domingo, diciembre 15

El psicoanalista —12

« Ricky sacudió la cabeza. Se le había hecho un nudo en el estómago y tenía mal sabor de boca.

—Mi vida...— empezó.

Tu vida ha cambiado. Y seguirá cambiando. Por lo menos, durante unos días. Y entonces... Bueno, ese es el problema ¿No?


—¿Disfrutas con esto?— preguntó Ricky—. ¿Con verme sufrir? Es curioso, porque no te habría tomado por una sádica tan entregada. A tu señor R. puede que sí, pero no estoy tan seguro sobre él porque sigue un poco distante. Pero tú, señorita Virgil, no creía que poseyeras la psicopatología necesaria. Claro que podría equivocarme. Y de eso se trata ¿No? De cuando me equivoco en algo, ¿No es así?


Ricky bebió un sorbo de agua con la esperanza de haber inducido a la joven a revelarle algo. Por un instante vio que la cólera le dibujaba unas arruguitas en las comisuras de los ojos y unas minúsculas señales oscuras en las de los labios. Pero se recobró y ondeó el panecillo a medio comer en el aire que los separaba como si desechara sus palabras.


— Interpretas mal mi función, Ricky.
— Vuelve a explicármela.
— Todo el mundo necesita un guía que lo lleve hacia el infierno, Ricky, ya te lo dije.
— Lo recuerdo.
— Alguien que te conduzca por las costas rocosas y los bajíos escondidos del averno.
— Y tú eres ese alguien, ya lo sé. Me lo dijiste.
— Bueno, ¿Estás ya en el infierno, Ricky?


Él se encogió de hombros buscando enfurecerla. No lo logró.


—¿Quizá llamando a las puertas del infierno?— sonrió la joven.


Ricky sacudió la cabeza, pero ella lo ignoró.


Eres un hombre orgulloso, doctor Ricky. Te duele perder el control de tu vida, ¿No? Demasiado orgulloso. Y todos sabemos lo que sigue directamente al orgullo. Oye, este vino no está mal, deberías probarlo.


Ricky tomó su copa y se la llevó a los labios, pero habló en lugar de beber.


—¿Eres feliz delinquiendo, Virgil?
— ¿Qué te hace pensar que he cometido algún delito, doctor?
—Todo lo que tu jefe y tú hacen es delictivo. Todo lo que han planeado lo es.
— ¿De veras? Creía que eras experto en neurosis de la clase alta y ansiedad de la clase media alta. Pero supongo que estos últimos días has desarrollado una vena forense.


Ricky dudó. No le gustaba jugar a las cartas. El psicoanalista las reparte despacio, en busca de reacciones, intentando propiciar recuerdos, pero sin participar. Sin embargo, tenía muy poco tiempo, y mientras observaba cómo la joven cambiaba de postura en la silla, no estuvo del todo seguro que esa reunión fuera tal como el esquivo señor R. había previsto. Sintió cierta satisfacción al pensar que estaba desbaratando las consecuencias precisas, aunque sólo fuera un poco.


— Por supuesto— afirmó—. Hasta ahora han cometido varios delitos graves, empezando por el posible asesinato de Roger Zimmerman.


—La policía lo ha considerado un suicidio.
— Consiguieron que un asesinato pareciera un suicidio. Estoy convencido.
— Bueno, si vas a ser tan obstinado, no intentaré que cambies de opinión. Pero creía que tener una opinión abierta era parte de tu profesión.


Ricky no hizo caso de esa pulla e insistió.


— También robo y fraude.
—Oh, dudo que haya alguna prueba de ello. Es un poco como el árbol que cae del bosque: Si no hay alguien presente, ¿Hace ruido? Si no existe prueba, ¿Tuvo realmente lugar un delito? Y si la hay, está en el ciberespacio, junto con tu dinero.


— Por no mencionar tu pequeña difamación con esa denuncia falsa a la Sociedad Psicoanalítica. Fuiste tú ¿Verdad? Engañaste a ese idiota de Boston con una actuación muy elaborada. ¿También te quitaste la ropa para él?


Ella se apartó de nuevo el cabello de la cara y se retrepó en la silla.


— No fue necesario. Es como uno de esos hombres que se comportan como cachorros cuando les reprochas algo. Se pone boca arriba y expone los genitales con unos patéticos gemidos. ¿No es sorprendente lo mucho que puede creer una persona cuando quiere creer?


— Limpiaré mi reputación— le espetó Ricky.
— Para eso tienes que estar vivo, y ahora mismo tengo mis dudas— Virgil sonrió.


Él no contestó porque también tenía sus dudas. Vio que la camarera se acercaba con los platos. Los puso en la mesa y les preguntó si deseaban algo más. Virgil pidió un segundo vaso con vino, pero Ricky negó con la cabeza,


— Eso está bien— afirmó Virgil cuando la camarera se marchó —. Mantente despejado. 


Ricky observó la comida humeante frente a él.


— ¿Por qué estás ayudando a ese hombre?— preguntó de pronto—. ¿Qué ganas tú con ello? ¿Por qué no te olvidas de toda esta patraña, dejas de comportarte como una idiota y vas conmigo a la policía? Podríamos detener este juego y yo me encargaría de que recuperaras alguna apariencia de vida normal . Sin cargos. Podría hacerlo. 


Virgil mantuvo la mirada en el plato mientras con el tenedor jugueteaba con la pasta y el trozo de salmón. Cuando levantó la mirada para encontrarse con la de Ricky, sus ojos apenas ocultaban la rabia.


¿Tú te encargarías de que volviera a tener una vida normal? ¿Eres mago? ¿Qué te hace pensar que una vida normal sea tan maravillosa?


— Si no eres delincuente ¿Por qué estás ayudando a uno?— insistió él, sin hacer caso a su pregunta—. Si no eres una sádica ¿Por qué trabajas para uno? Y si no eres una asesina, ¿Por qué ayudas a uno?


Virgil lo siguió mirando. Toda la excentricidad y la vivacidad despreocupada de su actitud habían desaparecido, sustituidas por una repentina severidad glacial.


—Quizá, porque me paga bien— dijo despacio—. Hoy en día hay mucha gente dispuesta a hacer cualquier cosa por dinero. ¿Podrías creer eso de mi?


— Me costaría— contestó Ricky, prudente, aunque probablemente no le costaría nada.


— Así que descartas el dinero como mi móvil. ¿Sabes? No estoy segura de que debas hacerlo.— Meneó la cabeza—. ¿Otro motivo, tal vez? ¿Qué otros motivos podría tener? Tú debes ser el experto en ese terreno. ¿No define bastante bien lo que haces el concepto de "búsqueda de motivos"? ¿Y no forma parte también del juego que estamos practicando? Vamos, Ricky. Ya hemos tenido dos sesiones juntos. Si no es el dinero, ¿Cuál es mi motivo?


— No te conozco suficiente... — empezó sin convicción mientras la miraba con dureza. La joven dejó el cuchillo y el tenedor con una lentitud que indicaba que no le gustaba esta respuesta.


— Hazlo mejor, Ricky. Por mi. Después de todo, a mi modo, estoy aquí para guiarte. El problema es que la palabra "guía" tiene connotaciones positivas que pueden ser incorrectas. Puede que tenga que dirigirte a donde no quieres ir. Pero una cosa sí es segura: sin mi no te acercarás a una respuesta, lo que significará tu muerte, o la de alguien cercano a ti y que no sabe algo de todo esto. Y morir a ciegas es estúpido, Ricky. Un crimen peor en cierto sentido. Así que contesta a mi pregunta: ¿Qué otros motivos podría tener?


— Me odias. Tanto como ese R., sólo que no sé por qué.
— El odio es una emoción imprecisa, Ricky. ¿Crees que la conoces?
— Es algo acerca de lo que oigo todos los días en mi consulta.
No, no, no.— Virgil sacudió la cabeza—. Oyes hablar de cólera y frustración, que son elementos secundarios del odio. Oyes hablar de abuso y crueldad, que también tienen papeles destacados en ese escenario, pero que son sólo comparsas. Y, sobre todo, oyes hablar de inconveniencias. Las aburridas y monótonas inconveniencias de siempre. Y eso guarda tan poca relación con el puro odio como una aislada nube negra con una tormenta. Esa nube tiene que unirse a otras vertiginosamente antes de descargar.


—Pero tú...
No te odio, Ricky. Aunque quizá podría llegar a hacerlo. Prueba con otra cosa.


No se lo creyó en absoluto, pero en ese momento se sentía perdido al intentar dar con una respuesta. Inspiró con fuerza.


— Amor, entonces— soltó Ricky de repente.
— ¿Amor?— Virgil sonrió de nuevo.
— Intervienes porque estás enamorada de ese hombre, Rumplestiltskin.
— Es una idea curiosa. Sobre todo porque te dije que no sé quién es. Nunca lo he visto.
— Sí, ya me lo dijiste. Pero no me lo creo.
— Amor, odio, dinero. ¿Son los únicos motivos que se te ocurren?
— Acaso miedo— aventuró Ricky tras dudar.
— Eso está bien pensado, Ricky— asintió ella—. El miedo puede provocar todo tipo de comportamiento inusual, ¿Verdad?

— Sí.

— ¿Sugiere tu análisis que tal vez el señor R. me amenace de algún modo? ¿Como un secuestrador que obliga a sus víctimas a desembolsar dinero con la patética esperanza de que les devuelva al perro, al hijo o quien sea que se haya llevado? ¿Me comporto como una persona a la que piden que actúe en contra de su voluntad?

— No— admitió Ricky.

— Muy bien. ¿Sabes, Ricky? Eres un hombre que no aprovecha las oportunidades que se le presentan. Es la segunda vez que me he sentado frente a ti, y en lugar de intentar ayudarte a ti mismo, me has suplicado que te ayude, cuando no tienes algo que te haga merecedor de mi colaboración. Debería haberlo previsto, pero tenía esperanzas. De verdad. Ya no muchas, sin embargo....— Agitó la mano en el aire para descartar una respuesta—. Vamos al grano. ¿Recibiste la respuesta a tus preguntas en el periódico esta mañana?


—Sí— confirmó Ricky tras una pausa.

— Perfecto. Es por eso que me ha enviado aquí esta noche. Para comprobarlo. Pensó que no sería justo que no recibieras las respuestas que estabas buscando. Me sorprendió, por supuesto. El señor R. ha decidido acercarte mucho a él. Más de lo que a mi me parecería prudente. Elige bien tus próximas preguntas Ricky, si quieres ganar. Me parece que ta ha dado una gran oportunidad. Pero mañana por la mañana sólo te quedará una semana. Siete días y dos preguntas más. 


Sé el tiempo que tengo ».


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