« Sabía que los silencios no pueden calibrarse, un silencio es un silencio, no puede ser mayor o menor que otro; pero tenía la certeza de que aquel silencio era insuperable, era el mayor que nunca hubiera "escuchado" y estaba convencido de que nadie jamás podría encontrar alguno igual.
Sus pisadas sobre las hojas caídas no sonaban, el viento soplaba con fuerza y agitaba las ramas de los árboles pero no se le oía silbar, a su izquierda veía las aguas de un río bajar impetuoso pero no emitía sonido alguno.
Una tormenta silenciosa se presentó de repente. Los rayos se sucedían uno tras otro pero no escuchó trueno alguno. La lluvia era tan densa que apenas podía ver unos metros más allá, caía con fuerza, con furia ...pero silenciosa como si de nieve se tratara.
En apenas unos minutos desapareció tan repentinamente como había surgido.
Se sentía limpio, liviano, como si aquella tormenta se hubiera llevado todas sus cargas, sus preocupaciones, sus sinsabores, sus pesadillas ...
El agua acumulada en las hojas de los árboles goteaba incesante sobre la hierba ya mojada. Aquella sensación de tranquilidad que la ausencia de sonidos transmitía le impidió darse cuenta que no podía oler la hierba mojada. Se encontraba en medio de un frondoso bosque, junto a un río que parecía acompañarle en su paseo y no escuchaba ningún tipo de sonido ni podía diferenciar algún tipo de olor.
Aquello le extrañaba pero en ningún momento le asustó, le provocaba una sensación de paz difícil de explicar.
Notó como la niebla empezaba a aparecer. No caía, se levantaba desde el suelo. Hasta sus rodillas, hasta su cintura ... Algo le hizo levantar la mirada, unos metros más allá vio a su mujer y a su hija a quien llevaba en brazos. Le estaban buscando, lo notaba por sus gestos, suponía que gritaban su nombre pero no las podía oir. Notó que la densa niebla le llegaba ya a los hombros por lo que se acercó corriendo a ellas.
La niebla le llegó a los ojos y le tapó por completo, como una sábana. Apenas podía ver algo pero sabía que su mujer estaba frente a él, la sentía, notaba su respiración ... intentó hablarle pero no salíó sonido alguno de su boca. Alargó la mano hacia su cara y la tocó ... lloraba, notaba sus lágrimas mientras la acariciaba con ternura.
Se llevó los dedos a la boca para saborear aquellas lágrimas ... eran amargas, lágrimas de tristeza. Por fin lo comprendió. Supo que aquel sabor intenso, cálido, iba a ser lo último que iba a experimentar. Esta vez fueron sus propias lágrimas las que llegaron a su boca ... eran dulces, lágrimas de alegría ».