martes, noviembre 8

La caída

«Y digo que, a veces, no soltar es la muerte. 
A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó [...] »

« Había una vez un hombre que estaba escalando una montaña. Estaba haciendo un escalamiento bastante complicado, una montaña en un lugar donde se había producido una inmensa nevada. Él habia estado en un refugio esa noche y a la mañana siguiente la nieve había cubierto la montaña, lo cual hacia más difícil la escalada. Pero no había querido volverse atrás, así que, de todas maneras con su propio esfuerzo y coraje siguió trepando y trepando por esa empinada montaña. 

Hasta que en un momento determinado, quizá por un mal cálculo, quizá porque la situación era verdaderamente difícil,  puso el pico de la estaca para sostener su cuerda de seguridad y se soltó el enganche.

El alpinista se desmoronó, empezó a caer a pico por la montaña golpeándose salvaje mente contra las piedras en medio de una cascada de nieve. Pasó toda su vida por su cabeza y cuando cerró los ojos esperando lo peor, sintió que una soga le pegaba en la cara. 

Sin llegar a pensar, de un manotazo instintivo se aferró a esa soga. Quizá la soga se había quedado colgada de alguna amarra... Si así fuera, podría ser que aguantara el chicotazo y detuviera su caída.

Miró hacia arriba pero todo era la ventisca y la nieve cayendo sobre él. Cada segundo parecía un siglo en ese descenso acelerado e interminable. De repente la cuerda pegó el tirón y resistió. El alpinista no podía ver algo pero sabía que por el momento se había salvado. La nieve caía intensamente, y el estaba allí, como clavado a su soga, con muchísimo frío, pero colgado de éste pedazo de lino que había impedido que muriera estrellado contra el fondo de la hondonada entre las montañas.

Trató de mirar a su alrededor, pero no había caso, no se veía algo. Gritó dos o tres veces, pero se dio cuenta de que nadie podía escucharlo. Su posibilidad de salvarse era infinitamente remota; aunque notaran su ausencia nadie podría subir a buscarlo antes de que pasara la nevisca y, aún en ese momento, ¿Cómo sabrían que el alpinista estaba colgado de algún lugar del barranco?

Pensó que si no hacía algo pronto éste sería el fin de su vida. 
Pero, ¿Qué hacer?

Pensó en escalar la cuerda hacia arriba para tratar de llegar al refugio pero inmediatamente se dio cuenta de que eso era imposible. De pronto escuchó la voz. Una voz que venía desde su interior que le decía "SUÉLTATE". Quizá era la voz de Dios, quizá la voz de su sabiduría interna, quizá la de algún espíritu maligno, quizá una alucinación.... Y sintió que la voz insistía, "suéltate"... "suéltate"

Pensó que soltarse significaba morirse en ese momento. Era la forma de parar el martirio. Pensó en la tentación de elegir la muerte para dejar de sufrir. Y como respuesta a la voz se aferró más fuerte todavía. Y la voz insistía "suéltate, no sufras más", "es inútil este dolor, ya suéltate".  Y una vez más él impulso a aferrarse más fuerte aún, mientras consciente mente se decía que ninguna voz lo iba a convencer de soltar lo que sin lugar a dudas le había salvado la vida.

La lucha siguió durante horas, pero el alpinista se mantuvo aferrado a lo que pensaba que era su única oportunidad.

Cuenta esta leyenda que a la mañana siguiente la patrulla de búsqueda y salvamento encontró un escalador casi muerto. Le quedaba apenas un hilito de vida. Algúnos minutos más y el alpinista hubiera muerto congelado, paradójica mente aferrado a una soga...a menos de un metro del suelo ».


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