jueves, noviembre 8

Niebla

«―¡Bueno, basta!, ¡basta! ―exclamé, dando un puñetazo en la camilla―. ¡Cállate! ¡No quiero oír más impertinencias!... ¡Y de una criatura mía! Y como ya me tienes harto, y además no sé ya qué hacer de ti, decido ahora mismo, no ya que no te suicides, sino matarte yo. ¡Vas a morir, pues, pero pronto!, ¡muy pronto!

―¿Cómo? ―exclamó Augusto sobresaltado―,
¿qué me va usted a dejar morir, a hacerme morir, a matarme?
―¡Sí, voy a hacer que mueras!
―¡Ah, eso nunca!, ¡nunca!, ¡nunca! ―gritó.
―¡Ah! ―le dije, mirándole con lástima y rabia―,
¿con que estabas dispuesto a matarte y no quieres que yo te mate?
¿Con que ibas a quitarte la vida y te resistes a que te la quite yo?
―Sí; no es lo mismo...

―En efecto, he oído contar casos análogos. He oído de uno que salió una noche armado de un revólver y dispuesto a quitarse la vida, salieron unos ladrones a robarle, le atacaron, se defendió, mató a uno de ellos, huyeron los demás, y al ver que había comprado su vida por la vida de otro, renunció a su propósito.

―Se comprende ―observó Augusto―; la cosa era quitar a alguien la vida, matar a un hombre, y ya que mató a otro, ¿a qué había de matarse? Los más de los suicidas son homicidas frustrados: se matan a sí mismos por falta de valor para matar a otros... »
 
 
 
Miguel de Unamuno