martes, noviembre 6

Fahrenheit 451

« Una catarata de libros cayó sobre Montag mientras éste ascendía vacilante la empinada escalera. ¡Qué inconveniencia! Antes, siempre había sido tan sencillo como apagar una vela. La Policía llegaba primero, amordazaba y ataba a la víctima y se la llevaba en sus resplandecientes vehículos, de modo que cuando llegaban los bomberos encontraban la casa vacía. No se dañaba a alguien, únicamente a objetos. Y puesto que los objetos no podían sufrir, puesto que los objetos no sentían algo ni chillaban o gemían, como aquella mujer podía empezar a hacerlo en cualquier momento, no había razón para sentirse, después, una conciencia culpable. Era tan sólo una operación de limpieza. Cada cosa en su sitio. ¡Rápido con el petróleo! ¿Quién tiene una cerilla?


Pero aquella noche, alguien se había equivocado. Aquella mujer estropeaba el ritual. Los hombres armaban demasiado ruido, riendo, bromeando, para disimular el terrible silencio acusador de la mujer. Ella hacía que las habitaciones vacías clamaran acusadoras y desprendieran un fino polvillo de culpabilidad que era sorbido por ellos al moverse por la casa. Montag sintió una irritación tremenda.
¡Por encima de todo, ella no debería estar allí!

Los libros bombardearon sus hombros, sus brazos, su rostro levantado. Un libro aterrizó, casi obedientemente como una paloma blanca, en sus manos, agitando las alas. A la débil e incierta luz, una página desgajada asomó, y era como un copo de nieve, con las palabras delicadamente impresas en ella. Con toda su prisa y su celo, Montag sólo tuvo un instante para leer una línea y ésta ardió en su cerebro durante el minuto siguiente como si se la hubiesen grabado con un acero. El tiempo se ha dormido a la luz del sol del atardecer »


Ray Bradbury