de los productos que ofrece recurriendo a la débil falacia de que eso es lo que aconsejan los expertos. Es común que ciertas celebridades hablen sobre temas que nada tienen que ver con el campo que ellos dominan: un famoso jugador de golf quizás aconseje la compra de cierta fotocopiadora; puede que un futbolista profesional promocione frigoríficos, o que un gimnasta olímpico recomiende cierto tipo de cereal para el desayuno. Muchas personas no se detienen a pensar que probablemente tales “autoridades” sepan poco, o quizá nada, sobre los productos que ofrecen.
Dése cuenta también de que incluso los que sí son verdaderos expertos pueden, al igual que todas las demás personas, tener sus propios prejuicios. Un investigador con grandes credenciales puede afirmar que fumar no perjudica, pero si esa persona trabaja para una compañía tabacalera, ¿no resulta sospechoso su testimonio de “experto”?
FALACIA NÚMERO 3
“Todo el mundo lo hace”. Con esta falacia se apela a las emociones, prejuicios y creencias populares. Por lo general la gente no quiere ser diferente. Tendemos a acobardarnos ante la idea de expresarnos en contra de alguna opinión generalizada. Esta tendencia a dar por sentado que la opinión de la mayoría es acertada se utiliza con mucho éxito en relación con la falacia de “todo el mundo lo hace”.
Por ejemplo, en una revista estadounidense muy conocida aparecía un anuncio en el que se veía a varias personas sonrientes con un vaso de ron en la mano. El eslogan publicitario era: “Esta es la realidad. Por toda América la gente se está pasando al ron...”. Una manera obvia de apelar al “todo el mundo lo hace”.
Pero el que haya personas que opinen o hagan cierta cosa, ¿significa que usted deba imitarlas? Además, la opinión popular no es una regla confiable para medir la verdad. A lo largo de la historia se ha dado aceptación general a un sinfín de ideas que con el tiempo han resultado falsas. Sin embargo, la falacia de “todo el mundo lo hace” persiste, y con esa consigna se insta a la gente a tomar drogas, cometer adulterio, robar a sus patronos, defraudar al fisco o a ser inmoral.
Sin embargo, la verdad es que no todo el mundo hace esas cosas, y aunque sí las hiciesen, eso no sería razón para que usted imitase su comportamiento.
FALACIA NÚMERO 4
Solo hay dos alternativas. Con esta falacia se reduce a solo dos lo que podría ser una amplia gama de opciones. ¿Dónde está el fallo de esta forma de razonar? En que excluye otras posibilidades válidas. Así que la falacia de que solo hay dos alternativas no tiene ningún fundamento.
Por lo tanto, cuando se le diga que tiene que decidir entre dos opciones, pregúntese: “¿Es cierto que solo existen dos alternativas posibles para elegir? ¿Pudiera haber otras?”.
FALACIA NÚMERO 5
Simplificación excesiva. Esta falacia consiste en pasar por alto aspectos pertinentes a la hora de hacer una afirmación o presentar un argumento, simplificando así en exceso lo que puede ser un tema complicado.
Por supuesto, no hay algo de malo en simplificar un tema complejo —los buenos maestros lo hacen constantemente—, pero a veces se simplifica tanto que se llega al punto de distorsionar la verdad. Por ejemplo, uno pudiera leer: “La pobreza que existe en los países en vías de desarrollo se debe al rápido aumento de población”. Esta afirmación tiene algo de verdad, pero pasa por alto otros aspectos importantes, como la mala administración política, la explotación comercial y los factores climatológicos.
De modo que no caiga en la trampa de las falacias, sino que, en especial cuando tenga que ver con algo tan vital como su bienestar personal, aprenda a distinguir entre una refutación bien fundada de algo que se afirma y los esfuerzos baratos por descalificar a la persona que lo afirma. No se deje engañar por falacias débiles como “los expertos lo dicen”, “todo el mundo lo hace” o “solo hay dos alternativas”, y esté alerta también ante las simplificaciones excesivas. Despierte ».