viernes, noviembre 30
El vizconde demediado
« Era la aurora y al borde la charca la exigua figura de Medardo, envuelta en la capa negra, se reflejaba en el agua, donde flotaban setas blancas o amarillas o color tierra. Eran las mitades de las setas que él había llevado, y ahora estaban diseminadas por aquella superficie transparente. En el agua, las setas parecían completas y el vizconde las miraba…
Estaba entero y todas las cosas eran para mí naturales y confusas, estúpidas como el aire; creía verlo todo y no veía más que la corteza. Si alguna vez te conviertes en la mitad de ti mismo, muchacho, y te lo deseo, comprenderás cosas que escapan a la normal inteligencia de los cerebros enteros. Habrás perdido la mitad de ti y del mundo, pero la mitad que quede será mil veces más profunda y valiosa. Y también tú querrás que todo esté demediado y desgarrado a tu imagen, porque belleza y sabiduría y justicia existen sólo en aquello que está hecho a trozos.
La ballesta del vizconde disparaba desde hacía tiempo sólo a las golondrinas, pero no para matarlas, sólo para herirlas y tullirlas. Pero ahora empezaban a verse en el cielo golondrinas con las patitas vendadas y entablilladas, o con las alas pegadas o con esparadrapo; había toda una bandada de golondrinas recompuestas que volaban con prudencia todas juntas como convalecientes de un hospital pajaril, e inverosímilmente se decía que el propio Medardo era el doctor.
-Pero vos sois distinto; algo chalado también, pero bueno.
Entonces el buen Medardo dijo: - Oh, Pamela, eso es lo bueno de estar partido por la mitad: el comprender en cada persona y cosa del mundo la pena que cada uno y cada una siente por estar incompleto. Yo estaba entero y no entendía, y me movía sordo e incomunicable entre los dolores y las heridas sembrados por todas partes, allí donde, estando entero, uno menos se atreve a creer. No sólo yo, Pamela, soy un ser partido por la mitad y separado, también lo eres tú y todos. Ahora tengo una fraternidad que antes, entero, no conocía: con todas las mutilaciones y las carencias del mundo. Si vienes conmigo, Pamela, aprenderás a sufrir con los males de los demás y a sanar los tuyos curando los de ellos.
- Padre – le dijo uno de sus hijos -, os veo mirar hacia el valle, como si esperaseis la llegada de alguien.
- Esperar es propio del hombre – respondió Ezequiel -, y del hombre justo, esperar con fé... »
Estaba entero y todas las cosas eran para mí naturales y confusas, estúpidas como el aire; creía verlo todo y no veía más que la corteza. Si alguna vez te conviertes en la mitad de ti mismo, muchacho, y te lo deseo, comprenderás cosas que escapan a la normal inteligencia de los cerebros enteros. Habrás perdido la mitad de ti y del mundo, pero la mitad que quede será mil veces más profunda y valiosa. Y también tú querrás que todo esté demediado y desgarrado a tu imagen, porque belleza y sabiduría y justicia existen sólo en aquello que está hecho a trozos.
La ballesta del vizconde disparaba desde hacía tiempo sólo a las golondrinas, pero no para matarlas, sólo para herirlas y tullirlas. Pero ahora empezaban a verse en el cielo golondrinas con las patitas vendadas y entablilladas, o con las alas pegadas o con esparadrapo; había toda una bandada de golondrinas recompuestas que volaban con prudencia todas juntas como convalecientes de un hospital pajaril, e inverosímilmente se decía que el propio Medardo era el doctor.
-Pero vos sois distinto; algo chalado también, pero bueno.
Entonces el buen Medardo dijo: - Oh, Pamela, eso es lo bueno de estar partido por la mitad: el comprender en cada persona y cosa del mundo la pena que cada uno y cada una siente por estar incompleto. Yo estaba entero y no entendía, y me movía sordo e incomunicable entre los dolores y las heridas sembrados por todas partes, allí donde, estando entero, uno menos se atreve a creer. No sólo yo, Pamela, soy un ser partido por la mitad y separado, también lo eres tú y todos. Ahora tengo una fraternidad que antes, entero, no conocía: con todas las mutilaciones y las carencias del mundo. Si vienes conmigo, Pamela, aprenderás a sufrir con los males de los demás y a sanar los tuyos curando los de ellos.
- Padre – le dijo uno de sus hijos -, os veo mirar hacia el valle, como si esperaseis la llegada de alguien.
- Esperar es propio del hombre – respondió Ezequiel -, y del hombre justo, esperar con fé... »
Italo Calvino
jueves, noviembre 29
You've got to hide your love away
« Here I stand head in hand
Turn my face to the wall
If she's gone I can't go on
Feeling two foot small
Everywhere people stare
each and every day
I can see them laugh at me
And I hear them say
Hey you've got to hide your love away
Hey you've got to hide your love away
How can I even try?
I can never win
Hearing them, seeing them
In the state I'm in
How could she say to me
"Love will find a way?"
Gather round all you clowns
Let me hear you say
Hey you've got to hide your love away
Hey you've got to hide your love away »
Turn my face to the wall
If she's gone I can't go on
Feeling two foot small
Everywhere people stare
each and every day
I can see them laugh at me
And I hear them say
Hey you've got to hide your love away
Hey you've got to hide your love away
How can I even try?
I can never win
Hearing them, seeing them
In the state I'm in
How could she say to me
"Love will find a way?"
Gather round all you clowns
Let me hear you say
Hey you've got to hide your love away
Hey you've got to hide your love away »
The Beatles
The English Patient
« Cuando la había vuelto a ver después de todo ese tiempo, tenía expresión tensa y recursos físicos apenas suficientes para afrontar la situación con eficacia. Su cuerpo había pasado por una guerra y, como en el amor, había usado todo su ser.
No cesaban de llegar soldados con el cuerpo destrozado, se enamoraban de mí durante una hora y morían. Era importante recordar sus nombres. Pero yo no dejaba de ver al niño, siempre que morían, siempre que los barrían. Algunos se erguían e intentaban desgarrarse todas las vendas para poder respirar mejor. Algunos, cuando morían, estaban preocupados por pequeños rasguños en los brazos. Y después venía el borboteo en la boca: la burbuja final. Una vez me incliné a cerrar los ojos de un soldado y los abrió y dijo con una mueca de desprecio: “¿Es que no puedes esperar a que me haya muerto?” Se irguió y tiró al suelo de un manotazo todo lo que llevaba en la bandeja. ¡Lo furioso que estaba! ¿Quién desearía morir así? Morir con esa rabia. Después, siempre esperaba el borboteo en la boca. Ahora conozco la muerte. Conozco todos los olores. Sé cómo hacerles olvidar la agonía, cuándo ponerles una rápida inyección de morfina, o la solución salina para hacerlos evacuar el vientre antes de morir. Todo puñetero general debería haber pasado por mi trabajo. Debería haber sido requisito previo para dar la orden de cruzar un río. ¿Quién demonio éramos nosotros para que se nos encomendara aquella responsabilidad? ¿Para que se esperase que tuviéramos el saber de sacerdotes ancianos para guiarlos hacia algo que ninguno deseaba y en cierto modo consolarlos? Nunca pude creerme los servicios que se oficiaban por los muertos, su vulgar retórica. ¡Cómo se atrevían! ¡Cómo podían hablar así sobre la muerte de un ser humano!
Crees que estoy enfadado contigo, ¿verdad?, porque te has enamorado. ¿No? Un tío celoso de su sobrina. Me da terror tu situación. Quiero matar al inglés, porque eso es lo único que puede salvarte, sacarte de aquí. Y está empezando a caerme bien. Deserta de tu puesto. ¿Cómo va a poder amarte Kip, si no eres lo bastante lista para hacer que deje de arriesgar la vida?
La mitad de los días no soporto no poder tocarte. El resto del tiempo tengo la sensación de que no me importaría no volver a verte. No es cosa de moralidad, sino de capacidad de resistencia.
La vida de ella con otros ya no le interesaba. Sólo quería su majestuosa belleza, el teatro de sus expresiones. Quería la diminuta y secreta imagen que había entre ellos, la profundidad de campo mínima, su intimidad de extraños, como dos páginas de un libro cerrado.
El paciente paseó la mirada por la larga cama, en cuyo extremo se encontraba Hana. Después de haberlo bañado, la muchacha rompió la punta de una ampolla y se volvió hacia él con la morfina. Una efigie, una cama. El inglés bogaba en el barco de morfina. Ésta corría por sus venas e implosionaba el tiempo y la geografía del mismo modo que un mapa comprime el mundo en una hoja de papel de dos dimensiones.
Ellos vivían bien; una intensa vida social en la que yo participaba de vez en cuando: cenas, recepciones, actos que normalmente no me habrían interesado, pero a los que ahora asistía porque ella estaba presente. Soy un hombre que ayuna hasta que ve lo que desea.
Siempre había querido palabras, le encantaban, se había criado con ellas. Las palabras le daban claridad, le aportaban razón y forma. En cambio, yo pensaba que las palabras deformaban los sentimientos, como ocurre con los bastones, al introducirlos en el agua.
Estoy convencido de que, cuando conocemos a las personas de las que nos enamoramos, hay un aspecto de nuestro espíritu que hace de historiador, un poquito pedante, que imagina o recuerda una ocasión en que el otro pasó por delante con total inocencia…. Pero todas las partes del cuerpo deben estar preparadas para el otro, todos los átomos deben saltar en una dirección para que se produzca el deseo.
Morimos con un rico bagaje de amantes y tribus, sabores que hemos gustado, cuerpos en los que nos hemos zambullido y que hemos recorrido a nado, como si fueran ríos de sabiduría, personajes a los que hemos trepado como si fuesen árboles, miedos en los que nos hemos ocultado, como en cuevas »
No cesaban de llegar soldados con el cuerpo destrozado, se enamoraban de mí durante una hora y morían. Era importante recordar sus nombres. Pero yo no dejaba de ver al niño, siempre que morían, siempre que los barrían. Algunos se erguían e intentaban desgarrarse todas las vendas para poder respirar mejor. Algunos, cuando morían, estaban preocupados por pequeños rasguños en los brazos. Y después venía el borboteo en la boca: la burbuja final. Una vez me incliné a cerrar los ojos de un soldado y los abrió y dijo con una mueca de desprecio: “¿Es que no puedes esperar a que me haya muerto?” Se irguió y tiró al suelo de un manotazo todo lo que llevaba en la bandeja. ¡Lo furioso que estaba! ¿Quién desearía morir así? Morir con esa rabia. Después, siempre esperaba el borboteo en la boca. Ahora conozco la muerte. Conozco todos los olores. Sé cómo hacerles olvidar la agonía, cuándo ponerles una rápida inyección de morfina, o la solución salina para hacerlos evacuar el vientre antes de morir. Todo puñetero general debería haber pasado por mi trabajo. Debería haber sido requisito previo para dar la orden de cruzar un río. ¿Quién demonio éramos nosotros para que se nos encomendara aquella responsabilidad? ¿Para que se esperase que tuviéramos el saber de sacerdotes ancianos para guiarlos hacia algo que ninguno deseaba y en cierto modo consolarlos? Nunca pude creerme los servicios que se oficiaban por los muertos, su vulgar retórica. ¡Cómo se atrevían! ¡Cómo podían hablar así sobre la muerte de un ser humano!
Crees que estoy enfadado contigo, ¿verdad?, porque te has enamorado. ¿No? Un tío celoso de su sobrina. Me da terror tu situación. Quiero matar al inglés, porque eso es lo único que puede salvarte, sacarte de aquí. Y está empezando a caerme bien. Deserta de tu puesto. ¿Cómo va a poder amarte Kip, si no eres lo bastante lista para hacer que deje de arriesgar la vida?
La mitad de los días no soporto no poder tocarte. El resto del tiempo tengo la sensación de que no me importaría no volver a verte. No es cosa de moralidad, sino de capacidad de resistencia.
La vida de ella con otros ya no le interesaba. Sólo quería su majestuosa belleza, el teatro de sus expresiones. Quería la diminuta y secreta imagen que había entre ellos, la profundidad de campo mínima, su intimidad de extraños, como dos páginas de un libro cerrado.
El paciente paseó la mirada por la larga cama, en cuyo extremo se encontraba Hana. Después de haberlo bañado, la muchacha rompió la punta de una ampolla y se volvió hacia él con la morfina. Una efigie, una cama. El inglés bogaba en el barco de morfina. Ésta corría por sus venas e implosionaba el tiempo y la geografía del mismo modo que un mapa comprime el mundo en una hoja de papel de dos dimensiones.
Ellos vivían bien; una intensa vida social en la que yo participaba de vez en cuando: cenas, recepciones, actos que normalmente no me habrían interesado, pero a los que ahora asistía porque ella estaba presente. Soy un hombre que ayuna hasta que ve lo que desea.
Siempre había querido palabras, le encantaban, se había criado con ellas. Las palabras le daban claridad, le aportaban razón y forma. En cambio, yo pensaba que las palabras deformaban los sentimientos, como ocurre con los bastones, al introducirlos en el agua.
Estoy convencido de que, cuando conocemos a las personas de las que nos enamoramos, hay un aspecto de nuestro espíritu que hace de historiador, un poquito pedante, que imagina o recuerda una ocasión en que el otro pasó por delante con total inocencia…. Pero todas las partes del cuerpo deben estar preparadas para el otro, todos los átomos deben saltar en una dirección para que se produzca el deseo.
Morimos con un rico bagaje de amantes y tribus, sabores que hemos gustado, cuerpos en los que nos hemos zambullido y que hemos recorrido a nado, como si fueran ríos de sabiduría, personajes a los que hemos trepado como si fuesen árboles, miedos en los que nos hemos ocultado, como en cuevas »
Michael Ondaatje
miércoles, noviembre 28
White Fang
« Se echó en la nieve, al lado de su presa. Vigilaba aquel juego de vida y de muerte que se desarrollaba delante de sí: el lince que trataba de comer, y el puerco espín de no ser comido.
Pasó una hora y nada ocurría. La bola espinoza bien podía ser una piedra. El lince se había petrificado. El Tuerto parecía haber muerto. Sin embargo, los tres animales nunca habían estado tan vivos como en esa ocasión.
Scott se había impuesto la tarea de redimir a Colmillo Blanco, o, mejor dicho, de redimir a la humanidad del mal que le había hecho. Era una cuestión de principios y de conciencia. Pensaba que el mal causado era una deuda para con todos y que había que pagarla »
Jack London
martes, noviembre 27
Livro do Desassossego
« Los clasificadores de cosas, que son aquellos hombres de cuya ciencia consiste solo en clasificar, ignoran, en general, que lo clasificable es infinito y que por tanto no puede ser clasificado. Pero lo que más me pasma es que ignoran la existencia de cosas desconocidas clasificables, cosas del alma y de la consciencia que están en los intersticios del conocimiento.
Tal vez porque yo pienso demasiado o sueño excesivamente, lo cierto es que no distingo entre la realidad que existe y el sueño, que es en realidad inexistente. Y así voy intercalnado en mis meditaciones sobre el cielo y la tierra cosas que no brillan al sol ni se pisan con los pies-maravillas fluidas de la imaginación.
Me doro de ocasos supuestos, pero lo supuesto está vivo en la suposición. Me alegro por causa de imaginarias brisas, pero lo imaginario vive cuando es imaginado. Tengo alma en virtud de diversas hipótesis, pero esas hipótesis tienen alma propia, y me regalan por eso la que tienen ».
Tal vez porque yo pienso demasiado o sueño excesivamente, lo cierto es que no distingo entre la realidad que existe y el sueño, que es en realidad inexistente. Y así voy intercalnado en mis meditaciones sobre el cielo y la tierra cosas que no brillan al sol ni se pisan con los pies-maravillas fluidas de la imaginación.
Me doro de ocasos supuestos, pero lo supuesto está vivo en la suposición. Me alegro por causa de imaginarias brisas, pero lo imaginario vive cuando es imaginado. Tengo alma en virtud de diversas hipótesis, pero esas hipótesis tienen alma propia, y me regalan por eso la que tienen ».
Fernando Pessoa
La larga huida del infierno
« (...) La desilusión comenzaba a aparecer en la escuela también. Un día en cuarto grado llevé una foto que la abuela Wyer había tomado en un vuelo de West Virginia a Ohio, en la cual parecía haber un ángel en las nubes. Era una de mis posesiones favoritas y estaba emocionado de compartirla con mis maestros, porque aún creía todo lo que me enseñaban a cerca del cielo y quería mostrarles que mi abuela lo había visto. Pero ellos dijeron que era un fraude, me reprendieron y me mandaron a casa por ser blasfemo. Ése fue mi intento mas honesto de encajar en su idea de cristianismo, de probar mi conexión con sus ideas, y fui castigado por eso.
Eso confirmó lo que yo ya sabía desde el principio –que yo no sería salvado como todos los demás. Lo sabía cada día que iba a la escuela temblando por el miedo de que el mundo terminase, yo no iría al cielo ni volvería a ver a mis padres de nuevo. Pero después que pasó un año, y otro, y otro, y de que Ms. Price y Brian Warner y las prostitutas que habían vuelto a nacer aún estaban ahí, me sentí engañado.
Gradualmente, empecé a sentirme molesto con la escuela cristiana y a dudar de todo lo que me habían dicho. Se volvió claro que el sufrimiento del cual rezaban por ser liberados era un sufrimiento que ellos mismos se habían impuesto -y que ahora nos imponían a nosotros. La bestia de la cual vivían atemorizados era en realidad ellos mismos: Era el hombre, no algún demonio mitológico, quien a final iba a destruir al hombre. Y esta bestia había sido creada de su miedo.
Las semillas de quien soy ahora habían sido plantadas.
“Los tontos no nacen,” escribí en mi cuaderno un día durante la clase de ética. “son regados y cultivados como hierbas por instituciones como el cristianismo.” Durante la cena de esa noche, le confesé todo a mis padres. “Escuchen,” explique, “quiero ir a una escuela pública, porque yo no pertenezco aquí. Ellos están en contra de todo lo que yo creo.”
Pero ellos no me hicieron caso. No porque querían que tuviera una educación religiosa, sino porque querían que tuviera una buena educación. La escuela pública de nuestro vecindario, Glen Oak East, era pésima. Y yo estaba decidido a ir ahí.
Así que comenzó la rebelión. En la Christian Heritage School, no se necesitaba mucho para ser rebelde. El lugar estaba construido sobre reglas y conformidad. Había extrañas reglas en cuanto a la vestimenta: los lunes, miércoles y viernes, teníamos que usar pantalón azul, una camisa blanca de botones y, si queríamos, algo rojo. Los martes y jueves teníamos que usar pantalón verde oscuro y camisa blanca o amarilla. Si nuestro cabello tocaba nuestras orejas, debía ser cortado. Todo era reglamentado y ritualista, y a nadie se le permitía ser mejor o diferente de los demás. No era una preparación muy útil para el mundo real: dejar ir a todos esos graduados cada año con la esperanza de que la vida es justa y de que todos serán tratados con igualdad.(...) »
Eso confirmó lo que yo ya sabía desde el principio –que yo no sería salvado como todos los demás. Lo sabía cada día que iba a la escuela temblando por el miedo de que el mundo terminase, yo no iría al cielo ni volvería a ver a mis padres de nuevo. Pero después que pasó un año, y otro, y otro, y de que Ms. Price y Brian Warner y las prostitutas que habían vuelto a nacer aún estaban ahí, me sentí engañado.
Gradualmente, empecé a sentirme molesto con la escuela cristiana y a dudar de todo lo que me habían dicho. Se volvió claro que el sufrimiento del cual rezaban por ser liberados era un sufrimiento que ellos mismos se habían impuesto -y que ahora nos imponían a nosotros. La bestia de la cual vivían atemorizados era en realidad ellos mismos: Era el hombre, no algún demonio mitológico, quien a final iba a destruir al hombre. Y esta bestia había sido creada de su miedo.
Las semillas de quien soy ahora habían sido plantadas.
“Los tontos no nacen,” escribí en mi cuaderno un día durante la clase de ética. “son regados y cultivados como hierbas por instituciones como el cristianismo.” Durante la cena de esa noche, le confesé todo a mis padres. “Escuchen,” explique, “quiero ir a una escuela pública, porque yo no pertenezco aquí. Ellos están en contra de todo lo que yo creo.”
Pero ellos no me hicieron caso. No porque querían que tuviera una educación religiosa, sino porque querían que tuviera una buena educación. La escuela pública de nuestro vecindario, Glen Oak East, era pésima. Y yo estaba decidido a ir ahí.
Así que comenzó la rebelión. En la Christian Heritage School, no se necesitaba mucho para ser rebelde. El lugar estaba construido sobre reglas y conformidad. Había extrañas reglas en cuanto a la vestimenta: los lunes, miércoles y viernes, teníamos que usar pantalón azul, una camisa blanca de botones y, si queríamos, algo rojo. Los martes y jueves teníamos que usar pantalón verde oscuro y camisa blanca o amarilla. Si nuestro cabello tocaba nuestras orejas, debía ser cortado. Todo era reglamentado y ritualista, y a nadie se le permitía ser mejor o diferente de los demás. No era una preparación muy útil para el mundo real: dejar ir a todos esos graduados cada año con la esperanza de que la vida es justa y de que todos serán tratados con igualdad.(...) »
Brian Warner
lunes, noviembre 26
El Zahir
« Por eso es tan importante dejar que ciertas cosas se vayan. Soltar. Desprenderse. La gente tiene que entender que nadie está jugando con cartas marcadas, a veces ganamos y a veces perdemos. No esperes que te devuelvan algo, no esperes que reconozcan tu esfuerzo, que descubran tu genio, que entiendan tu amor. Cerrando ciclos. No por orgullo, por incapacidad o por soberbia, sino porque simplemente aquello ya no encaja en tu vida. Cierra la puerta, cambia el disco, limpia la casa, sacude el polvo. Deja de ser quien eras y transfórmate en quien eres »
Paulo Coelho
La resistencia
« Cada hora del hombre es un lugar vivo de nuestra existencia que ocurre una sola vez, irreemplazable para siempre. Aquí reside la tensión de la vida, su grandeza, la posibilidad de que la inasible fugacidad del tiempo se colme de instantes absolutos, de modo que, al mirar hacia atrás, el largo trayecto se nos aparece como el desgranarse de días sagrados, inscritos en tiempos o en épocas diferentes »
« He visto algunas películas donde la alienación y la soledad son tales que las personas buscan amarse a través de un monitor. Por no hablar de esas mascotas artificiales que inventaron los japoneses, que no sé qué nombre tienen, que se las cuida como si vivieran, porque tienen “sentimientos” y hay que hablarles. ¡Qué basura y qué trágico pensar que ésa es la manera que tienen muchas personas de expresar su afecto! Un juego siniestro cuando hay tanto niño tirado por el mundo, y tanto noble animal camino a la extinción ».
Ernesto Sabato
domingo, noviembre 25
Los placeres y los días
« Como la naturaleza, la inteligencia tiene sus espectáculos. Nunca las auroras, nunca los claros de luna que me han hecho delirar tan a menudo hasta las lágrimas, han sobrepasado para mí en apasionada ternura ese amplio incendio melancólico que durante los paseos del final del día, matiza tantas aguas en nuestra alma, que el sol cuando se pone, hace brillar en el mar.
Entonces precipitamos nuestros pasos en la noche. Más que un jinete al que aturde y embriaga la velocidad creciente de un animal adorado, nos entregamos temblando de confianza y alegría a los pensamientos tumultuosos a los que, cuanto más los poseemos y los dirigimos, sentimos pertenecer cada vez más irresistiblemente. Es con emoción afectuosa que recordaremos el campo oscuro y saludaremos las encinas llenas de noche, como el campo solemne, como los testigos épicos del impulso que nos arrastra y que nos embriaga.
Elevando los ojos al cielo, no podemos reconocer sin exaltación, en el intervalo de las nubes aún conmovidas por la despedida del sol, el reflejo misterioso de nuestros pensamientos: nos hundimos cada vez más rápido en el campo, y el perro que nos sigue, el caballo que nos lleva o el amigo que se ha callado, más aún, cuando a veces no hay algún ser viviente a nuestro lado, la flor de nuestra solapa o el bastón que revolotea alegremente en nuestras manos febriles, reciben en miradas y en lágrimas el tributo melancólico de nuestro delirio »
Entonces precipitamos nuestros pasos en la noche. Más que un jinete al que aturde y embriaga la velocidad creciente de un animal adorado, nos entregamos temblando de confianza y alegría a los pensamientos tumultuosos a los que, cuanto más los poseemos y los dirigimos, sentimos pertenecer cada vez más irresistiblemente. Es con emoción afectuosa que recordaremos el campo oscuro y saludaremos las encinas llenas de noche, como el campo solemne, como los testigos épicos del impulso que nos arrastra y que nos embriaga.
Elevando los ojos al cielo, no podemos reconocer sin exaltación, en el intervalo de las nubes aún conmovidas por la despedida del sol, el reflejo misterioso de nuestros pensamientos: nos hundimos cada vez más rápido en el campo, y el perro que nos sigue, el caballo que nos lleva o el amigo que se ha callado, más aún, cuando a veces no hay algún ser viviente a nuestro lado, la flor de nuestra solapa o el bastón que revolotea alegremente en nuestras manos febriles, reciben en miradas y en lágrimas el tributo melancólico de nuestro delirio »
Marcel Proust
L'Élégance du hérisson
« Estamos programados para creer en lo que no existe, porque somos seres vivos que no quieren sufrir. Por ello empleamos todas nuestras energías en convencernos de que hay cosas que valen la pena y que por ellas la vida tiene sentido. Ser pobre, fea y, por añadidura, inteligente, condena en nuestras sociedades a trayectorias sombrías y desengañadas a las que más vale resignarse lo antes posible. A la belleza se le perdona todo, incluso la vulgaridad. La inteligencia ya no se ve como una justa compensación de las cosas, una manera de restablecer el equilibrio que la naturaleza ofrece a los menos favorecidos de entre sus hijos, sino como un juguete superfluo que realza el valor de la joya. En cuanto a la fealdad, siempre se la considera culpable, y yo estaba condenada a ese destino trágico con el dolor que precisamente me confería mi lucidez. Los hombres viven en un mundo en el que lo que tienen poder son las palabras y no los actos, donde la competencia esencial es el dominio del lenguaje. Eso es terrible porque, en el fondo, somos primates programados para comer, dormir, reproducirnos, conquistar y asegurar nuestro territorio, y aquellos más hábiles para todas esas tareas, aquellos entre nosotros que son más que animales, ésos siempre se dejan engañar por otros, los que tienen labia pero serían incapaces de defender su huerto, traer un conejo para la cena y procrear como es debido. Es un terrible agravio a nuestra naturaleza animal, una suerte de perversión, de contradicción profunda. Cuando digo malvado no me refiero a que sea malo, cruel o despótico, aunque también un poco. No cuando digo que es “un malvado de verdad”, quiero decir que es un hombre que ha renegado tanto de lo que puede haber de bueno en él que parece un cadáver aunque aún esté vivo. Porque los malvados de verdad odian a todo el mundo, desde luego, pero sobre todo se odian a sí mismos. ¿No os dais cuenta, vosotros, cuando alguien se odia a sí mismo? Ello lleva a estar muerto sin dejar de estar vivo, a anestesiar los malos sentimientos pero también los buenos para no sentir la náusea de ser uno mismo. ¿Y si la literatura no fuera sino una televisión que uno mira para activar sus neuronas espejo y para proporcionarse a bajo coste los escalofríos de la acción? ¿Y sí, peor aún, la literatura fuera una televisión que nos muestra todo aquello en lo que fracasamos?
Si olvidas el futuro, pierdes el presente. Yo suplico al destino que me dé la oportunidad de ver más allá de mí misma y de conocer a la gente. Yo en cambio pienso que sólo se puede hacer una cosa: dar con la tarea para la cual hemos nacido y llevarla a cabo como mejor podamos, con todas nuestras fuerzas, sin buscarle tres pies al gato y sin creer que nuestra naturaleza animal tiene algo divino. Sólo así tendremos el sentimiento de estar haciendo algo constructivo en el momento en que venga a buscarnos la muerte. La libertad, la decisión, la voluntad, todo eso no son más que quimeras. Creemos que podemos hacer miel sin compartir el destino de las abejas; pero también nosotros no somos sino pobres abejas destinadas a llevar a cabo su tarea para después morir. Quizá, estar vivo sea esto: perseguir instantes que mueren. Por primera vez en mi vida, he sentido el significado de la palabra nunca. Pues bien, es horrible. Pronunciamos esa palabra cien veces al día pero no sabemos lo que decimos antes de habernos enfrentado a un verdadero “nunca más” »
Muriel Barbery
La Caverna
« Los momentos no llegan nunca ni tarde ni pronto, llegan a su hora, no a la nuestra, no tenemos que agradecerles las coincidencias, cuando ocurran, entre lo que ellos proponían y lo que nosotros necesitábamos ».
J. Saramago
Universo paralelo ▲
« Lo que fue y lo que no fue,
lo que es y lo que no es,
lo que será y lo que no será,
constituyen por igual el mundo ».
Enjoy The Silence
« All I ever wanted,
all I ever needed
is here in my arms.
all I ever needed
is here in my arms.
Words are very unnecessary,
they can only do harm.
Enjoy the silence »
Depeche Mode
sábado, noviembre 24
Life on Mars
« El gran error: creer que estamos solos,
que los otros vinieron y se han ido
como un fugaz destello en un radar,
cuando es probable, en cambio, que el espacio
haya estado atestado desde siempre,
repleto hasta los bordes de energías
que no podemos ver, que no sentimos
por mucho que se acerquen a nosotros,
viviendo a nuestro lado, resolviéndose,
muriendo, conquistando otros planetas,
haciendo reverencias a sus soles
inmensos e imperiales, arrojando
pedruscos a sus lunas. Y tampoco
cesan de preguntarse si están solos,
y lo único que saben es que quieren
saber, y que hay un pozo inmensurable
que se abre entre sus luces y las nuestras »
que los otros vinieron y se han ido
como un fugaz destello en un radar,
cuando es probable, en cambio, que el espacio
haya estado atestado desde siempre,
repleto hasta los bordes de energías
que no podemos ver, que no sentimos
por mucho que se acerquen a nosotros,
viviendo a nuestro lado, resolviéndose,
muriendo, conquistando otros planetas,
haciendo reverencias a sus soles
inmensos e imperiales, arrojando
pedruscos a sus lunas. Y tampoco
cesan de preguntarse si están solos,
y lo único que saben es que quieren
saber, y que hay un pozo inmensurable
que se abre entre sus luces y las nuestras »
Tracy K. Smith
Barra americana
« Iowa, en cambio, llegó tarde a la sesión de fotografía. Ni personajes famosos, ni paisajes idílicos, ni deportes. ¿Quién ha oído hablar de Iowa? Su imagen se desfigura por la distancia y los grandes espacios amarillos no han servido nunca como vistosa panorámica para turistas accidentales. Si otros lugares parecen levantarse las faldas y abrirse de piernas al exterior, Iowa se abrocha hasta el último botón, recatada y humilde. De ella se dice que es el lugar donde nunca pasa algo excepto algún tornado de vez en cuando. La imagen que el cine nos propone tampoco invita a la esperanza. Es el sitio elegido por Julia Roberts para esconderse de su marido brutal y asesino en Durmiendo con su enemigo; allí Clint Eastwood y Meryl Streep resucitaban amores clandestinos y otoñales en Los puentes de Madison County; y, por fin, los campos de maíz protagonizan una historia de deporte y de fantasmas: en Campo de sueños, un Kevin Costner bronceado de tractor y con visera de John Deere, insomne a causa de sus alucinaciones infantiles, destroza su finca para construir un campo de béisbol y así recuperarse de un trama edípico de considerables dimensiones. De esta última película surgió un curioso eslogan que durante años han lucido, orgullosos, los iowanos –¿iowenses? ¿iowinos?– en pegatinas, carteles y demás soportes publicitarios: "Is this heaven", "No, It's Iowa". Para el resto de sus compatriotas esta respuesta confirma el conocido carácter conformista y apacible del Medio Oeste americano y al mismo tiempo les permite acudir al chiste fácil afirmando que Iowa tal vez no sea el cielo pero bien podría ser el limbo o el purgatorio »
Javier García Rodríguez
Sin llaves y a oscuras
« Era uno de esos días
en que todo sale bien.
Había limpiado la casa y escrito
dos o tres poemas que me gustaron.
No pedía más.
Entonces salí al pasillo para tirar la basura
y detrás mío, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada con la llave adentro
y la basura en la mano ».
Fabián Casas
en que todo sale bien.
Había limpiado la casa y escrito
dos o tres poemas que me gustaron.
No pedía más.
Entonces salí al pasillo para tirar la basura
y detrás mío, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada con la llave adentro
y la basura en la mano ».
Fabián Casas
El Salmón, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires 1996
Blowin' in the Wind
« ¿Cuántos caminos una persona debe caminar
antes de que lo llames un "hombre"?
¿Cuántos mares una paloma blanca debe de navegar
antes de que duerma en la arena?
¿Cuánto tiempo tienen que volar las balas de cañón
antes de que sean prohibidas para siempre?
¿Cuántos años puede existir una montaña
antes de que esté descolorida por el mar?
¿Cuántos años puede la gente existir
antes de que le sea permitida la libertad?
¿Cuántas veces un hombre puede voltear la cabeza
pretendiendo que no ve?
¿Cuántas veces un hombre debe de alzar la vista
antes de que pueda ver el cielo?
¿Cuántos oidos debe tener un hombre
antes de que pueda escuchar a la gente llorar?
¿Cuántas muertes tendrán que pasar hasta que él sepa
que mucha gente ha muerto?
La respuesta, mi amigo, está soplando en el viento,
la respuesta está soplando en el viento »
Bob Dylan
viernes, noviembre 23
La carta robada
« En un desapacible anochecer del otoño de 18.., me hallaba en París, gozando de la doble fruición de la meditación taciturna y del nebuloso tabaco, en compañía de mi amigo C. Auguste Dupin, en su biblioteca, au troisième, Núm. 33, Rue Dunot, barrio St.Germain. Hacía lo menos una hora que no pronunciábamos una palabra; parecíamos lánguidamente ocupados en los remolinos de humo que empañaban el aire.
Yo, sin embargo, estaba recordando ciertos problemas que habíamos discutido esa tarde; hablo del doble asesinato de la calle Morgue y de la desaparición de Marie Rogêt. Por eso me pareció una coincidencia que apareciera, en la puerta de la biblioteca, Monsieur G., Prefecto de la policía de París.
Le dimos una bienvenida sincera, porque el hombre era casi tan divertido como despreciable, y hacía varios años que no lo veíamos. Estábamos a oscuras cuando entró, y Dupin se levantó con el propósito de encender una lámpara, pero volvió a sentarse sin haberlo hecho, porque G. dijo que había venido a consultarnos, o más bien consultar a Dupin, sobre un asunto oficial que les daba mucho trabajo.
—Si se trata de algo que requiere reflexión —observó Dupin, absteniéndose de dar fuego a la mecha—, lo examinaremos mejor en la oscuridad.
—Esa es otra de sus ideas raras —dijo el Prefecto, que llamaba raro a todo lo que no comprendía, y vivía, por consiguiente, entre una legión de rarezas ».
Edgar Allan Poe
Ceremonias
« Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanando en su sillón favorito, de espaldas a la puerta de lo que hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi enseguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente resteñaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contras su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir ».
Julio Cortázar
jueves, noviembre 22
En el camino
« Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida, mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca; la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas »
Jack Kerouac
miércoles, noviembre 21
Son cinco
« Son cinco, de los que el mejor está en segundo lugar. El primero es más pesado que el cuarto, que a su vez tiene menos cola que el tercero. El último nunca está solo, cosa que no se puede decir del segundo. Hay dos rojos, dos con ranuras, uno triste, tres a los que les falta agua, uno encendido, dos con algo metálico. El más desparejo está detrás del menos sabio. El menos gordo está delante del más duro. Uno de ellos tiene muchas ganas de irse para no volver »
martes, noviembre 20
Sobre Francia
« La vida -cuando no es sufrimiento- es juego. Debemos estar agradecidos a Francia por haberlo cultivado con maestría e inspiración. De ella he aprendido yo a no tomarme en serio, salvo en la obscuridad, y, en público, a burlarme de mí mismo. Su escuela es la de una despreocupación saltarina y perfumada. La tontería ve por doquier objetivos; la inteligencia, pretextos. Su gran arte estriba en la distinción y la gracia de la superficialidad. Dedicar el talento a cosas insignificantes -es decir, a la existencia y las enseñanzas del mundo- es una iniciación a las dudas francesas. [...] Los franceses sacrificaron el mundo a Francia. ¿Qué iban a hacer en el extranjero? Por lo demás, ¿acaso no han sacrificado tantos extranjeros su país por París? Tal vez en eso estribe la explicación indirecta de la indiferencia y del provincianismo franceses, pero esa provincia constituyó en un tiempo el contenido espiritual del continente. Francia -como la Grecia antigua- ha sido una provincia universal. Son también los únicos países que utilizaron el concepto de bárbaro, la calificación negativa del extranjero… con lo que expresaban simplemente la negativa de una civilización bien definida a abrirse a la novedad. Uno de los vicios de Francia ha sido la esterilidad de la perfección, que nunca se manifiesta tan claramente como en la escritura. La preocupación por formular bien, no desgraciar la palabra y su melodía y concatenar armoniosamente las ideas: ésa es una obsesión francesa. Ninguna cultura ha estado más preocupada por el estilo y en ninguna otra se ha escrito con tanta belleza, a la perfección. [...] No debemos sentir por la cultura el entusiasmo fácil y reversible de los ignorantes. Goza de todas las ventajas de la irrealidad. En cuanto deja de ser venero de encanto, se deshilacha y flota. Sus valores son, en su esencia, copos abstractos de los que suspendemos nuestras pobres exaltaciones. La cultura es una comedia que nos tomamos en serio. Por eso, no debemos exagerar sus méritos. Lo que es la supera y sólo raras veces se revela a nuestra inquietud. Inteligentes, católicos, avaros: tres formas de no perderse, tres formas de seguridad. Los franceses no conocen las exageraciones contra el yo, la generosidad perjudicial en el plano espiritual y financiero. El gusto y la cultura les han servido para concebir limitaciones. El miedo a perderse por cualquier exceso los ha enquistado en una rigidez afectiva. ¿Existe un pueblo menos sentimental? El corazón del francés sólo se enternece con los cumplidos bien formulados. Su vanidad es inmensa, hasta el punto de que lisonjearla puede volverlo incluso sentimental… En general, está capacitado para la intimidad, pero no para la soledad. Un francés solo es una contradicción en los términos. El sentimentalismo supone un gasto lírico del corazón en el aislamiento, la vibración sin disciplina y sin propósito racional: amar, sin vergüenza de hacerlo [...] Nosotros, los que procedemos de otros países, perdemos fácilmente toda conciencia geográfica y vivimos en algo así como un exilio continuo, ni dulce ni amargo. Nos gusta la naturaleza y no el paisaje humanizado por el hogar, los padres, los amigos. Tenemos un hogar sólo por añoranza y por nostalgia. Los franceses, desde su nacimiento, han permanecido en su tierra, han tenido una patria física e íntima que han amado sin reservas y no han humillado mediante comparaciones; no han estado desarraigados en su país, no han vivido el tumulto de una nostalgia insaciable. Tal vez sea el único pueblo de Europa que no conoce la nostalgia, que es una forma de la falta de plenitud sentimental infinita. [...] Pueblo abrumado por la suerte, dotado de claridad, capaz de aburrirse, pero no de entristecerse, que gusta, en las creencias, de la aproximación y, por encima de todo, tiene una historia normal, sin vacíos, sin fracasos ni ausencias: se ha desarrollado siglo tras siglo, ha realzado aquello en lo que creía, ha hecho circular sus ideales y ha estado presente en la época moderna como ningún otro. Paga esa presencia con su ocaso: expía lo vivido significativo, la realización radiante, el mundo de valores que ha creado. [...] ¿Cuándo inicia su decadencia una civilización? Cuando los individuos empiezan a tomar conciencia; cuando no quieren seguir siendo víctimas de los ideales, las creencias, la colectividad. Una vez despertado el individuo, la nación pierde su esencia y, cuando todos despiertan, se descompone. Nada hay más peligroso que el deseo de no verse engañado. La lucidez colectiva es una señal de cansancio. El drama del hombre lúcido pasa a ser el de una nación. Cada uno de los ciudadanos se vuelve una pequeña excepción y esas excepciones acumuladas constituyen el déficit histórico de la nación. [...] Las grandes naciones no naufragan por accidente, sino en virtud de una necesidad inscrita en su núcleo. Ninguna intervención humana ni algún cálculo racional pueden detener el deslizamiento por la pendiente de la desaparición. Se haga lo que se haga en Francia, se adopte la medida que se adopte, nadie podrá convencer a los franceses para que tengan hijos. Cuando un pueblo ama la vida, renuncia implícitamente a su continuidad. Entre la voluptuosidad y la familia, el abismo es total. El refinamiento sexual es la muerte de la nación. La explotación al máximo de un placer instantáneo, su prolongación más allá de los límites de la naturaleza, el conflicto entre las exigencias de los sentidos y los métodos de la inteligencia son las expresiones de un estilo decadente, que se define por la desafortunada capacidad del individuo para manejar sus reflejos. Esa correspondencia biológica de la lucidez, de la voluntad de dejar de ser víctima, tiene consecuencias catastróficas. Los niños han de llegar a ser por fuerza personas que crean en algo, que se adhieran, que sean suficientemente inconscientes para considerarse parte de una nación, que sientan gozosamente la necesidad de equivocarse con la participación y las pasiones. Un pueblo sin mitos está en vías de despoblación. El desierto de los campos franceses es la señal abrumadora de la falta de mitología cotidiana. Una nación no puede vivir sin ídolo y el individuo no puede actuar sin la obsesión de los fetiches. [...] En los períodos en que una nación está en un punto culminante, aparecen automáticamente hombres que no cesan de proponer directrices, esperanzas, reformas. Su insistencia y la pasión con la que los sigue la multitud atestiguan la fuerza vital de esta nación. La necesidad de regeneración por la verdad y el error es propia de los períodos florecientes. Un descerebrado como Rousseau representa un colmo de efervescencia. ¿A quién le importan aún sus opiniones? Sin embargo, su tumulto sigue interesándonos con su eco y su significado. Una aparición de esa amplitud resulta inconcebible en la actualidad. El pueblo no espera algo, conque, ¿quién le propondría algo? ¿Y qué? Los pueblos sólo viven en la medida en que están atiborrados de ideales, en la medida en que ya no pueden respirar bajo demasiadas creencias. La decadencia es el vacío de ideales, el momento en que se instala el hastío de todo; es una intolerancia al futuro… y, como tal, un sentimiento deficitario del tiempo, con su inevitable consecuencia: la falta de profetas y la falta de héroes. [...] »
Emil Cioran
Poesía para ser Dios
« En toda la historia de las lecturas personales, los mejores libros no fueron aquellos que se entendieron del todo ni tampoco los que no se entendieron ni un poco, sino aquellos que de vez en cuando no se entendían y que, en conjunto, sus páginas no venían a ilustrarnos como escolares sino a cortejarnos como amantes.
Hay escritores que posee ese don seductor y otros no por brillantes que parezcan o por esforzados que sean. De hecho, la cultura y el amor turbadores e importantes solo se encuentran en los sujetos y sus obras que no llegamos a poseer del todo. El mundo se considera más seguro de su progreso, más seguro de su avance cuanto siente que aprende entendiendo que no entendiendo o viendo y tocando que imaginando.
Sin embargo, lo que se instala en la memoria más fértil es el filo de una ausencia que brillaba oculta entre la pared del sentido y del sinsentido. Este habitáculo es el que ocupa con frecuencia la buena poesía moderna o esa estética que, como en el mejor arte abstracto, no trata de decirnos algo concreto. Nada exacto a través del pensamiento lógico sino algo incierto, la luz baldía del pensamiento demediado y en cuyas fisuras anida la lucidez del secreto.
Si la poesía se considera como aquella escritura de imposible traducción no es tanto porque en el otro idioma falten términos, sino por la imposibilidad de reproducir, en otras lenguas, la proporción, el peso, la distribución y la categoría de los silencios. O sencillamente: el poema de Eliot es intraducible no por lo que se está escrito sino por lo que no se ve, y no hay ser humano que traslade a otro sistema ese silencio de otro universo escrito.
Escrito o inscrito puede decirse porque, desde una investigación espacial, lo inscrito se hallará inserto en la estructura o, a menudo, bajo la palabra donde se oculta, al costado indeterminable del adjetivo, el verbo o el sustantivo. Incluso la distancia eficaz de esos silencios es imposible de averiguar puesto que las palabras en el idioma poseen una u otra copulación con su ausencia, su cadencia, su carne o su luminiscencia.
De hecho, resulta tan impertinente una traducción de los poemas de Vallejo, por ejemplo, como sería demencial tratar de explicar las formas, los colores y los efectos de un cuadro abstracto.
El lenguaje es, en semiótica, el patrón de la comunicación, pero dista de ser el Dios. El Dios de la poesía no se dice, como tampoco la auténtica creación que ostente una pintura habla inglés, español o alemán. En los museos, como en las capillas, se pide silencio porque ni ante los cuadros ni ante el altar hay nada que decir y menos en el idioma de las tertulias, los discursos políticos o los libros sagrados.
Parece que aprendimos del maestro que nos hablaba como un libro abierto pero, en realidad, no es en donde el docente pone el dedo el lugar donde se halla la lección idónea. Todos los libros, todos los cuadros, todas las arquitecturas, todas las músicas cuyos intervalos se revelan explícitos dejan de ser milagros.
El auténtico valor del conocimiento se encuentra en la inspiración del conocimiento que no viene a ser otra cosa que una limpia transpiración de su silencio. Porque hay silencios ganga, silencios trampa, no cabe duda. Escorias de silencio que se desprenden de la impotencia pero, al revés, hay silencios potentes, mallarmeianos, valientes, tan capaces de transformar al receptor que, gracias a ellos, la poesía sigue imperando. Sigue dando de beber alcohol al que solo esperaba recibir agua o inculcar luz insólita, luz indecible, al que esperaba llegar a saber racionalmente todo »
Hay escritores que posee ese don seductor y otros no por brillantes que parezcan o por esforzados que sean. De hecho, la cultura y el amor turbadores e importantes solo se encuentran en los sujetos y sus obras que no llegamos a poseer del todo. El mundo se considera más seguro de su progreso, más seguro de su avance cuanto siente que aprende entendiendo que no entendiendo o viendo y tocando que imaginando.
Sin embargo, lo que se instala en la memoria más fértil es el filo de una ausencia que brillaba oculta entre la pared del sentido y del sinsentido. Este habitáculo es el que ocupa con frecuencia la buena poesía moderna o esa estética que, como en el mejor arte abstracto, no trata de decirnos algo concreto. Nada exacto a través del pensamiento lógico sino algo incierto, la luz baldía del pensamiento demediado y en cuyas fisuras anida la lucidez del secreto.
Si la poesía se considera como aquella escritura de imposible traducción no es tanto porque en el otro idioma falten términos, sino por la imposibilidad de reproducir, en otras lenguas, la proporción, el peso, la distribución y la categoría de los silencios. O sencillamente: el poema de Eliot es intraducible no por lo que se está escrito sino por lo que no se ve, y no hay ser humano que traslade a otro sistema ese silencio de otro universo escrito.
Escrito o inscrito puede decirse porque, desde una investigación espacial, lo inscrito se hallará inserto en la estructura o, a menudo, bajo la palabra donde se oculta, al costado indeterminable del adjetivo, el verbo o el sustantivo. Incluso la distancia eficaz de esos silencios es imposible de averiguar puesto que las palabras en el idioma poseen una u otra copulación con su ausencia, su cadencia, su carne o su luminiscencia.
De hecho, resulta tan impertinente una traducción de los poemas de Vallejo, por ejemplo, como sería demencial tratar de explicar las formas, los colores y los efectos de un cuadro abstracto.
El lenguaje es, en semiótica, el patrón de la comunicación, pero dista de ser el Dios. El Dios de la poesía no se dice, como tampoco la auténtica creación que ostente una pintura habla inglés, español o alemán. En los museos, como en las capillas, se pide silencio porque ni ante los cuadros ni ante el altar hay nada que decir y menos en el idioma de las tertulias, los discursos políticos o los libros sagrados.
Parece que aprendimos del maestro que nos hablaba como un libro abierto pero, en realidad, no es en donde el docente pone el dedo el lugar donde se halla la lección idónea. Todos los libros, todos los cuadros, todas las arquitecturas, todas las músicas cuyos intervalos se revelan explícitos dejan de ser milagros.
El auténtico valor del conocimiento se encuentra en la inspiración del conocimiento que no viene a ser otra cosa que una limpia transpiración de su silencio. Porque hay silencios ganga, silencios trampa, no cabe duda. Escorias de silencio que se desprenden de la impotencia pero, al revés, hay silencios potentes, mallarmeianos, valientes, tan capaces de transformar al receptor que, gracias a ellos, la poesía sigue imperando. Sigue dando de beber alcohol al que solo esperaba recibir agua o inculcar luz insólita, luz indecible, al que esperaba llegar a saber racionalmente todo »
Niebla
«―Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
―¿Cómo? ―exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
―Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ―
le pregunté.
―Que tenga valor para hacerlo ―me contestó.
―No ―le dije―; ¡que esté vivo!
―¡Desde luego!
―¡Y tú no estás vivo!
―¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que he muerto? ―
―¡No, hombre, no! ―le repliqué―. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
―¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ―me suplicó consternado―. Porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
―Pues bien: la verdad es, querido Augusto ―le dije con la más dulce de mis voces―, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes...
―¿Cómo que no existo? ―exclamó.
―No, no existe más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto »
―¿Cómo? ―exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
―Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ―
le pregunté.
―Que tenga valor para hacerlo ―me contestó.
―No ―le dije―; ¡que esté vivo!
―¡Desde luego!
―¡Y tú no estás vivo!
―¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que he muerto? ―
Y empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo.
―¡No, hombre, no! ―le repliqué―. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
―¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ―me suplicó consternado―. Porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
―Pues bien: la verdad es, querido Augusto ―le dije con la más dulce de mis voces―, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes...
―¿Cómo que no existo? ―exclamó.
―No, no existe más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto »
Miguel de Unamuno
El pájaro verde
« Hubo, en época muy remota de esta en que vivimos, un poderoso rey, amado con extremo de sus vasallos y poseedor de un fertilísimo, dilatado y populoso reino allá en las regiones de Oriente. Tenía este rey inmensos tesoros y daba fiestas espléndidas. Asistían en su corte las más gentiles damas y los más discretos y valientes caballeros que entonces había en el mundo. Su ejército era numeroso y aguerrido. Sus naves recorrían como en triunfo el Océano. Los parques y jardines, donde solía cazar y holgarse, eran maravillosos por su grandeza y frondosidad y por la copia de alimañas y de aves que en ellos se alimentaban y vivían.
[...]
Los vasallos de este rey le llamaban con razón el Venturoso. Todo iba de bien en mejor durante su reinado. Su vida había sido un tejido de felicidades, cuya brillantez empañaba solamente con negra sombra de dolor la temprana muerte de la señora reina, persona muy cabal y hermosa, a quien Su Majestad había querido con todo su corazón. Imagínate, lector, lo que la lloraría, y más habiendo sido él, por el mismo acendrado cariño que la tenía, causa inocente de su muerte.
Cuentan las historias de aquel país que ya llevaba el rey siete años de matrimonio sin lograr sucesión, aunque vehementemente la deseaba, cuando ocurrieron unas guerras en el país vecino. El rey partió con sus tropas; pero antes se despidió de la señora reina con mucho afecto. Esta, dándole un abrazo, le dijo al oído:
-No se lo digas a nadie para que no se rían si mis esperanzas no se logran; pero me parece que estoy encinta.
La alegría del rey con esta nueva no tuvo límites, y como todo le sale bien al que está alegre, él triunfó de sus enemigos en la guerra, mató por su propia mano a tres o cuatro reyes que le habían hecho no sabemos qué mala pasada, asoló ciudades, hizo cautivos y volvió cargado de botín y de gloria a la hermosa capital de su monarquía.
Habían pasado en esto algunos meses; así es que, al atravesar el rey con gran pompa la ciudad, entre las aclamaciones y el aplauso de la multitud y el repiqueteo de las campanas, la reina estaba pariendo, y parió con felicidad y facilidad, a pesar del ruido y agitación y aunque era primeriza.
¡Qué gusto tan pasmoso no tendría Su Majestad cuando, al entrar en la real cámara, el comadrón mayor del reino le presentó a una hermosa princesa que acababa de nacer! El rey dio un beso a su hija, y se dirigió lleno de júbilo, de amor y de satisfacción al cuarto de la señora reina, que estaba en la cama tan colorada, tan fresca y tan bonita como una rosa de mayo.
-¡Esposa mía! –exclamó el rey, y la estrechó entre sus brazos. Pero el rey era tan robusto y era tan viva la efusión de su ternura, que sin más ni menos ahogó sin querer a la reina. Entonces fueron los gritos, la desesperación y el llamarse a sí propio animal, con otras elocuentes muestras de doloroso sentimiento. Mas no por esto resucitó la reina, la cual, aunque muerta, estaba divina. Una sonrisa de inefable deleite se diría que aún vagaba sobre sus labios. Por ellos, sin duda, habían volado el alma envuelta en un suspiro de amor, y orgullosa de haber sabido inspirar cariño bastante para producir aquel abrazo. ¡Qué mujer verdaderamente enamorada no envidiaría la suerte de esta reina! »
Juan Valera
El señor de las Moscas
« Simon alzó los ojos, sintiendo el peso de su melena empapada, y contempló el cielo. Por una vez estaba cubierto de nubes, enormes torreones de tonos grises, marfileños y cobrizos que parecían brotar de la propia isla. Pesaban sobre la tierra, destilando, minuto tras minuto, aquel opresivo y angustioso calor. Hasta las mariposas abandonaron el espacio abierto donde se hallaba esa cosa sucia que esbozaba una mueca y goteaba. Simon bajó la cabeza, con los ojos muy cerrados y cubierto, luego, con una mano. No había sombra bajo los árboles; sólo una quietud de nácar que lo cubría todo y transformaba las cosas reales en ilusorias e indefinidas. El montón de tripas era un borbollón de moscas que zumbaban como una sierra. Al cabo de un rato, las moscas encontraron a Simon. Atiborradas, se posaron junto a los arroyuelos de sudor de su rostro y bebieron. Le hacían cosquillas en la nariz y jugaban a dar saltos sobre sus muslos. Eran de color negro y verde iridiscente, e infinitas. Frente a Simon, el Señor de las Moscas pendía de la estaca y sonreía en una mueca. Por fin se dio Simon por vencido y abrió los ojos; vio los blancos dientes y los ojos sombríos, la sangre... y su mirada quedó cautiva del antiguo e inevitable encuentro. El pulso de la sien derecha de Simon empezó a latirle »
William Golding
El guión. Sustancia, estructura, estilo y principios de la escritura de guiones
« Vamos al cine para acceder a un mundo nuevo y fascinante, para suplantar virtualmente a otro ser humano que al principio nos parece muy extraño pero que en el fondo es como nosotros, para vivir en una realidad ficticia que ilumina nuestra realidad cotidiana. No deseamos escapar de la vida sino encontrarla, queremos utilizar nuestra mente de modo estimulante y experimental, flexibilizar nuestra emociones, disfrutar, aprender, aportar profundidad a nuestros días »
Robert McKee
La insoportable levedad del ser
« Aquello no era un suspiro, no era un gemido, era realmente un grito. Gritaba tanto que Tomás separó la cabeza de su cara. Creía que la voz que sonaba justo al lado de su oído le iba a romper el tímpano. Aquel grito no era una expresión de sensualidad. La sensualidad es la máxima movilización de los sentidos: una persona observa atentamente a la otra y escucha cada uno de los sonidos que produce. En cambio su grito pretendía aturdir a los sentidos para que no vieran ni oyeran. Quien gritaba era el propio idealismo ingenuo de su amor, que quería ser la superación de todas las contradicciones, la superación de la dualidad entre el cuerpo y el alma y quién sabe si la superación del tiempo.
¿Tenía los ojos cerrados? No, pero no miraba con ellos hacia parte alguna, los tenía fijos en el vacío del techo. Por momentos giraba bruscamente la cabeza hacia uno y otro lado.
Cuando se acabó el gritó, se durmió a su lado y le tuvo la mano cogida durante toda la noche.
Desde los ocho años se dormía ya con las manos entrelazadas, imaginando que tenía cogido al hombre que amaba, al hombre de su vida. Podemos entender ahora que apretara la mano de Tomás con tal terquedad: desde la infancia se había estado preparando y entrenando para ello »
¿Tenía los ojos cerrados? No, pero no miraba con ellos hacia parte alguna, los tenía fijos en el vacío del techo. Por momentos giraba bruscamente la cabeza hacia uno y otro lado.
Cuando se acabó el gritó, se durmió a su lado y le tuvo la mano cogida durante toda la noche.
Desde los ocho años se dormía ya con las manos entrelazadas, imaginando que tenía cogido al hombre que amaba, al hombre de su vida. Podemos entender ahora que apretara la mano de Tomás con tal terquedad: desde la infancia se había estado preparando y entrenando para ello »
Milan Kundera
lunes, noviembre 19
La caja de plata- Isabel
« Isabel se ha matado. Dejó cartas absurdas
con recomendaciones y sarcasmos estúpidos.
Lo consiguió por fin, y me alegro por ella:
sufría demasiado. En la autopsia el forense
desmenuzó su cuerpo y encontró dentelladas
cerca del corazón y a la altura del pubis.
No hay luz en la buhardilla de Zurbano.
El silencio pasea su victoria sobre las papelinas
ocultas en el libro de Arcimboldo, y la muerte
ha llenado la casa de paz y goteras;
sigue abierto un tebeo de Conan por la página
en que matan a Bélit, y otro de Gwendoline
con manchas de carmín en las dulces heridas.
Isabel ha dejado de molestar. Sus ojos
ya no arrojan al mar residuos radiactivos »
con recomendaciones y sarcasmos estúpidos.
Lo consiguió por fin, y me alegro por ella:
sufría demasiado. En la autopsia el forense
desmenuzó su cuerpo y encontró dentelladas
cerca del corazón y a la altura del pubis.
No hay luz en la buhardilla de Zurbano.
El silencio pasea su victoria sobre las papelinas
ocultas en el libro de Arcimboldo, y la muerte
ha llenado la casa de paz y goteras;
sigue abierto un tebeo de Conan por la página
en que matan a Bélit, y otro de Gwendoline
con manchas de carmín en las dulces heridas.
Isabel ha dejado de molestar. Sus ojos
ya no arrojan al mar residuos radiactivos »
Luis Alberto de Cuenca
La familia de Pascual Duarte
« Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquéllos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya ».
Camilo José Cela
El doctor Zhivago
« A los pocos días descubrió hasta qué punto estaba solo. No culpaba aalguien. Él lo había querido y lo consiguió.
Sus amigos le parecieron extrañamente descoloridos y apagados. Ninguno había conservado ni su propia personalidad ni sus propias ideas. Estaban mucho más vivos en su recuerdo. Sin duda les había dado mayor valor del que en realidad tenían.
Mientras el orden de cosas permitió a los privilegiados cometer rarezas y ser caprichosos a costa de los no privilegiados, ¡qué fácil había sido considerar originalidad y carácter lo que sólo era extravagancia y ese derecho a ser inútil de que gozaba una minoría a costa de la mayoría!
Pero apenas la masa se levantó y fueron suprimidas las ventajas de los privilegiados de la buena sociedad, todo el mundo perdió el color que lo caracterizaba, y, sin esfuerzo, renunciaron a una originalidad de pensamiento que jamás habían tenido realmente ».
Sus amigos le parecieron extrañamente descoloridos y apagados. Ninguno había conservado ni su propia personalidad ni sus propias ideas. Estaban mucho más vivos en su recuerdo. Sin duda les había dado mayor valor del que en realidad tenían.
Mientras el orden de cosas permitió a los privilegiados cometer rarezas y ser caprichosos a costa de los no privilegiados, ¡qué fácil había sido considerar originalidad y carácter lo que sólo era extravagancia y ese derecho a ser inútil de que gozaba una minoría a costa de la mayoría!
Pero apenas la masa se levantó y fueron suprimidas las ventajas de los privilegiados de la buena sociedad, todo el mundo perdió el color que lo caracterizaba, y, sin esfuerzo, renunciaron a una originalidad de pensamiento que jamás habían tenido realmente ».
Borís Pasternak
Rayuela
« La intimidad de los Traveler. Cuando me despido de ellos en el zaguán o en el café de la esquina, de golpe es como un deseo de quedarme cerca, viéndolos vivir, voyeur sin apetitos, amistoso, un poco triste. Intimidad, qué palabra, ahí nomás dan ganas de meterle la hache fatídica. Pero qué otra palabra podría intimar (en primera acepción) la piel misma del conocimiento, la razón epitelial de que Talita, Manolo y yo seamos amigos. La gente se cree amiga porque coincide algunas horas por semana en un sofá, una película, a veces una cama, o porque le toca hacer el mismo trabajo en la oficina. De muchacho, en el café, cuántas veces la ilusión de la identidad con los camaradas nos hizo felices. Identidad con hombres y mujeres de los que conocíamos apenas una manera de ser, una forma de entregarse, un perfil. Me acuerdo, con una nitidez fuera del tiempo, de los cafés porteños en que por unas horas conseguimos librarnos de la familia y las obligaciones, entramos en un territorio de humo y confianza en nosotros y en los amigos, accedimos a algo que nos confortaba en lo precario, nos prometía una especie de inmortalidad. Y ahí, a los veinte años, dijimos nuestra palabra más lúcida, supimos de nuestros afectos más profundos, fuimos como dioses del medio litro cristal y del cubano seco. Cielito del café, cielito lindo. La calle, después, era como una expulsión, siempre, el ángel con la espada flamígera dirigiendo el tráfico en Corrientes y San Martín. A casa que es tarde, a los expedientes, a la cama conyugal, al té de tilo para la vieja, al examen de pasado mañana, a la novia ridícula que lee a Vicki Baum y con la nos casaremos, no hay remedio ».
Julio Cortázar
A modo de esperanza
« Hoy he amanecido
como siempre, pero
con un cuchillo
en el pecho.
Ignoro quién ha sido,
y también los posibles
móviles del delito.
Estoy aquí
tendido
y pesa vertical
el frío.
He sido asesinado.
(Descarto la posibilidad del suicidio.)
La noticia se divulga
con relativo sigilo.
El doctor estuvo brillante,
pero el interrogatorio ha sido
confuso. El hecho
carece de testigos.
(Llamada la portera,
dijo que el muerto no tenía
antecedentes políticos.
Es una obsesión que la persigue
desde la muerte del marido.)
Por mi parte no tengo
algo qué declarar.
Se busca al asesino;
sin embargo,
tal vez no hay asesino,
aunque se enrede así el final de la trama.
Sencillamente yazgo
aquí, con un cuchillo...
Oscila, pendular y
solemne, el frío.
No hay pruebas contra alguien.
Nadie ha consumado mi homicidio ».
como siempre, pero
con un cuchillo
en el pecho.
Ignoro quién ha sido,
y también los posibles
móviles del delito.
Estoy aquí
tendido
y pesa vertical
el frío.
He sido asesinado.
(Descarto la posibilidad del suicidio.)
La noticia se divulga
con relativo sigilo.
El doctor estuvo brillante,
pero el interrogatorio ha sido
confuso. El hecho
carece de testigos.
(Llamada la portera,
dijo que el muerto no tenía
antecedentes políticos.
Es una obsesión que la persigue
desde la muerte del marido.)
Por mi parte no tengo
algo qué declarar.
Se busca al asesino;
sin embargo,
tal vez no hay asesino,
aunque se enrede así el final de la trama.
Sencillamente yazgo
aquí, con un cuchillo...
Oscila, pendular y
solemne, el frío.
No hay pruebas contra alguien.
Nadie ha consumado mi homicidio ».
José Ángel Valente
San Manuel Bueno, mártir
« Y no me olvidaré jamás del día en que diciéndole yo: «Pero, don Manuel, la verdad, la verdad ante todo», él temblando, me susurró al oído –y eso que estábamos solos en medio del campo-: «¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir de ella». «Y ¿por qué me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?», le dije. Y él: «Porque si no me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerlos felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarlos. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia, hacerlos vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le han hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío »
Miguel de Unamuno
La naranja mecánica
« Todos los días, hermanos míos, pasaban películas parecidas, todas con patadas y
tolchocos y el crobo rojo rojo que goteaba de los litsos y los plotos y se
derramaba sobre los lentes de la cámara. Los personajes eran casi siempre
málchicos sonrientes y smecantes vestidos a la última moda nadsat; o dientudos
torturadores japoneses, o nazis brutales que se libraban de las víctimas a tiros
y patadas. Y todos los días empeoraban el deseo de querer morir y las náuseas, y
los dolores y calambres en la golová y los subos, y esa sed terrible terrible.
Hasta que una mañana quise fastidiar a los bastardos ras ras rasreceándome la
golová contra la pared, y que los tolchocos me dejaran inconsciente, pero lo
único que ocurrió fue que me enfermé al ver que esta clase de violencia era la
misma de las películas, y lo único que conseguí fue agotarme, y entonces me
dieron la inyección y me llevaron como siempre en el sillón de ruedas »
Anthony Burgess
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