« Nuestra mayor alegría era una pequeña puerta que daba a cuatro escalones que nos llevaban al jardín de la villa. De no ser por aquel jardín la casa nos hubiera parecido realmente demasiado pequeña. En cambio, apenas levantadas por la mañana, nos lanzábamos a través de los cuatro escalones a correr por entre las jardineras perfumadas, gozando de la extraordinaria belleza del panorama del valle de olivos que bajaba hacia el mar. Ahí, yo que hablaba más japonés que italiano, he tenido que familiarizarme con la gramática a través de los azares verbales del dialecto. Mezclando el inglés de las novelas de mar, mis preferidas, con el siciliano de las canciones para niños y los proverbios. En la escuela no lograba encajar porque además nunca ponía atención. Me llevaba libros para leer. Y descuidaba las tareas por ir tras el Capitán Nemo y la Ballena blanca. Un sacerdote, un día, me abrazó fuerte contra él y me dio un beso apresurado en la boca. Me ha costado mucho trabajo desenredar la madeja de la fe y la moralidad después de eso. En casa no eran católicos. Tenían la idea del hombre como producto casual de la naturaleza y el caos, un descendiente inteligente del mono o “de las pulgas de mar”, como decía mi padre ».
Dacia Maraini