jueves, diciembre 26

Égloga del naufragio

« Tan oscuras las estrellas 
-en nuestros ojos, naufragio- 
tejen las playas de noche 
-en los recuerdos, naufragio- 
que dejan en nuestra sangre 
-última espuma, naufragio- 
llantos de cristal sombrío, 
herida carne del llanto. 
El jardín de nuestros padres 
es ortiga del ocaso, 
y nuestras lágrimas tienen 
un calor no superado, 
lágrimas de las entrañas 
que las aguas despertaron. 
Enfrente de mi camino, 
huellas tersas en los lagos, 
y una presencia de luz 
en tus ojos de naufragio. 
Húndeme entre tus paisajes, 
en tus silencios amargos, 
donde yo sienta en mi piel 
ambiente de joven árbol, 
y la flor brote desnuda 
con sus perfumes alados. 
Verte, sí, sobre el invierno, 
silencioso vuelo pálido 
de tu figura tan clara 
de ser nieve, ardor temprano, 
mirarte sobre el abismo 
de los vencidos espacios, 
como incienso de alborada 
en el sueño naufragado: 
Tu mirada es el destino 
en la sombra de mi paso. 
Mirarte, sí, dócil fuego 
de mi corazón flotando, 
encima de las montañas 
dulces del tiempo cercano. 
Ya lejos las horas tristes, 
yo arrancaré de los años 
tierra firme en las miradas 
quebradas por el naufragio. 
Y veremos la madera 
de los caudalosos álamos, 
y amanecidas gozosas 
en nuestros mutuos abrazos. 
¡Qué plenitud del vacío 
-sangre oculta del naufragio-, 
anunciación de la playa 
-caricia siempre, naufragio-! » 


Germán Bleiberg



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