miércoles, febrero 10

Instrucciones para vivir en México

“Escribir la tesis fue cosa sencilla, porque ya desde entonces era yo escritor. La tesis consistió en una obra de teatro que ya tenía yo escrita, que ahora encuentro ilegible y que entonces consideraba la culminación de mi obra literaria, a la que agregué un prólogo crítico, el que, por una errata de imprenta, apareció como epílogo. 

“Pero si escribir la tesis fue fácil, conseguir alguien que me la dirigiera fue, en cambio, dificilísimo, debido a que la mayoría de los profesores que me habían dado clase habían muerto, emigrado o me detestaban. Por fin, buscando en los corredores de la Facultad encontré alguien, una mujer, que no me conocía, pero que tenía un corazón de oro y que aceptó dirigir mi tesis. 


“La obra de teatro no le gustaba. Por esta razón me dijo:

“—Mire, Jorge, tiene que escribir un prólogo genial, a fin de que esto parezca tesis, porque de otra manera nos vamos a ver en aprietos. 

“Me senté frente a mi máquina y escribí algo que a ella, la pobrecita, le pareció genial. Consistía en un análisis de los diferentes elementos de una obra dramática. Establecía yo, entre otras cosas, la diferencia que hay entre los personajes, la anécdota y la trama. Esto, huelga decir, no sirve para nada, porque sólo un imbécil es capaz de confundir un personaje con una anécdota; en cambio, se necesita una inteligencia superior (cosa muy rara entre las personas que se dedican a estos ejercicios) para distinguir entre la anécdota y la trama. Pero me equivoco. Dije que esto que yo había hecho no servía para nada. Debí decir que no tiene aplicación práctica, pero sí sirve para algo: sirve para dar clases. Por eso a la directora de mi tesis le gustó tanto mi prólogo crítico. 

“Durante el examen ocurrieron cosas siniestras. La primera pregunta del primer jurado fue:

“—Díganos, Jorge, ¿cree usted que estemos capacitados para juzgar su obra?

"Yo con toda sinceridad contesté que no. En ese momento perdí el Cum laude. Pero yo tenía razón, porque sabía que ninguno de los miembros del jurado, excepto la profesora que había dirigido la tesis, había tenido tiempo para leerla porque por deficiencias administrativas había llegado a sus manos media hora antes de que empezara el examen. Éste duró hora y media. Después, me dio flojera regresar a la Rectoría a recoger mi título. Allí debe estar todavía. Pero lo más notable es que en quince años nunca lo he necesitado”. 


 

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