domingo, marzo 29

Secretos a voces

 

« No encontrarán a Heather Bell. Ni su cuerpo, ni ningún rastro. Se ha esfumado, como las cenizas. Su fotografía, colgada en todos los lugares públicos, irá decolorándose. Su sonrisa forzada, un poco torcida como intenta reprimir una risa irrespetuosa, parece indicar algo sobre su desaparición, no una actitud burlona ante el fotógrafo del colegio. Siempre quedará un leve indicio de su libre decisión en aquel detalle.

El señor Siddicup no sirve de ayuda. Siempre está a medio camino entre la rabieta y la confusión mental. No descubrirán nada cuando registre su casa, a menos que se cuente la vieja ropa interior de su mujer, y cuando caven en su jardín, los únicos huesos que encontrarán son los que han enterrado los perros. Mucha gente seguirá pensando que ha hecho o que ha presenciado algo. “Algo tuvo que ver con el asunto”. Cuando lo envían al Manicomio Provincial, rebautizado como Centro de Salud Mental, empiezan a aparecer cartas en el periódico del pueblo que hablan de la custodia preventiva y de no dejar que ocurran ciertas cosas para luego tener que lamentarse.

También publican cartas de Mary Johnstone, en las que explica su conducta, por qué actuó así, con toda su buena fe, aquel domingo. El director del periódico acabará por comunicarle que Heather Bell ya no es noticia, ni lo único por lo que debe distinguirse el pueblo, y que si sus excursiones terminan no se hundirá el mundo: no pueden continuar con aquella historia eternamente.

Maureen es todavía joven, aunque ella no lo cree, y tiene mucha vida por delante. Primero una muerte —eso ocurrirá pronto—; después otra boda, nuevas ciudades y nuevas casas. En cocinas a cientos y miles de kilómetros de distancia, observará cómo se forma una delicada piel sobre una cuchara de madera y su memoria se agitará, pero no acabará de desvelarse ese momento en el que parece estar contemplando un secreto a voces, algo que no te sobrecoge hasta que intentas contarlo ».


Alice Munro


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